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Por Silvana Melo
(APe).- El genocidio israelí en Gaza tiene nombres y apellidos. Tiene caritas y costillas que asoman a simple vista. Tiene vasijas vacías que pasean por las pantallas de todo el mundo. Que horrorizan en los almuerzos europeos y cambian de canal en la primavera eterna de la Florida. Tiene hambre y muertos por hambre. Tiene niños que se mueren por hambre. Tiene 150 muertes por hambre. 24 en un solo día. Chicos y viejos que se arrastran por las calles buscando algo para comer. Ya sin energía, sin otro impulso que la búsqueda del alimento aleatorio, entre la basura, entre los pies de los que aún caminan, en un terreno donde en cualquier momento puede caer la muerte.
El genocidio tiene nombres muchísimos. Más de 60.000 hasta ahora en Gaza. Donde la humanidad entró en retirada. Y dispuso que el horror se mire de afuera. Desde los cristales del mundo privilegiado. Donde se come con plato en la mesa y vaso con agua pura, que empuje lo que se acaba de tragar. Tal vez desde ahí se imagine entonces que esos más de 60 mil son una pila amorfa de cuerpos, de carnes y huesos y trapo y cristales rotos y pañales sucios y vergüenza de un mundo infame. Pero son 60 miles de nombres. Como el de Zainab Abu Halib, de cinco meses. Que nació sana y pesaba más de 3 kilos. Pero cuando murió pesaba menos de 2. Su padre, Ahmed Abu Halib, dijo que Zainab dependía de una fórmula infantil específica que no existía en los mercados destruidos de Gaza. Su mamá, debilitada, hambrienta y deshidratada, no podía producir su leche materna. Pidieron prestado y, a través de redes improvisadas pudieron contrabandear la fórmula imprescindible. Pero era tarde. Zainab la vomitaba, los huesitos fallaron. Sus órganos colapsaron. Y ella no pudo más. “Ahora solo somos números. Nuestros hijos se han convertido en números”, dijo su mamá en el funeral de Zainab. Que les puso nombre a todas las niñas y los niños que se murieron en los brazos de sus madres con la piel transparente como un papelito de seda.
Leer a la escritora Alaa Alqaisi, impedida de salir de Gaza y también de comer, abre un horizonte aterrador para la comprensión de lo que significa profundamente el hambre, a aquellos que no lo han sufrido. Que sea la hambruna más transmitida en vivo de la historia –en Somalía murieron de hambre 250.000 personas hace quince años sin tiktok ni X- no implica una empatización planetaria.
La potencia mundial cuyo pueblo sufrió el mayor genocidio de la historia está gobernada por una mente descarnada y enceguecida por la crueldad. Y desde el 7 de octubre de 2023, día del brutal acto terrorista de Hamas, construyó una excusa inhumana para terminar con la población de la Franja de Gaza. Dos millones de personas encarceladas en su pequeño territorio, bloqueadas, asediadas, sin acceso al alimento ni al agua, sin servicios básicos. Ese país que pudo alzarse y construirse después de seis millones de muertos por un régimen atroz, está sometiendo al pueblo palestino a una maquinaria criminal cuya arma más letal es el hambre.
Ochenta y ocho niños han muerto de hambre en Gaza. Ochenta y ocho Zainab, en los brazos de sus madres y de sus padres. En los hospitales detonados por los bombardeos israelíes. En camas que no tienen más techo que el cielo.
Los médicos, los periodistas, los trabajadores humanitarios ya sufren la fatiga del hambre. Ya no se reconocen entre sí si dejan de verse unos días. Las organizaciones piden a gritos que abran la frontera para que entren los 500 camiones diarios con alimentos. Los que entraban antes del 7 de octubre. Pero eso rompería la estrategia de esta guerra. Donde los que atacan lo hacen desde sus escritorios. Y los que mueren, mueren de hambre.
La Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (IPC en sus siglas en inglés) habla de la catástrofe. Dice que una de tres personas pasa varios días seguidos sin comer. 500 mil personas (un cuarto de Gaza) sufre condiciones de hambruna. Hambre extrema. Más de 20.000 niños están desnutridos. Las muertes por hambre están aumentado rápidamente porque no hay posibilidad de tratarlos.
Un desastre ante los ojos de todo el planeta. De las decenas de estados cómplices de un primer mundo que no se ensucia con el barro de las tragedias. Ni se enfrenta con el genocidio de los ultras.
Mientras tanto la humanidad apaga la luz. Y tal vez hasta duerme en paz.
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