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INFORME. La lógica de la crueldad
Más de 12.000 personas viven en la calle en CABA. El gobierno reconoce apenas 1300. Los corren bajo la premisa de orden y limpieza. En un informe profundo, APe habló con organizaciones que aseguran alimentos y ayuda en los trámites. Paradores como “aguantaderos”. Violencia expulsiva de los operativos. La exhibición de la crueldad.
Por Claudia Rafael y Silvana Melo
(APe).- “Orden y limpieza”. Con esa consigna el gobierno de la ciudad más rica del país promociona su política acerca de unas 12.000 personas a quienes la desigualdad, el abandono, la indigencia, fueron arrinconando en las calles. No es una política integral. Es apenas quitarlos de la vista. Con ese eslogan se equipara a quienes viven y mueren en una esquina o bajo el techo del ingreso a un banco con la basura que hay que remover para liberar veredas y edificios. “Suben posteos en los que muestran cómo los policías limpian las veredas diciendo que son de todos, mientras manguerean y mojan las pertenencias de las personas en la calle”, advierte Barby Alegre desde la organización social Sopa de Letras. “Antes lo hacían y lo visibilizábamos las organizaciones. Hoy ya no es necesario. Porque ellos lo difunden con orgullo por lo que hacen”. Un cambio notable en la exhibición de la crueldad.
Horacio Avila habla desde Proyecto 7, una organización “de gente en situación de calle”. Avila se cuenta desde dentro de esos márgenes donde, asegura, hay más de 12.000 personas en esa amenazante intemperie. Diez veces más de los números oficiales del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (1.300) que, en palabra de los funcionarios, sintetizaron en delincuentes con cuchillos, basura que hay que limpiar en vastos operativos, adictos, con trastornos de salud mental, usufructuadores de los cajeros como monoambientes, ventajeros que se juntan en ranchadas.
Los números oficiales suelen ser aleatorios y poco variables a través de los años, aun cuando las condiciones sociales han ido empeorando exponencialmente. El Censo Popular de Personas en Situación de Calle de 2019 en CABA determinó 7251 personas viviendo a la intemperie. El informe de la Ciudad insistía en los 1.100.
Diego Kravetz, el secretario de Seguridad, fue brutalmente honesto con el pensamiento de la nueva administración de CABA. “Hay mucha gente en situación de calle y la mitad de ellos, unos 650, tienen antecedentes penales, según un relevamiento que hizo el Estado con los DNI de esas personas”, dijo, aunque minimizó el número notoriamente y extendió la teoría siempre fructífera del vínculo entre el delito, la pobreza y la marginalidad. Habló de la “peligrosidad” de la gente que vive en la calle porque “tienen armas impropias, como facas y cuchillos”. Y se cuidó muy bien de aclarar que “muy pocos son de la Ciudad”, es decir, “la mayoría viene de la Provincia”.
Paradores o aguantaderos
Mónica Farías, desde la Asamblea de San Telmo, interpreta que la insistencia del gobierno de la ciudad en el número de 1.300 personas durmiendo en las calles tiene que ver con “justificar partidas presupuestarias más que exiguas”. Barby Alegre ofrece la perspectiva de lidiar día tras día, noche tras noche, con las dificultades para conseguir comida, con solventar las tarjetas SUBE, con resolver el problema de las duchas y asegura que “ellos dicen que tienen 16 dispositivos. Pero hace meses que llamamos al BAP (Buenos Aires Presente) y no hay lugar al que puedan ir a dormir. Nosotros, como organizaciones, no podemos resolverlo. Los paradores están colapsados. Aunque son pocos los que quieren ir, esos pocos, no encuentran vacante”. Los describe como enormes galpones fríos, expulsivos, carentes de todo tipo de contención, en los que cada vez hay menos profesionales.
“Hay mucha gente en situación de calle que es oportunista de la situación, que le gusta vivir en ranchadas. Es una forma de vida. Cuando vos les ofrecés un parador, ellos prefieren quedarse en la calle con sus amigos”, analizó Kravetz, muy lejos de lo que siente alguien que cayó en el margen de los márgenes, sin la comprensión de una lógica creada claramente desde el poder.
Desde No tan Distintes, una organización social que trabaja con mujeres y personas trans y travestis en las calles, Paula analiza que “los paradores fueron cambiando de nomenclatura, de marketing y hoy se llaman Centros de Integración Social” pero no dejan de ser la misma cosa. “No basta con un techo, un plato de comida, un trabajo. Lo que se considera como básico para una supuesta inclusión o integración no lo es tanto. Los procesos de desarmar una lógica son mucho más complejos. Para el gobierno de la ciudad se trata de poner un techo y 60 personas juntas en un lugar sin poder guardar sus pertenencias, sin un laburo convivencial más que la exclusión y el punitivismo. Y eso claramente no funciona”.
