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Por Alfredo Grande
(APe).- En los últimos 15 años aproximadamente, casi todas mis ideas sobre la cultura, la política y la sociedad fueron escritas en la Agencia de Noticias Pelota de Trapo. La mayoría por ideas que fueron surgiendo y adquirieron formas gracias a mi formidable experiencia institucional que empezó hace años en un viaje en el colectivo 45 que compartí con Laura Taffetani. Los dos veníamos de una participación en un programa de radio invitados por nuestro amigo común Vicente Zito Lema. Desde ese lejano e inolvidable momento no dejé de escribir y publicar, cosa que debo y sigo debiendo a la generosidad de la Agencia.
En esta ocasión, la idea de este trabajo surgió en una columna del programa radial Periodismo en Movimiento, brazo radial del portal Tramas.ar del cual soy uno de sus numerosos fundadores. Me ha parecido oportuno profundizar las ideas de esa columna porque creo que la profecía fundadora del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, obviamente no la única, pero al menos para mí la principal, fue romper con la hipocresía burguesa sobre la niñez. El grito, el aullido que estampó para siempre que “El hambre es un Crimen”, barrió con las miradas almibaradas sobre infancias felices.
La brutal experiencia en los institutos de menores, con cuidadores carceleros violadores, que personalmente me relatara Alberto Morlachetti, (mi querido e inolvidable “Morla”) le quitaba el taparrabo a la ley Agote (ley 10.903) que fue conocida por el nombre de su creador, el diputado conservador Luis Agote. Introdujo en aquel entonces la categoría de “peligro moral o material” para referirse a los niños, que según él necesitaban la tutela del Estado. El Estado que debía tutelarlos a través de muchos de sus agentes los y las torturaba, las y los violaba, y esclavizaba.
Las infancias han sido la “carne de cañón” (literalmente) de los Estados Dominantes siempre con el adecuado disfraz de Naciones Soberanas. En el nombre de futuros inciertos, se pulverizaron infancias en nombre de presentes devastadores. Las democracias burguesas fueron y son la continuación del nazismo por otros medios. Pero hipócritamente su explotación despiadada, su intervencionismo imperial y criminal fue siempre soslayado. Porque era necesario combatir el peligro rojo.
Lo que en esos tiempos se decía era que la democracia era un sistema malo pero los otros eran peores. Los Ángeles exterminadores se encubrieron en la corta sábana de los votos hasta que llegado el momento en que se quitaban el antifaz y optaban por terrorismos de estado y magnicidios varios. Cobardes asesinos que terminaron con la cucarda de senadores vitalicios, presidentes de facto, consultores económicos. Todos hipócritamente indultados en los laberintos jurídicos de las democracias representativas. Décadas conviviendo lobos con corderos, palomas con halcones, en supuestos consensos que apenas eran pactos perversos.
La hipocresía es un pegamento que une al esclavo con su amo. La hipocresía sostiene la denominada institucionalidad, que es el alucinatorio político social para encubrir que no puede haber paz porque no hay justicia. Ya que el poder Judicial goza de un exceso de Poder y una ausencia absoluta de lo justo. Pero las mediocres medianías hipócritas no toleran el cinismo. Las democracias burguesas, representativas, son visceralmente hipócritas. Cuando las distintas formas de fascismo muestran cínicamente que el rey está vestido y el pueblo está desnudo reaccionan. Cuando el cinismo fascista exhibe los ropajes del Rey y la desnudez popular, reaccionan.
La hipocresía necesita que, si hay miseria, no se note. El cinismo fascista quiere que se note. Cuanto más se note, mejor. Déficit cero, hambre 10. Y lo que no toleran las democracias burguesas cultoras de la hipocresía de Estado es que se note. Una cosa es el pobre, otra cosa es una persona en situación de pobreza. El cinismo de que el pobre es pobre porque se lo merece, porque es vago y mal entretenido, indigna. Indigna más que la pobreza. Indigna que se acopien alimentos, pero no indigna que el hambre sea un crimen hace más de 40 años. Lo digo directamente: la indignación ante el cinismo de Estado no me convence cuando proviene de la clase mediera hipócrita ciega ante la explotación burguesa. Me produce mucho malestar.
A mi criterio, hipocresía y cinismo son diferentes actitudes frente a lo mismo: la explotación del trabajo manual e intelectual por el mediano y gran capital. O sea: la hipocresía sostiene culturalmente al capitalismo, que cuando se excede en sus fundamentos de lucro salvaje deviene en cinismo fascista. Es imposible combatir los excesos cuando se toleran los fundamentos.
La batalla cultural de liberación exige pulverizar el cinismo y la hipocresía y toda forma de subjetividad colonial. Solo así es probable que el hambre deje de ser un crimen. Y agrego: un crimen impune.
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