Lo que gritan los loros

Los loros barranqueros, bellos y coloridos, tuvieron que migrar por culpa del desmonte. Viven en las barrancas de un balneario rionegrino. Pero sin el monte no tienen alimento. Y se mudan a los pueblos. Hay 70.000 en un pueblo de 5.000 habitantes. Hay que escuchar lo que gritan. Porque peligra su vida. Peligra la vida.

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Por Silvana Melo

(APe).- Hilario Ascasubi está a 200 kilómetros del balneario El Cóndor, de Río Negro. Dos horas por Ruta 3. Bastante menos, seguramente, a vuelo de loro barranquero hambriento, que cruza la frontera de Buenos Aires y Río Negro buscando desesperadamente el alimento que el desmonte le saqueó.

Los loros, verdes, rojos, amarillos, turquesas, tuvieron antes de la topadora un circuito virtuoso. Los barrancos rionegrinos, los montes del sur bonaerense y el regreso en primavera a la costa del mar del sur donde se concentra la colonia más grande de loros barranqueros del mundo.

Como los montes del norte languidecieron al 4% anual (un porcentual peor que el amazónico) los loros tuvieron que empezar a buscar alimento en otros platos. Especialmente en los campos de girasol cercanos.

Entonces invadieron Hilario Ascasubi. Dicen que son casi 70.000. Un número similar a la colonia de El Cóndor. Todos ellos en un pueblo de 5.000 habitantes. 17 por ascasubeño.

"No te dejan ni escuchar tus pensamientos", dice la mujer a escobazos. Años que los sufren pero cada vez es peor. Porque el desmonte no se detiene aunque una nube multicolor de loros se plante ante la topadora y le armen un griterío infernal. Como el de los días y las noches en Ascasubi. Donde se comen hasta los cables. Y cortan la luz y la señal de internet. Hasta apagaron la Fiesta de la Cebolla (en la región se produce el 50% del consumo nacional). A ver si la gente que manda escucha alguna vez. Cuando se quedan a oscuras y sin Instagram ni whastapp ni tik tok.

Pero sólo los escucha el pueblo, la gente que no sólo recibe la caca de los loros sobre su cabeza, sino la de todos los infames que gobiernan día tras día.

A lo que dicen los loros no lo escuchan los adefesios que niegan el cambio climático y organizan negocios millonarios para arrasar con la naturaleza. Lo están escuchando los ascasubeños día y noche y se oye por acá también. Habrá que colocar altavoces escondidos en todos los despachos oficiales para que el grito de mil colores los aturda.

Ellos, como sucederá con miles y miles de seres humanos en no demasiado tiempo, tuvieron que migrar por la sequía, por el desmonte, por la transformación del clima bajo la mano del hombre. Como migran los zorros, las yararás, las ardillas a Luján.

Los loros barranqueros utilizan huecos en barrancos –generalmente los construyen- y acantilados para criar en colonias a sus pichones. Los huecos, en esa generosidad tan biodiversa, también son utilizados por otras especies: abejas silvestres, pequeños mamíferos y reptiles, lechuzas de los campanarios, golondrinas negras, carpinteros campestres, halcones peregrinos y chimangos. Se les dice “creadores” de ambientes. Unos arquitectos maravillosos.

Treinta mil nidos albergan sus crianzas en los barrancos, con dos a cuatro huevos, incubados 24 días. A los 63 los adolescentes asoman al mundo pero si los padres siguen proveyendo el alimento se quedan con ellos hasta los cien días. La pareja de loros convive para siempre: se eligen y se tienen hasta que un mal viento o la deriva de un agroquímico o una hambruna de desmonte deja a uno de los dos fuera de combate.

El crecimiento de las ciudades, la extensión de la frontera agrícola, el desmonte indiscriminado, afectaron fatalmente el hábitat de los loros de los barrancos en el sur más sur de Buenos Aires. Ellos son del monte, se alimentan y se cobijan en el monte. Y lo perdieron. Entonces buscaron el agua y los granos en los pueblos. Y en el camino se cruzaron con Ascasubi.

La convivencia es difícil. Todos son sobrevivientes de un tiempo donde la tierra comienza a rebelarse contra los símbolos de una vida hostil. No será fácil restaurar su monte, su hábitat nativo. Y llevará tiempo. Mucho. Ellos, mientras tanto, se adaptarán como puedan a otros ambientes y chocarán con sus habitantes.

A la vez, como sucedió en 2021, pasarán épocas de tremendas mortandades. Los 300 loros muertos de aquel verano encontraron explicación en la sequía, en La Niña, en el desmonte y en la hambruna generalizada. Deben volar hasta 70 kilómetros para buscar el alimento para sus pichones. Muchos adultos no vuelven porque mueren en el camino, tantas veces por derivas de agrotóxicos. En casa, los pichones también mueren porque la comida no llega.

Hay que decirles que no se callen. Que allá en lo alto deben escuchar lo que gritan los loros. Que es lo mismo que dicen las ardillas de Luján, el yaguareté asesinado en Misiones, la invasión de minúsculos trips en el verano terrible 2022/23, los carpinchos que tocan todos los timbres en los countries lujosos que les robaron los humedales. Lo que gritan todos. Que es la verdad.


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