Desde esa política de maquillajes construyen lo que Paula define como “aguantaderos”. Lejos de otros modelos que podrían inducir a pensar en términos de construcción colectiva. Entonces la ranchada, el vivir con otros para sobrevivir a los golpes de la calle como el margen de todo margen, permiten rearmarse para hacerle frente al estigma, al hambre, a la lluvia, al desprecio.
Esquemas familiares
Mónica Farías también desmitifica a Kravetz. “Los funcionarios dicen que cuentan con dispositivos para pasar la noche. Desconocen claramente que esos dispositivos actúan con hábitos carcelarios. A veces esos compañeros no quieren ir y argumentan que están llenos de ratas. Y uno piensa que la calle también está llena de ratas”. Sin embargo, “en la calle tienen una libertad de vincularse y hacer un espacio de socialización con su propia gente que en el parador no tienen. En las ranchadas repiten esquemas familiares que en los paradores no pueden porque los separan de los perros, los separan de los hijos, separan hombres de mujeres”. Entonces es “una mirada muy ortodoxa y sesgada: lo que importa es el techo. Pero no cualquier techo. La calle no es un lugar para vivir, pero no cualquier techo es un lugar para habitar”.
La cotidianeidad en las calles no permite –demasiadas veces- sostener un trabajo. “Se pierden los laburos porque se llegó tarde al no tener dónde ducharse antes, porque si llovió están empapados y no tienen ropa o lugar donde cambiarse entonces pasan uno, dos, tres días con esa ropa que se les empapó”, sostienen desde Sopa de Letras.
Desde No tan Distintes grafican que los paradores funcionan con la misma lógica de la calle. “No se rompe esa lógica. Dicen que es transitorio hacia otro lugar, pero en realidad es hacia la calle de nuevo. La mitad de la gente en situación de calle no puede entrar porque hacen bardo, porque están en listas negras… es la lógica perversa del circuito. Hace un año una compañera nuestra, luego de que el BAP no la dejara entrar, fue asesinada en la calle, en Pompeya. Afuera estás expuesto a que te violen, que te apuñalen, más siendo mujer o LGTB y todo el tiempo volviendo y volviendo al mismo lugar”. Esas listas negras a las que aluden desde No tan Distintes es una práctica recrudecida desde diciembre.
Antes y después
Acaso uno de los botones de muestra de la fatal sensibilidad oficial sean los posteos del Jefe de Gobierno Jorge Macri que luego, en reconocimiento del tropezón político y no de la ruindad, los eliminó. En su publicidad de la limpieza de la Ciudad, en una foto con el ANTES alguien dormía en un banco de plaza o en un colchón en una vereda. En la foto con el DESPUES el banco o la vereda estaban prolijamente manguereadas y vacías. La basura ya no estaba.
Los videos de esa suerte de matonazgo que asumen los trabajadores de higiene urbana de la Ciudad cuando se encuentran con la gente durmiendo en la calle son aterradores. Los amenazan, les quitan sus pertenencias, los obligan a levantarse violentamente y los expulsan con chorros de agua a presión.
Como antecedente claro están los recuerdos de la Ucep (Unidad de Control del Espacio Público). Se creó en octubre de 2008, durante el primer mandato de Mauricio Macri como Jefe de Gobierno de la Ciudad para implementar una política de “desintrusar” (así lo llamaban entonces) las ranchadas. Las denuncias de la Defensoría del Pueblo coincidían en que la Ucep actuaba clandestinamente, con autos de civil y sin identificación, muchas veces con custodia de la Policía Federal, entre las 23 y las 3 de la madrugada, que les quitaban las pertenencias a las personas que dormían sobre un veredón, en una esquina, en las puertas de algún teatro y que nunca actuaban en grupos de menos de diez personas. Inclusive, las denuncias –que derivaron en causas penales- reflejaban amenazas, coacción y lesiones. La disolución de la Ucep no tardó en llegar y se conformó el actual BAP, que insiste en prácticas similares. En aquel tiempo, los desalojos se concretaban casi en su totalidad entre las 23 y las 3 de la madrugada. Hoy no tienen horario porque las imágenes y videos que difunden los actuales funcionarios plasman esas expulsiones de las ranchadas en pleno día. Ese cambio notable en la exhibición de la crueldad.
