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Estas épocas de crueldad extrema extienden la vida y los jubilados son expuestos a todos los patíbulos como los responsables del déficit fiscal. Ayer, en esos miércoles a los que les puso sello Norma Pla hace tres décadas, la policía se ensañó y reprimió la protesta de hombres y mujeres de más de 70.
Por Silvana Melo
(APe).- Ayer la policía federal gaseó a los viejos.
Ya lo había adelantado la canciller Diana Mondino cuando puso en cuestión los créditos de la ANSeS para jubilados porque “es casi seguro que se van a morir”. Y, por supuesto, van a dejar cuotas sin pagar. Y un pecaminoso agujero deficitario en las arcas del estado. Quedaba en claro que no habría una gota de piedad para los viejos. Era marzo, ya diciembre había terminado con casi un 30 % de inflación y enero con un 20,6 y los jubilados sin aumento y con el viejo bono de 70.000 que continúa, sobreviviente como una cucaracha a toda glaciación, ocho meses después.
Estas épocas de crueldad extrema extienden la vida pero la vuelven insoportable. Más años y más pena, un maridaje insostenible. Hoy los jubilados –los viejos, para elegir la extrema claridad- son expuestos en todos los patíbulos como los responsables del déficit fiscal. Y su martirio, impuesto por quienes creen que gastar en gente que se va a morir es vano, llave fundamental para el dorado superávit con el que el presidente duerme en su mesa de luz todas las noches.
Si no vetara la ley de movilidad jubilatoria, ésa que él asegura que le quebrará la estatuilla superavitaria de la duermevela, los jubilados de la mínima (una categoría humillante que abarca al 65 %) cobrarían un aumento de 22.247 pesos. Actualmente apenas llegan a los 300.000 incluido el bono eterno; es decir, si la revolucionaria movilidad jubilatoria del Congreso se mantuviera viva, los viejos de la mínima harían desastres con 317.247 pesos.
En mayo, durante un debate de la comisión de Presupuesto y Hacienda de Diputados, María Eugenia Vidal –teniendo en cuenta que esta realidad derrumbaría los logros gubernamentales- había propuesto que el aumento se pagara en doce cuotas.
Doce cuotas.
Ayer, en un miércoles de ésos a los que Norma Pla le puso sello hace más de tres décadas, la policía federal les pegó a los jubilados. Les tiró gas pimienta. A hombres y mujeres de más de setenta. Pobres, sin vida por delante, con medicamentos recortados, con dos pesos mensuales en sus cuentas, en un país donde los viejos son los residuos del sistema.
Las rémoras de un país que pudo ser otro. Pero no fue.
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