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La escuela, una vez más, fue puesta en el centro de un debate banal. Para ocultar realidades crudas y dolorosas. Bajo la excusa de evitar el “adoctrinamiento” y con el supuesto afán de defender una libertad (de mercado) se busca cercenar el criticismo y la capacidad de transformación. Un debate imprescindible en tiempos de un oscurantismo que se profundiza y avanza.
Por Claudia Rafael y Silvana Melo
Foto: Marcelo Kehler
(APe).- Pobre la escuela de estas tierras del sur del mundo. Fue revolucionaria en 1884. Nació laica, gratuita y obligatoria, como paradoja de origen, con la ley 1420. Promulgada por Julio Argentino Roca, a los postres de la campaña del desierto: allí donde ese desierto, habitado por la diversidad originaria, fue cortado en porciones para el plato de los terratenientes.
Así nació la ley, acunada por el mismo hombre cuyo procerato se encumbra o se entierra según quien ocupe los mandos del estado. Hoy le toca el trono a la diestra de dios padre. Pero –arrastrando su infeliz paradoja, adn de esta tierra- esa ley es demasiado osada para el anarco-capitalismo gobernante que dispone el rigor de la vida misma a través de las leyes del mercado, el individualismo rabioso y la desregulación de cualquier acechanza estatal.
Demasiado libre es la escuela creada en los años de Roca para los libertarios. Se desata de la iglesia, se vuelve masiva porque es gratuita y obligatoria y determina el protagonismo del estado.
Receptores de la caída libre de un país con otras vanaglorias, el conciliábulo exótico que gobierna en estos tiempos observa a la educación como un instrumento extraño, digno de ser separado de lo público: es decir, de lo que considera una definición aberrante que deja en manos colectivas lo que debería estar en mano privada o en la intimidad de cada casa. El homeschooling1, incluido en el populoso DNU o virtual reforma constitucional que el presidente insiste en imponer.
En las últimas cinco décadas la escuela ha sido, con vaivenes, en el país de la educación laica, gratuita y obligatoria, el instrumento para disciplinar, para nivelar para abajo en la obediencia. Ha sido el espejo de la caída. Desde la dictadura, que utilizó las aulas para formar a la infancia en ese país donde faltarían tantos, hasta los que vinieron después, que no pudieron o no quisieron desarrollar una verdadera pedagogía de la libertad. Y no de la libertad de mercado, sino de la libertad de pensamiento, la libertad de ser críticos ante el poder. Paulo Freire decía que “el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”. No es repetir, sino pensar.
La escuela pública, consciente de que de cada diez niños que recibe siete son pobres, hace tiempo ya que renunció a cambiar el destino de esos siete. Ya no tuerce los rumbos de las vidas de los niños condenados por origen a una historia ya determinada. Con destino marcado por el amamantamiento, por los alimentos de los primeros años, por el amor o no, por los juegos o no, por el techo, por el agua, por el abrazo o no que le tocaron en suerte.
Esa escuela, ya débil y rústica, se encuentra en manos de gobernantes dispuestos a hacer desaparecer un estado que debía ser transformado. Entonces desfinancia a la escuela pública y subsidia doblemente a la privada. Fuerza la erradicación de la universidad pública, manda a un aristócrata marginal a hablar en contra de la obligatoriedad de la escuela (uno de los pilares de la 1420) y a favor del trabajo infantil familiar que la reemplace (en un retroceso de cien años o más) y no genera reacciones en la sociedad, que parece dispuesta a aceptar todo aquello que se oponga al progresismo vano de los últimos veinte años. Incluso a aquello que se parezca a un cadalso social.
La historia es, demasiadas veces, circular. En una sistematicidad cruel de regresar a lugares y tiempos a los que hubiera sido sano nunca volver.
