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Por Silvana Melo
(APe).- El sueño de jugar al fútbol vibra en cada zurda de cada barrio donde empobrecerse es un día a día casi imperceptible. Despacito se va resbalando la vida hasta que la comida se desvanece y la dignidad se da de boca en el piso cuando se cambia de categoría. La indigencia es no comer. Dos millones de pibes cayeron en esa oquedad. Mientras soñaban con llegar a un club donde mostraran que pueden jugar como Messi. O atajar como el Dibu. Aun sin carne ni lentejas. Aun sin la dieta equilibradísima y costosa que mantiene a Messi como Messi. Aunque después publicite papas fritas, hamburguesas y gaseosas que no prueba jamás.
Cada pibe –y muchas de las pibas de los barrios populares- de los siete de cada diez que fueron empobrecidos por un sistema implacable, se deslumbra con ese equipo fantástico que le ha tocado ver en esta vida, tan dura, tan áspera. Ese equipo mágico tan discordante en brillo con la opacidad de estos días. Qué niño, qué adolescente no pensó en ser ellos. En llegar a robar la pelota en la mitad de la cancha, en eludir la persecución de un croata con máscara, diez años más joven, como Messi en las semifinales de Qatar. En abrirse de brazos y piernas y que sean diez brazos y piernas en lugar de cuatro como Dibu en el momento fatal de la final contra Francia y la pelota no entró.
Superhéroes. Próceres de un universo donde el resto vino fallado. Donde la familia se quiebra, la escuela deserta, los que mandan destruyen. Qué otro ídolo puede haber. Qué otro espejo donde mirarse. Y verse triunfador, entero, planetario.
Los ídolos viven en Europa. O en Estados Unidos. En un mundo al que llaman Primero. Porque está ubicado en un lugar que los pibes de acá jamás podrán alcanzar. Porque ellos están en la cola del mundo. En el sur remoto. En los pies de un planeta que no los ve, tan lejos están, tan abajo. Tan empobrecidos.
Dibu Martínez habla un inglés británico envidiable. Ha vivido en Gran Bretaña gran parte de su adultez. Gana 7 millones de euros al año. Unos 20.000 euros cotidianos. Cierto periodismo calcula que le alcanza para comprarse un auto por día. La infancia olvidada de los barrios perdió la preferencia inclaudicable por el 9 y el 10 en la espalda y se desesperó por los guantes y la camiseta verde 23. El Dibu se puso la copa del Mundo y la copa América en los genitales, lo que no sería más que un detalle de comportamiento. Pero también dice, desde los 11 mil kilómetros que separan a Buenos Aires de Londres, que la familia le cuenta del país. “A Argentina la veo bien. Por años estuvo muy mal, pero ahora se van cambiando cosas para que se pueda mejorar”. Hay cinco millones de empobrecidos flamantes en los primeros seis meses del año. Y dos millones de niños con hambre. Pero el Dibu, a 11 mil kilómetros, ve las cosas bien. Mientras tanto, hace publicidad de plataformas de apuestas on line. Donde les dice a los chicos que no apuesten. Que es lo mismo que decirles que lo hagan. No sabe que hay miles que están jugándose la vida y hasta la muerte en una nueva adicción que nadie vio venir. Y a la que él promociona.
Lionel Messi gana 12 millones de dólares al año, además de las publicidades y los contratos por promociones como los dos millones de dólares con Arabia Saudita y la sociedad con Beckham en el Inter de Miami para popularizar el fútbol en Estados Unidos. Messi se cuida mucho de no hablar acerca de la realidad del país, aunque las fotografías elegidas han sido con Mauricio Macri y las manos tendidas, con el dictador salvadoreño Nayib Bukele.
Lionel Scaloni gana 2,6 millones de dólares anuales. "Lo que veo es la zona mía del campo, y para nosotros es fundamental que al país le vaya bien y que se confíe en el campo. Entiendo que estamos bien, tenemos potencial para estar bien".
Es el mismo país. El mismo donde los ingresos de los trabajadores han sufrido la caída más grande de los últimos 20 años. Donde el empobrecimiento ha sido brutal. Donde el inicio fatal de la destrucción de la ciencia, de la cultura, de la educación y de la salud públicas vaticina el derrumbe de un país que alguna vez supo tener vanaglorias. O vanas glorias.
Los espejos de los niños y los adolescentes ferozmente empobrecidos son esos veintidós que en diciembre del 2022 hicieron estallar de felicidad a cinco millones de personas en las calles del país.
Cuando no hay nada que sea motor de felicidad.
Sólo esos diez ricos que vienen de Europa y luego se van.
Mirando de reojo a un país que ya desconocen. Atreviéndose a decir que la cosa anda bien. Y a publicitar hamburguesas y jabón de lavar la ropa y plataformas de apuestas on line.
Y los pibes sin un peso para ir a Mostaza juntan lo que se puede para apostarle a Riestra y salvar el finde. Mientras la derecha estúpida y maldita discute salvajemente la ESI y el acceso de los adolescentes a la educación y a la literatura. Porque parece más sano que sigan adelante deslumbrados por la zanahoria de oro que no alcanzarán jamás.
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Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
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