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La muerte de un hombre que vivía en la calle interpela al sistema en su integridad. Hace dos años fue una bebé de tres meses a una cuadra de la Rosada. La insensibilidad y la crueldad de del capitalismo, en las grajeas del PJ vencidas o en verdugos libertarios. Siempre la pena capital cae en los más castigados.
Por Ignacio Pizzo
(APe).- El 31 de mayo un hombre de 48 años fue internado. En su cuerpo se detectó una secuela pulmonar severa producto de una tuberculosis activa y por otro lado, una neumonía con varios gérmenes multirresistentes, es decir bacterias muy agresivas cuya respuesta a los antibióticos es escasa o nula. Finalmente presentó una falla de varios órganos. Falleció el 2 de junio en soledad, sin familia, en un gris domingo con temperaturas de otoño que invaden la piel.
En sus análisis de laboratorio presentaba algunos indicadores que hacían pensar en una persona que no se alimentaba desde hacía varios días. Falla hepática, falla renal y problemas severos de coagulación. Al ingreso apenas pudo esbozar con su hilo residual de voz que se llamaba Juan y vivía en la calle.
Ser y estar en la calle, sin redes sociales de ningún tipo, ni las reales que tiendan una mano, ni las virtuales que abonan una fantasía de época. El último peldaño en la escala de vivienda, la calle. Murió olvidado. Su historia clínica y su defunción dirán que la falla multiórganica secundaria a una infección por gérmenes multirresistentes es la causa del deceso. No obstante, hay razones suficientes, sobradas, para narrar su muerte dentro un disparate terrorífico. Su final de vida se inscribe en la crueldad de una paradoja provocativa, donde los depósitos repletos de alimentos sin repartir yacen como monumento a la estupidez y a la crueldad humana.
Mientras, se hace viral la palabra del presidente: “si no se llegara a fin de mes habría gente muriendo en la calle”. Quizá al primer mandatario no le alcance con Juan y querrá muchos como Juan para que sus ojos perversos puedan alguna vez esbozar algo parecido a la compasión. A este panorama podemos y debemos sumar la propaganda estatal de la ciudad con videos donde la jactancia de echar a patadas de la calle a los transeúntes permanentes de la patria, de secuestrar sus pertenencias para cargarlos en una camioneta amarilla, monta el espectáculo perfecto de limpieza étnica con el relato del Macri que cruzó la General Paz con su operativo “orden y limpieza”. Remite al otro, su primo y expresidente que, al inicio de su mandato en la CABA, había creado en 2008 las UCEP (Unidad de Cuidado de Espacios Públicos); posteriormente este organismo fue disuelto por sus prácticas ilegales.
Los ojos de Juan se cerraron, con una historia detrás, una historia que supo amalgamarse con el desprecio propinado por la sociedad. La cuerina de la camilla del Hospital Tornú tal vez fue la única caricia que se acercó a Juan desde niño, desde adolescente, desde su juventud hasta llegar a sus 48 años con muchas etiquetas médicas presentes en su cuerpo, todas evitables.
Los hospitales miran hacia su adentro y atajan los penales de la injusticia instalada, materializada en desigualdad.
El poder político hace tiempo no tiene como pretensión abrazar a los desposeídos. Los primeros mandatarios no contemplan la oscuridad con que nuestro futuro se ensombrece. Hoy fue Juan.
Hace apenas un año y unos meses una niña moría en la calle en brazos de su madre, a una cuadra de la Casa Rosada, el centro neurálgico de la administración estatal nacional. En aquella oportunidad el presidente era Alberto Fernández, la fuerza política era otra, pero la estructura que mató a esa niña que vivía con su familia, alojada bajo la recova del ministerio de economía, era la misma. Una lógica darwinista, la selección natural de una tundra de asfalto y colosos de cemento con mármol. La Rosada y el ministerio de Economía. Una niña, viviendo en la calle con su familia y muriendo a los 3 meses con el expediente de muerte dudosa.
Un adulto que fue niño, al que preparamos durante 48 años para morir infectado con múltiples microbios. Su maltratado cuerpo fue el escenario de una obra donde un director perverso escribió el guión de una desmesura impúdica, obscena. El capital, ya sea en grageas de PJ vencidas o en verdugos libertarios, propone para la capa más pobre la pena capital. Propone la muerte por hambre, porque al parecer el déficit fiscal y el universo financiero no tienen por qué ocuparse de “la microeconomía”.
Si bien la escena del teatro de horror se exhibe con hambre y muertes evitables por un lado y alimentos a puntos de vencer secuestrados en un depósito por otro, el gobierno actual no inventó nada más que una sinceridad, muchas veces escondida por conversos de otros tiempos. Hace algún tiempo en la gobernación del motonauta en la provincia de Buenos Aires (primero menemista, luego kirchnerista, posteriormente albertista, si es que existe tal cosa y ahora libertario), las becas del programa UDI (unidades de desarrollo infantil), para la provisión de alimentos y menesteres se había retrasado cerca de seis meses en el año 2012, aparte de no actualizar el monto, obligando a las organizaciones que estaban bajo este programa en algunas ocasiones a cerrar por falta de insumos, principalmente alimentos. A una larga lista de jardines maternales, comedores, centros de día, casas del niño, se les terminaba el sueño diseñado para transformar la vida de niños en algo más que un destino de penas y olvidos. Aquel hecho fue una cuota más de un plan de pagos, del tributo de sangre de niños, niñas, adolescentes y adultos con sus vidas mutiladas. A este sueño motonáutico hecho carne se sumaba el desfinanciamiento del programa Envión. El escenario era en aquella oportunidad la provincia de Buenos Aires, con su conurbano sin fin.
Es tarde, sangre bajo el puente, con personajes que aún persisten desde el sótano y en las terrazas de una democracia impura. Con barbarie canalla que se autopercibe civilizada.
Actualmente pretenden repartirse los alimentos secuestrados y con fecha de vencimiento próxima, con el mismo ejército que lanzaba cadáveres desde un Hércules y se apropiaba hijos de los militantes desaparecidos. El decrépito Abel Albino, y su fundación CONIN, recibe la mercadería de manos de una fuerza militar que supo matar a sus compatriotas. Esos que soñaban un hospital de niños en el Sheraton Hotel, esos que lucharon porque la calle no sea un lugar en el mundo, esos que soñaban con niños privilegiados. Esos militantes que no hubiesen dejado morir a una niña de 3 meses a metros de la Casa Rosada y no hubiesen permitido que una persona de 48 años yaciera moribunda en la cama de un hospital, luego de una vida a la intemperie.
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