Fue durante la película La lengua de las mariposas en la que don Gregorio, aquel viejo maestro republicano, pronunciaba en el contexto de la España revolucionaria –ante familias y estudiantes- que si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Decía entonces que hablaba desde “el otoño” de su vida en el que –a pesar de todo- convivían la sed de utopía y la desesperanza. Esa sed de transformación que ha atravesado a la misma historia de la humanidad. Tan en las antípodas de los tiempos actuales en los que las críticas a la educación están arraigadas en el oscurantismo. No para abrazar el criticismo y la formación de niñas y niños como sujetos políticos capaces de cuestionar y de incidir en la determinación de su propio destino sino más bien en anular definitivamente toda capacidad de pensamiento.
Hoy se arrojan a las arenas de un debate zonzo y sin altura frases sueltas que hunden la discusión política en fosos profundos. Cuando en tiempo presente se plantea la modificación de ciertos artículos de la ley de Educación se están talando las ramas de un árbol cada vez más desnudo. Artículos en los que se aboga por “una educación integral e igualitaria en términos de calidad y cantidad, que contribuya al desarrollo de su personalidad, posibilite la adquisición de conocimientos, habilidades y sentido de responsabilidad y solidaridad sociales” y que equipare la “igualdad de oportunidades”, ítem a) del artículo 126, que busca reformarse bajo la acusación de adoctrinamiento.
Todo aquello que hoy se busca talar es lo que desde la argumentación teórica propugna libertad de pensamiento y equidad de posibilidades y de sueños. Cuando se sancionó la 1420, hacía poco más de 30 años que Simón Rodríguez, maestro venezolano, había publicado su texto Consejos de amigo (1851) en el que se lee que:
“Mandar recitar, de memoria, lo que NO SE ENTIENDE, es hacer PAPAGAYOS, ¡para que… por LA VIDA!… sean CHARLATANES... ¡Enseñen a los niños a ser PREGUNTONES! Para que, pidiendo el POR QUE, de los que se les manda hacer, ¡Se acostumbren a obedecer… a la RAZON! No a la AUTORIDAD, como los LIMITADOS. Ni a la COSTUMBRE, como los ESTUPIDOS”
El gran temor que suele acechar a los gobiernos siempre ronda por los mismos lugares. La frase completa del vocero del gobierno apunta al “objetivo de penar el adoctrinamiento en las escuelas”. Aunque el concepto merezca ser rastreado mucho antes: ya en febrero de 2023 halcones como Ritondo o la misma Bullrich insistían en que había que destruir el “adoctrinamiento” que –según la actual ministra de Seguridad- promovía “talibanes”. O, con los festejos de la prensa complaciente, el actual presidente anunciaba en un tiktok de campaña, “Ministerio de Educación, adoctrinamiento… afuera”.
Aquello que se intenta denodadamente anular es la posibilidad de impulsar niños preguntones. Y promover –aunque se grite a los cuatro vientos que todo es por el afán de libertad (de mercado)- personas que simplemente obedecen a la costumbre. Que se subordinan al que está uno, dos o diez escalones más arriba. Perfectos consumidores de una sociedad en donde los valores predominantes están atados a la capacidad de compra-venta. Sujetos individualistas que responden a los patrones de un mundo de meritócratas.
¿Es la actual escuela, aquella que promueve una sociedad donde el criticismo y la solidaridad son emblemas vitales? Indudablemente no, excepto en la libertad dentro del aula a la que algunas osadas y osados se siguen aferrando. Una libertad que –con las modificaciones a la Ley de Educación Nacional fogoneadas por el gobierno- será amenazada con la habilitación a los padres a denunciar “actividad política que no respete la libertad de expresión” y “penar el adoctrinamiento en las escuelas”.
No es precisamente la pregunta lo que se busca potenciar. Los gobiernos, los poderosos, los que ostentan sitiales de supremacía suelen repeler las preguntas porque no hacen más que incomodar.
La escuela volvió a ser posicionada en el epicentro de un debate superficial.
Cortina de humo para disfrazar tarifazos criminales que terminarán de cercar la economía de millones de familias condenadas a la carencia y al hambre. La educación destinada a artificio para ocultar males sociales. Cuando debe ser médula de cambio. Herramienta central de transformación.
Por eso tal vez la manden afuera. La terminen de desterrar al patio de atrás.
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