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Por Carlos del Frade
(APe).- Messi y Di María parecen ser la síntesis perfecta de Rosario como capital mundial del fútbol, como sostiene un cartel de propaganda del municipio de la ex ciudad obrera, portuaria y ferroviaria.
Pero son expresiones individuales de una cultura que supo consagrarse como capital nacional del fútbol argentino a mediados de los años setenta, cuando Central y Ñuls campeonaban seguido y surgía, entonces, el mito de la cantera, del semillero inacabable de la geografía donde Belgrano izara por primera vez la bandera.
El corazón del segundo cordón industrial más importante de América del Sur estaba resumido en las gambetas y el corazón de su fútbol, en la cancha chica asomaba la extensión de la cancha grande de la realidad y la historia de las décadas de los sesenta y los setenta.
Cuando Rosario fue saqueada por las políticas económicas y devino en ex ciudad industrial, su fútbol declinó protagonismo pero, sin embargo, de ese semillero surgían figuras que se vendían rápidamente al exterior. Messi y Di María forman parte de esa otra parte de la historia de la cancha chica y la cancha grande rosarina.
A principios de septiembre de 2024 -en el año que Di María no volvió a Central por amenazas de barras de Ñuls que buscaban encararse en el liderazgo de ese negocio que también manejan bandas narcopoliciales y luego de la nueva balacera contra el jefe de la asociación ilegal que conduce el adentro y el afuera de los negocios de la barra canaya, Pillín Bracamonte-, en esos días iniciales de septiembre de 2024, los dos equipos rosarinos no presentaron en sus formaciones de primera división ni siquiera a uno solo de sus jugadores surgidos de la mítica cantera, del otrora fabuloso semillero de las inferiores.
¿Dónde están los pibes que no paraban de debutar y convertirse en figuras de las selecciones juveniles y luego en la mayor?
Una excelente nota de investigación del periodista Carlos Durhand, titulada “La crisis del semillero rosarino: el peor día de la historia”, publicada en el diario “La Capital”, el pasado jueves 19 de septiembre de 2024, explicaba que el domingo anterior Ñuls “no utilizó de titular a ningún jugador surgido en Bella Vista, mientras que en Central apenas un canterano fue de la partida. Tras la pandemia en ambos clubes debutaron más refuerzos que juveniles de la casa”.
Un dato revelador marcaba que en los últimos cuatro años, desde que volvió el fútbol en noviembre de 2020, tras el Covid-19, en la primera de Newell’s se estrenaron 69 jugadores de los cuales 41 fueron incorporaciones (59 %) y 28 de las inferiores (41 %).
A su vez, por el lado de Central en este mismo lapso pospandemia de los 62 jugadores que debutaron solo 22 fueron de inferiores (35 %) y 40 llegaron desde otro club (65 %). Los números no hacen más que reflejar la realidad en ambos clubes rosarinos.
Hacia 2005, ambos clubes mostraban números en rojo a pesar de haber vendido por cientos de millones de dólares.
Nunca se supo el destino de semejante masa de dinero pero lo cierto es que desde hace años, el destino de los pibes en las inferiores de Ñuls y Central parece estar en manos de los mismos que en la cancha grande de la historia rosarina manejan la vida de decenas y decenas de chicas y chicos en los barrios a partir de las armas, la violencia y la droga.
Lo que sucedió en esa fecha apuntada por la nota de Durhand es un llamado de atención para los que dicen defender los colores de los clubes rosarinos.
Hace rato que en la ciudad de los pobres corazones, como diría Fito Páez, minorías mafiosas ganan usando la vida de pibas y pibes desesperados que no pueden zafar de las reglas de juego, ya sea en la cancha chica del fútbol como en la cancha grande de la realidad.
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