La lógica de la calle
En agosto de 2022, cuando la pandemia ya había arrojado mucha más gente a la calle sin que hubiera solución, el Conicet y la UBA encontraron que un 45 % estaba en la calle por primera vez y un 83 % que no confiaba en la única política alternativa del gobierno: los paradores.
Un año después, en agosto de 2023, el diario La Nación, publicaba que la violencia contra las personas en la calle había aumentado un 89 por ciento en apenas doce meses. El Registro Unificado de Violencias (realizado por la Asamblea Popular por los Derechos de Personas en Situación de Calle) encontró más de 200 hechos y un aumento del 108 por ciento en las muertes respecto del año anterior, en todo el país. La CABA exhibió el record.
“La calle no es sólo la calle, es una lógica”, analiza Paula, desde No tan Distintes de CABA. En esa lógica propia hay estrategias claras para la supervivencia. “Por ejemplo, almuerzan en Lanús, se toman el tren y se bañan en Lomas de Zamora, toman otro tren y consiguen el café en Avellaneda y otro tren más y consiguen en otro lugar un plato de sopa y después, un lugar en el que resguardarse”, resume Nicolás desde Red Puentes.
A veces, relata, “van a las guardias de los hospitales y se va corriendo la voz de que pueden quedarse a dormir. Hasta que llega un momento que, como el número es alto, los echan a todos”. Pasa un tiempo en que no pueden quedarse “hasta que, de vuelta, de a poco, empiezan uno, dos, que es más o menos lo que pasaba en Aeroparque”. En un proceso cíclico, los expulsan y vuelven. Porque el problema está.
Los últimos cuatro meses significaron un incremento de personas en las calles, sobre un banco de plaza, contra la pared de un comercio, debajo de un puente o con un resguardo mayor, en el ingreso a un banco o en la guardia de un hospital. Pero hay quienes llevan años en ese desamparo cotidiano que –en ocasiones- se intercala con algunas noches dentro de una habitación de hotel abonada, en parte, con un subsidio estatal que nunca alcanza a cubrir un techo. En el conurbano sur, desde la organización Manos que ayudan, Paula cuenta que “en estos 10 años hemos visto embarazos, crecimientos, preadolescencias, adolescencias”. Un detalle que da cuenta clara de que la calle es una realidad áspera que lleva mucho más que uno, dos o tres gobiernos.
Dolores
La calle no es únicamente ese techo ausente para una, dos, cinco noches. La calle es el escenario de angustias, del Covid, del dengue, del Epoc, del frío, de la lluvia, del miedo, de la intimidad sexual y amorosa, de la discusión con otros, del cuidado de los más chicos y de los más viejos, de la misma muerte.
“Las personas en la calle vieron partir a sus compañeros, a sus compañeras y todo eso trae dolores. Consecuencias que se ven en lo físico pero que impactan también en la mente. La impotencia por no poder reaccionar ante la violencia también genera un dolor interior que tiene efectos en la salud”, describe Barby Alegre.
Y a la hora de graficar esa impotencia, refleja cuando en enero se topó, junto a una compañera de su organización, con “una ranchada mientras habían irrumpido cinco camiones, dos camionetas amarillas, varios patrulleros. Les tiraban las cosas, sacaban las mangueras para limpiar, como dicen ellos. Se llevaron los colchones y todas sus pertenencias. Y fue tal la violencia, que les generó una impotencia tremenda. Nosotras dos nos metimos, les dijimos que les devolvieran las cosas y los tratábamos de frenar. Y al ver cómo nos plantábamos nosotras ellos también pudieron empezar a reaccionar. Fue tanta la violencia, la angustia que nos generó, que después nos dimos cuenta de que esa violencia que vivimos ahí esa noche, es la que ellos viven diariamente”.
Antes de cada censo, las cuadrillas del BAP salen a levantar las ranchadas sin piedad. La ciudad debe estar limpia. Los que duermen en las calles no deben estar a mano. No deben ser contables. Y serán siempre mil, mil cien, mil trescientos. No más.
Mientras ellos, desde algún lugar oscuro y recóndito, esperan el segundo cuando puedan volver a desplegar un colchón en una vereda.
Y es esa violencia, esa incertidumbre constante, esa inestabilidad de cada minuto vital, la que desequilibra la salud mental y no al revés. Es ese cuchillo el que les permite sobrevivir en la selva. Es la selva la que deshumaniza.
Y el sistema el que arrastra al abismo a miles de personas. Que no van a la hoguera de este tiempo por pura voluntad.
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