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Loan, Guadalupe, Sofía, María Soledad, Marita. Niños o jóvenes cuyas desapariciones no hubieran ocurrido sin las trampas de la complicidad institucional. Historias ancladas en sociedades en las que, la oscuridad, suele construirse o abonarse desde los diferentes entramados del poder.
Por Claudia Rafael
(APe).- ¿Es posible sostener las redes del crimen organizado sin el aval, el apoyo, la connivencia de las instituciones del Estado? ¿Es factible mantener aceitado un flujo de víctimas sostenido sin que haya ojos y oídos enfocados para que cada operativo sea exitoso? Sea crimen organizado en torno del tráfico de armas, de drogas o personas.
La desaparición de un niño de 5 años en un pueblo olvidado de Corrientes ocupa cada minuto de los medios audiovisuales durante las 24 horas del día. Con una carrera mediática para ver quién ofrece la cobertura más novedosa, con los elementos más truculentos y las perspectivas más originales. En el trasfondo, lo de siempre: complicidades institucionales, connivencias desde los diferentes poderes, miserabilidades humanas, pobreza extrema.
La historia de Loan transcurre en una de las regiones más pauperizadas del país: el Noreste argentino. Con una realidad cotidiana en la que se malvive entre ausencias y carencias. Con los dolores a cuestas de quienes no arriman ni siquiera en sueños a los 850.000 pesos mensuales que las estadísticas indican como necesarios para no ser pobre. Con vidas desdeñadas por quienes distribuyen las cartas en el cuadrilátero de un capitalismo feroz en el que empresarios como Marcos Galperín (Mercado Libre) acumulan una fortuna de 6300 millones dólares o Paolo Rocca (Techint) 5600 millones de dólares. Y en el que los ocasionales ocupantes de sillones en el poder político no hacen más que abonar las inequidades profundas que lubrican el modelo.
Sin avales institucionales, no existe modo alguno para que un niño de 5 años simplemente se pierda o para que sea víctima de un secuestro por parte de dos, tres o cuatro delincuentes pueblerinos que juegan a hacerse un botín. Como tampoco ocurrieron así las desapariciones de las pequeñas Guadalupe Lucero, de 5 años, el 14 de junio de 2021 o Sofía Herrera, de apenas 3 años aquella primavera de 2008 en un camping fueguino.
Durante demasiados días se hurgó con manotazos de ahogado en los lugares erróneos. No llamó mínimamente la atención (por connivencia, estupidez o desidia) otro tipo de criminalidades que se hubiera desarticulado en los mismos días (con Loan ya desaparecido) una banda narco chaqueña (con vínculos hacia Santa Fe) con ramificaciones en Goya y allanamientos que, incluso, se desarrollaron en 9 de Julio. No convocó los ojos de los investigadores que algunos de los ahora imputados hubieran viajado a otra provincia después de participar en el fatídico almuerzo.
La historia de las múltiples desapariciones icónicas en las últimas décadas ofrece primas insoslayables de corrupción y complicidad. Cuando en 1990 María Soledad Morales desapareció, a sus 17 años, en Catamarca, hubo un sinfín de irregularidades y pasajes oscuros. Se echaron a correr versiones sobre supuestos sospechosos, se ensució el nombre de la adolescente, se llegó a lavar el cuerpo con una manguera para borrar pruebas. Hasta que, finalmente, voló por los aires un gobierno provincial.
La desaparición de Marita Verón el 2 de abril de 2002, hace ya 22 años, destapó –aunque nunca se la logró encontrar- una estructura criminal con hilos en las fuerzas policiales, la justicia y el poder político. Que hicieron lo imposible para amparar el secuestro en Tucumán de esa joven mujer que ya habrá cumplido, si sigue con vida, 44 años.
La lista es infinita y el hilo en común suele ser la complicidad institucional. Para operar un secuestro o para, luego, cubrir la búsqueda de la víctima.
Loan tiene 5 años. En un mundo en el que alguien, como parte de una estructura de perversidades, le puso una linterna sobre el rostro y le marcó el sello de descartable. Cuando, en verdad, a los niños y niñas hay que tatuarles en el alma y en la piel los sellos de la rebeldía, de la risa, de la dignidad. Cuando hay que abrirles todas las puertas camino a una sociedad sin espanto ni crueldad.
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