El error (de ser) marginal

Ser niño en la Argentina es arrastrar una larga cadena de desesperación, esa enfermedad contagiosa que enarbolan generaciones de sin nombres con destino de estadística. Sobrevivir con la rapidez con la que el sistema destruye sus deseos de volver al mundo de la infancia que nunca habitaron.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Sobrevivir acondicionado, amoldado, aclimatado, sensibilizado a cualquier estímulo externo. Nacer, crecer y madurar en la pobreza. Estudiar al hambre como un hobbie cruel. Acostumbrarse al sabor de clavo metálico oxidado en la boca en el país donde tiraron a la basura 8 mil kilos de mandarinas porque no pudieron venderlas.

Ese mismo país donde Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad, busca a un niño que hace 17 días desapareció de su casa en la panza de un yacaré, y, Mariano Cúneo Libarona, Ministro de Justicia decidió bajar la edad de imputabilidad a los 13 años.

 “Los jóvenes no están exentos en cuanto a la actuación y comprensión de la criminalidad de los actos (…) deben ser protegidos y respetados en todo momento, incluido el derecho de ser tratados de manera justa y equitativa en el sistema judicial”, plantean dos ejes de la reforma

Tratados de manera “justa y equitativa”, 10 millones de pibes comen menos carne, lácteos, frutas y verduras que hace un año porque los ingresos del 48% de los hogares argentinos no alcanzan a cubrir los gastos mensuales corrientes: son más de 3 millones de hogares en los que la plata no alcanza para lo básico.

Desarrollarse como niño en la Argentina es arrastrar una larga cadena de desesperación, esa enfermedad contagiosa que enarbolan generaciones de sin nombres con destino de estadística.

¿Dónde van los que ya no pueden comer en casa ni en las escuelas? ¿Dónde los que encuentran las puertas de comedores, clubes e instituciones cerradas? Se mueven, poseídos por la furia, en el sentido de un tiempo que no sabe de futuro y no conoce de un pasado digno de recordarse. Se mueven en el sentido de sobrevivir. Eso nada más: sobrevivir con la rapidez con la que el sistema destruye sus deseos de volver al mundo de la infancia que nunca habitaron.

Cuando se arrastra semejante sombra, se piensa muy poco, en muy pocas cosas: la mayor parte del tiempo lo mejor es no pensar en otra cosa que en cuándo se volverá a comer otra vez, cuándo en el país donde tres personas murieron de frío durmiendo en la calle, se podrá conseguir una cama caliente.

Son los soldaditos del sistema. Los que engrosan las filas del descarte, aquellos a los que miran con odio cuando limpian parabrisas o hacen malabares. Son el renglón de los incontados, la presa predilecta de la policía, el “gasto público fiscal” que primero se recorta. Son la causa perdida que no deja ganancia y pervive a los gobiernos de todos los colores partidarios.

Según datos de la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia en 2023 se registró un aumento -al que hace referencia Milei y su gobierno- en las causas que tramita el fuero juvenil. Ese aumento es del 8% en la participación de robos, hurtos, agresiones, abusos y hasta asesinatos (1.6% sobre entre 21 y 26 mil denunciados) en los que participaron niñeces y adolescencias. Lo que no dicen es que la incidencia de los imputados menores de 18 años sobre el total de los delitos es del 2.6% del total y que, en la mayoría de los casos, los menores fueron instigados por mayores de edad. 

2.6%: casi un error marginal. ¿Qué hace a un niño tomar un arma y arrancar una vida? “El comportamiento del delito juvenil ha tenido un movimiento estable en los últimos años”, señalan especialistas en el tema. Lo que no dicen es que la economía y las principales instituciones y políticas públicas en nuestro país no son estables y han promovido los mecanismos para que aumente la pobreza. Hoy el 55.5% de la población es pobre. 

Quizá sería hora de romper los eslabones que atan a los pibes a su cruel y evitable destino de bestias: a los hombres se los transforma en bestias cuando se los despoja del deseo de vivir - que no es sobrevivir- una vida donde la comida, la salud, el abrigo, la educación, la vivienda, no sean privilegios, anécdotas, ni grandes lujos ocasionales.

Mientras tanto, la cárcel no debería ser la solución para quienes salen a defender enfundando un arma el lugar que, desde el sentido común, los medios de comunicación, el desinterés de la política y la indiferencia de las estadísticas que nunca parecen representarlo le dejaron: el del error marginal.


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