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Por Alfredo Grande
(APe).- Un burgués pequeño, pequeño es el título de un film donde el gran actor Alberto Sordi está extraordinario en el retrato oscuro y tragicómico de una sociedad enloquecida. Luego de que su hijo resulta asesinado accidentalmente por terroristas, un modesto empleado público no puede vencer a la burocracia ni siquiera para obtener un ataúd. Lo que es peor, se ve obligado a contemplar impotente cómo el asesino escapa de las manos de la policía no una sino dos veces. Este hombre muy pequeño crece gracias a la ira y se transforma en un verdugo obsesivo, tan irremediablemente loco como el sistema que lo ha producido. Filmada en 1977 y dirigida por Mario Monicelli.
En casi 50 años pasamos de la locura a la psicosis. Y al idealismo por un mundo nuevo a lo que denomino el alucinatorio político social. Caen las ilusiones, aumentan las alucinaciones. Ejemplos egregios: el general democrático, el empresariado nacional. La democracia representativa.
Lo pequeño pequeño no es minimalismo. Es una categoría que propongo para intentar entender lo que alguna vez denominé “retroprogresismo”. O sea: el progreso como un arma de las políticas conservadoras. No creo necesariamente que el que no cambia todo no cambia nada, como enseñó Armando Tejada Gómez. Pero el retroprogresismo podría definirse como un progreso pequeño, pequeño. De tan pequeño, pasa desapercibido. Y cuando es barrido es difícil extrañarlo. A lo más, sentir lo que siente el poeta Sabina: “no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió” Es imposible sentir dos, tres veces, un primer amor. Puede haber amor a segunda, a tercera vista. Pero a primera, la primera solamente.
Hubo en algún momento amor a primera vista del progresismo. En nuestras tierras alfonsinismo, algo pequeño pequeño del menemismo, el primer kirchnerismo. Todo terminó siendo pequeño, demasiado pequeño. En el albertismo/cristinismo el alucinatorio estalló.
Pasamos del retroprogresismo, o sea, de ese progresismo pequeño pequeño, a una remake del fascismo. Lo llaman con diferentes nombres: anarco capitalismo, tecnofeudalismo, menemismo ahora va en serio y apelativos peores. La batalla cultural está lanzada por las derechas, y sigue una larga saga que no sé cuándo empezó pero tampoco sé cuándo termina.
La cruz, la espada, los decretos de necesidad y urgencia, ha sido y serán disciplinadores de necesidades y deseos de mayorías. Por eso la batalla cultural de las derechas en realidad es una Guerra Digital. Una vez más reafirmo mi idea de que estamos ante una restauración digital conservadora. Para lo cual el retroprogresismo hizo la previa. Ahora pretenden ser remedio para la enfermedad que cultivaron. Resurge el alucinatorio político social. El país pequeño, pequeño (similar al texto de la escritora, música y poetisa María Elena Walsh que se refería a esta situación en un artículo publicado en Clarín en agosto de 1979, en el que comparaba a la Argentina de la dictadura con un jardín de infantes.) cultiva el minimalismo terminal. Sueldos, jubilaciones en escala liliput reservando crecimiento desmesurado para tarifas de servicios, artículos de primera y segunda necesidad, medicamentos y otros. En el país pequeño pequeño no habrá cine, ni tampoco lucha contra la discriminación, ni sostenimiento de líneas de bandera, ni desarrollo sostenible del sector agropecuario, agroalimentario y agroindustrial a través de la investigación y la extensión. O sea: cierre del INTA, que curiosamente se fundó en el gobierno de facto de Pedro Aramburu.
La pregunta es si un país pequeño, pequeño, sigue siendo país. Quizá ni siquiera dé para un Uruguay segunda versión. Creo que ni siquiera. Quizá seamos la banda occidental del Uruguay. Occidental y accidental.
La paradoja final es que en el país pequeño, pequeño, no tienen lugar los pequeños y pequeñas. Hablo de lugares dignos, pero no de esos no lugares que son el delito por necesidad, el consumo de drogas, la ludopatía auspiciada por el héroe de héroes Dibu/Ibu Martínez.
Un país pequeño pequeño puede desaparecer. Quizá ése sea el programa del Terminator que avanza. Los que puedan sobrevivir hoy serán los emigrados de mañana. Ya sucede. En el país pequeño pequeño al que roba un supermercado se le dice que saquea. El contrabando se denomina comercio exterior. Ni siquiera se quiere discutir una “ficha limpia” porque todos saben que lo sucio puede habitar a cualquiera.
La tragedia es que el país pequeño pequeño es un país enloquecido y enloquecedor. Sus habitantes saturados de distintas formas de malestar. En el minimalismo de la agresión callejera, pero en la ampliación de la política exterior que implica total sumisión a los maximalistas del capital, estamos ya en una situación de enloquecimiento permanente. Y va en aumento.
Si la derecha es un delirio eterno, eterno y de muerte, habrá que inventar un delirio eterno, eterno y de vida. Y aceptar que nuestro reino tampoco es de este mundo.
Habrá que inventar otro mundo. Donde no haya ningún país pequeño, pequeño.
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