Fausto, la identidad como bandera

La historia de Fausto Huala resume la de tantas y tantos jóvenes mapuche que resisten en la adversidad. Soñaba con un mundo que no se parecía en nada al que habitaba. Luchaba, desde su identidad, contra una vida dominada por los Lewis, los Roca o los Benetton. Hasta que ya no pudo.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Fausto Huala decidió ponerle fin a esta vida el jueves pasado. Jueves, como los jueves donde la eternidad se hace ronda en la Plaza que camina justicia y desanda identidad. Identidad como la que desenfundó como un arma caliente desde el primer día que se supo mapuche.

Tenía 31 años, vivía con sus tres hijos, su compañera y tenía un auto con el que hacía las diligencias de su oficio, en esa otra dimensión de mundo que habitaba, que no se parecía casi nada al mundo en el que creía.

“Uno sueña con muchas cosas: estar tranquilo, vivir en el campo, vivir de la siembra, de los animales. Es algo que, lamentablemente, nosotros no vamos a poder lograr. Tal vez sí lo van a poder lograr mis hijos o mis nietos, si es que uno sigue peleando así. Pero es muy difícil”.

Había algo en su interior que hacía más ruido que el motor de la catramina vieja que manejaba. Ese algo que trasciende leyendas e historias y las imprime en el cuero y el espíritu. Ese mismo susurro hecho alarido que llevó al cacique Inacayal a preferir el suicidio a la resignación de una vitrina en un museo.

Como su hermano Facundo, weichafé guerrero, que sostiene en Temuco hace 40 días una huelga seca en la defensa de su territorio y de un río. Porque el cinismo y la crueldad del estado son marcas registradas a la hora de esconder en la historia a los mapuche, entonces por qué, mientras los principales cursos de agua son cedidos a los proyectos extractivistas, no dejar morir deshidratado a un hombre que lucha por un río. Como Soledad Cayunao, resistiendo en su territorio con piedras y gomeras, acampando en la veranada y la invernada, defendiendo el Río Chubut, contra patotas armadas y helicópteros.

Fausto reconoció la legitimidad de la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) y MAP (Movimiento Autónomo del Puel Mapu): dos frentes de resistencia de las comunidades organizadas frente al avance imparable de un estado que escribe, si alguna vez dejó de escribirlo, el segundo capítulo de una infinita campaña al desierto.

Fausto fue otro de esos niños que crecen en los barrios de los altos de Bariloche, al abrigo de las montañas que separan, con una línea imaginaria cortada por la tijera avara del capital, la bravura y la rebeldía del paisaje que constriñen en un corset armonioso para ilustrar un folleto turístico.

Creció con sus hermanos en uno de los barrios más pobres de la Patagonia, alejados de todos los lujos de las casas y las cadenas de hoteles que juegan al Monopolio con la tierra que saben les pertenece. La primera vez que conoció al estado fue manifestándose por la muerte de un vecino por hipotermia. “Tenía ocho años cuando la policía me pegó por primera vez. Me pegaron patadas en el piso y me arrastraron”.

A la edad en que la clase media empieza a hacer cálculos para que sus hijos vayan a experimentar la cirrosis en su viaje de egresados, participó de la primera recuperación territorial de la comunidad Paichil Antriao: “Nos llevaron, esos cinco o seis kilómetros hasta la comisaría, pegándonos todo el camino. Cuando llegamos a la comisaría, hicieron un pasillo de policías y nos metieron en el medio. Recibíamos patadas y golpes de todos lados”.

En 2017 estuvo resistiendo en Cushamen, ahí donde gendarmería desapareció a Santiago Maldonado, hace ya siete años. Ese mismo 2017 lo encontró en Villa Mascardi, donde participó de la recuperación territorial de la Lof Lafquen Winkul Mapu donde fue testigo de cómo los Albatros de la Prefectura Naval asesinaban a Rafael Nahuel.

Fausto Huala decidió ponerle fin a esta vida el jueves pasado. Esta vida en la que Joe Lewis se pasea como Roca, el Perito Moreno, los Braun, los Blanco Villegas, los Benetton y como muchas familias patricias de bajos instintos y dudosa estirpe: usurpando tierras y lagos, delineando estrategias militares, coimeando funcionarios y amedrentando a golpes, balas y fuego, a las comunidades que todavía resisten. Esta vida en la que los capitales extranjeros con el aplauso y la idiotez cómplice de la clase dirigente subastan el equilibrio y la cadencia de ese mundo que no hace ruido y que no cabe en las palabras que conocemos. Ese por el que Fausto se fue a seguir peleando.

Foto de apertura: Gustavo Figueroa


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