De protestas y ladrillos

Esta semana, en el país donde en la bandera alguna vez brillaba el sol, 33 personas fueron detenidas por ejercer su derecho a la protesta.Será cuestión entonces de volver a tejer las redes por fuera de lo virtual. Reemplazar la validación tibia de un like a distancia, por la incómoda impostura de un abrazo de esos que tardan en acomodarse a nuestra silueta hasta encajar.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- “¿Cómo arrojás un ladrillo por la ventana de un banco si no podés levantarte de la cama?”.

Inflación, aumento de la pobreza, despidos. Putin y la Liga de los Países Árabes alertando a los países del G7 sobre su hostilidad. Estados Unidos e Israel loteando nuestro territorio. Patricia Bullrich reunida con Bukele en El Salvador. El genocidio palestino vía streaming, con la complicidad, por acción u omisión, de todo el mundo.

“¿Cómo arrojás un ladrillo por la ventana de un banco si no podés levantarte de la cama?”, se preguntó la artista Johanna Hedva en su libro: “Teoría de la mujer enferma (2018)”.  

¿Cómo sostenerse cada mañana entre el sarpullido infame de las noticias, lo que se presume realidad, enrollada lista para llevar y consumir a toda hora en el feed de las redes sociales, sin sentir el peso de una tonelada de piedras en el cuero?, nos preguntamos. ¿Cómo alzar la vista nublada, manteniendo el optimismo, pero sin abrazar la indiferencia, romantizando lo minimalista, pero con conciencia del privilegio?

Esta semana, en el país donde en la bandera alguna vez brillaba el sol, treinta y tres personas fueron detenidas por ejercer, frente al tratamiento de la Ley Bases en el Senado, su derecho a la protesta. Aunque liberaron a 28, 5 siguen detenidos y todos permanecen procesados por delitos que van desde la resistencia a la autoridad hasta la sedición.

Dicen los medios de comunicación que es algo inaudito esto de protestar y que en el Primer Mundo no pasa. No pasa en Francia, donde a pesar de la sombra de Marine Le Pen oscureciendo la egalité, la liberté y el resto del verso burgués, los trabajadores rurales inundaron de mierda las calles de París. Tampoco en España, donde las protestas agrícolas mantuvieron sitiada Madrid o en Estados Unidos, donde los cientos de miles de estudiantes que germinaron la semilla de la resistencia palestina en los campus se oponen a los planes de Trump y su Project 2025.

Aparentemente es un fenómeno nacional y quienes participaron no eran militantes partidarios, políticos, incluso ni siquiera eran vendedores ambulantes, estudiantes o desafortunados que pasaban caminando o la miseria les chantó una vereda por habitación. Son un grupo de delincuentes peligrosos. “Terroristas” con inquietudes golpistas que agredieron a los pobres policías desvalidos que cumplían el deber de cuidar el bien común. Parece que el conjunto desclasado de uniformados es inocente y no es responsable de los casi 9000 casos de gatillo fácil que desde 1983, según CORREPI, fueron cometidos por agentes de seguridad del Estado. Tampoco de los femicidios, perpetrados en un 60% por agentes de seguridad estatal.

“Desmanes”, “un auto incendiado”, “piedras”, “destrozos en la plaza”. Así intitulan las notas los que reciben el sobre y se sabe, amasan la agenda. Dicen poco del RIGI (Régimen de Inversiones de Gran Impacto), eufemismo para la puerta giratoria que habilita a los grandes capitales a timbear el suelo, rifar el agua, contaminar el suelo y el aire, con o sin sus habitantes. Dicen casi nada de la Reforma Laboral que, con miras al déficit cero y al FMI, deja desprotegidos a los trabajadores que, en un contexto donde el 60% de la población es pobre y más de 7 millones de trabajadores se desempeñan en la economía informal, sacude del mantel del abismo sistémico a millones. Nada mencionan sobre la entrega de la soberanía, esa superchería que encubre territorios de ese “todos” que ya tiene dueño.

Sin embargo, camino a la configuración de nuevos límites administrativos, políticos, sistémicos, económicos, todavía saben que podemos resistir.

En nuestro país, Patricia Bullrich habilitó el patrullaje de todas las fuerzas en territorios con conflictos ambientales. Existen nuevos proyectos de criminalización de la protesta que barajan incluir en el Código Penal, ensayo esta semana mediante, para caratular como delito la protesta.

En Estados Unidos, Project 2025 (proyecto de transición presidencial para la conservación del status quo) incluye reformas conservadoras que desde la constitución penan el uso de palabras que atenten contra los intereses de la extrema derecha cristiana. En España y Francia, tanto VOX como Le Pen, tienen proyectos para criminalizar la protesta y abolir la legislación sobre discursos del odio y agenda de derechos humanos.

Entonces: si la protesta y la resistencia son la respuesta frente al ascenso del fascismo: ¿Cómo arrojás un ladrillo por la ventana de un banco si no podés levantarte de la cama?”

Pandemia mediante, el aislamiento y desarrollo de la ansiedad y las fobias sociales fueron fermento para que las redes se conviertan en el núcleo de convergencia, donde el mundo real es un segmento de personas que muestran aquello que quieren mostrar, feteado de antemano por la lógica mercantilista del consumo y la inteligencia marketinera que define con quién conviene relacionarse y con quién no.

A través de la montaña virtual, nuestras voces y opiniones lanzan un ladrillo a través de la ventana de lo repudiable que rebota entre los umbrales de un nosotros que tiene por límite aquello que nos gusta, lo que no incomoda, lo que se me parece.

Será cuestión entonces de volver a tejer las redes por fuera de lo virtual. Reemplazar la validación tibia de un like a distancia, por la incómoda impostura de un abrazo de esos que tardan en acomodarse a nuestra silueta hasta encajar. Será cuestión de forjar la eternidad para siempre, en otras plazas que no sean únicamente la que nos recuerdan nuestro pedazo de negra historia.

Será tiempo de darse a la tarea agotadora de darse, y hacer memoria no una vez al año sino todos los días y llenar de rondas todas las plazas de este suelo. Será tiempo de resistir, de fortalecernos juntos. De apoyarnos entre nosotros, para juntar ladrillos y estamparlos cuando llegue el momento, sobre los vidrios de cada injusticia que el deseo nos llame a dejar de vivir.


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