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Por Silvana Melo
(APe).- Naturalizar es legitimar desde aquí, abajo. Es aclimatarse a la humillación, al destrato, a la violencia desentumecida del poder. Es adaptarse para sobrevivir a los palos, el empobrecimiento progresivo, a la burla de los gobernantes frente al dolor de los que sufren. Naturalizar es ponerse una armadura indolente y salir a la calle desconociendo a la otredad y taclear a traición la propia dignidad.
No hay que naturalizar. Nunca.
Que la gendarmería empuje a gente en silla de ruedas. A mujeres con muletas. A chicos con síndrome de down. A familias de niños con discapacidades sin recursos para su atención. Que les apliquen el protocolo. Que los abandonen.
Que todos los miércoles castiguen y gaseen a los jubilados
Que los que los azotan digan que ésos no son jubilados. A pesar de miles de fotos con viejos estragados en sus ojos, caídos en el piso, rodeados de lobos hambrientos.
Que cinco millones y medio cobren 370 mil pesos mientras la canasta básica de un jubilado en marzo era de 1.200.523.
Que les hayan quitado los medicamentos gratuitos: de los 370 mil del haber mínimo necesitaría $ 279.834 para comprar los alimentos mínimos del mes y $260.245 para los medicamentos básicos. O come o compra remedios. Lo demás, proveerá dios. O los hijos. O la calle.
Que el presidente diga sobre los jubilados: “y ahora vienen a decir ‘no se llega a fin de mes’”; “está claro que la frase suena muy interesante para ponerse sensiblero, pero si fuera cierta ustedes tendrían que caminar por la calle y tendría que estar llena de cadáveres, es decir, ¿alguien se puso entonces a pensar en serio esa pelotudez?“.
Que toda esta escena de crueldad expuesta sea causada por un desgraciado aumento del 7,2 % en la mínima y una actualización del bono de 70.000 (desde hace un año y cinco meses) a $110.000. Que dejaría un haber de $441.564. Es decir, seguirían eligiendo comer o comprar los medicamentos.
Que la sociedad no salga en masa a las calles. Por los viejos. Por todos.
Que se veten impunemente las leyes que el Congreso se anima a consagrar al pueblo.
Que el presidente desconozca todo lo que aprueba el Congreso a favor de la gente más castigada. Con la excusa del déficit fiscal. Pero con una verdad más parecida a la vileza, a la villanía, que a una meta financiera.
Que el congreso sea apenas un edificio habitado por una mayoría de infames.
Que 71 personas que se sientan en bancas de la Cámara de Diputados hayan votado en contra de la ley de emergencia en discapacidad. Es decir, en contra de quienes necesitan desesperadamente ayuda para sobrevivir, en contra de sus familias, en contra de un pago algo más digno para quienes los atienden diariamente. Arduo de comprender.
Que se legalice la perversidad avalada por preocupantes segmentos populares.
Que los mismos que votaron una ley, la voten en contra a la hora de blindar el veto. Vaya a saber después de qué negociaciones. En una demostración soez de que las convicciones son tan sólidas y sostenibles como la arenilla entre los dedos.
Que jubilados y discapacitados sean monedas de cambio para los intereses feudales de los gobernadores. Nunca se sabe qué harán sus legisladores. “Cada uno seguirá manejándose como hasta ahora: mueven sus fichas de acuerdo a la sintonía que mantienen con el oficialismo semana a semana”, dice una módica nota de Clarín, 4 de agosto de 2025.
No naturalizar, no aclimatarse, no adaptarse. Nunca. No legitimar con la indiferencia. No refrendar con la ausencia. No naturalizar. Nunca.
Que se gasee en la cara a una nena. Que se ate con precintos a dos chicos de doce años. Que se dispare en la cara a un fotógrafo y se mienta alevosamente un accidente.
Que la policía de la ciudad irrumpa en una asamblea docente de la UBA, interrogue sobre lo que hacían, pida los nombres de los responsables y deje un celular en la puerta. Que la policía irrumpa en el cabildo abierto de los trabajadores del Garrahan. Que la policía haga inteligencia, persiga, intimide y reprima en las luchas de los trabajadores.
Que siempre la razón la tengan los que llevan las armas. Que siempre la razón la tengan los que disparan al cuerpo y no los que aportan la sangre.
Que se mire por televisión o por streaming o por tiktok o por reels cómo van renunciando médicos del Garrahan como si fueran soldaditos que caen en la mesa de una batalla mientras todos cambian de canal.
Que la crisis en el Garrahan ya empiece a formar parte del paisaje. Como la sangre vieja por Hipólito Yrigoyen y Entre Ríos.
Que la UBA haya negociado por su lado después de la impactante marcha del año pasado y los profesores universitarios sigan ganando salarios por debajo de la mínima supervivencia. Que necesitarían un aumento de casi el 50 por ciento para empatar lo que cobraban en noviembre de 2023.
Que los científicos del Conicet, que estrimean en vivo las maravillas del fondo marino con una cantidad de espectadores que mata de envidia al Gordo Dan, sigan con los mismos salarios desde 2023. Bajo la línea de la pobreza.
Que se llame Zoe y que sea la primera docente creada por inteligencia artificial. Dará clase y estará en contacto constante con los alumnos en una escuela de Santa Fe. Quién sabe qué sucederá a la hora de escuchar la angustia, de sostener los debates, de desarrollar del pensamiento crítico, de ayudarlos a elegir un rumbo, a crecer como sujetos políticos responsables de la transformación de un destino que amenaza.
Por eso, por todo esto, no naturalizar. No aceptar, no aclimatarse a la humillación, no adaptarse a sobrevivir al empobrecimiento, los palos y la burla.
No naturalizar. Nunca. Desnudarse de la armadura indolente y salir a la calle a reconocer la otredad. Y taclear de una vez al futuro indigno y feroz que andan ofreciendo como maravilla.
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