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El gobierno aumentó el dólar un 118%, devaluó el peso un 54%, disparó el precio de los alimentos en más de un 50%, adoctrinó a las fuerzas del cielo y no mandó ni un grano de arroz a los comedores populares. Centenares de miles un mes y medio sin comida en medio de la producción intensiva de hambre.
Por Silvana Melo
(APe).- El presidente contrató una suite en el hotel Libertador, asumió, mandó a refaccionar Olivos, anunció un DNU y una Ley que implican una virtual reforma constitucional, twiteó y retwiteó veinte mil espasmos, quiso ser líder de la tierra en Davos, construyó caniles para cinco mastines en la casa presidencial, se juntó con el fundador de Tinder, coqueteó con el dueño de X, aumentó el dólar un 118%, devaluó el peso un 54%, disparó el precio de los alimentos en más de un 50%, adoctrinó a las fuerzas del cielo y no mandó ni un grano de arroz a los comedores populares. Un mes y medio sin comida en medio de la producción intensiva de hambre.
Según el presidente la única billetera abierta sería la de la ministra de Capital Humano, para “atender a los caídos”. Es decir, este tramo de la historia del país es una guerra. Con caídos que habrá que atender. No con hombres y mujeres, no con niños empujados violentamente al abismo que no pueden –no podrán- acceder al alimento, a la vivienda, a la salud. Baleados simbólicamente por la gendarmería del cielo.
El vocero presidencial, con su tono de arzobispo mano derecha de dios, repite: “se dio de baja el sistema de entrega discrecional de alimentos secos para implementar la modalidad de transferencia monetaria directa a los comedores y asociaciones sin intermediación. Queremos terminar con los gerentes de la pobreza”. No habrá más ayuda colectiva. “¿Tiene hambre la gente? Voy a atender uno por uno a la gente que tiene hambre, no a los referentes. Vengan de a uno que les voy a anotar el DNI, el nombre, de dónde son y van a recibir ayuda individualmente”, dijo hoy Sandra Pettovello, ante la protesta de organizaciones sociales que manejan comedores en sus barrios. Salió, la ministra, a la puerta de su ministerio. Y les dijo que fueran de a uno. Que eso del colectivismo no integra los paradigmas de la libertad. ¿Le alcanzará el tiempo para recibir a todos los que comen diariamente en 5.600 barrios populares del país? ¿Le alcanzará el tiempo para tomar nombre y DNI de cada uno de los que consumen un millón de raciones diarias en un país hastiado de las factorías de pobres? De esas que se instalan cada vez con mayor eficiencia. Aunque ésta, flamante, incluye una dosis de insensibilidad inédita.
La criminalidad del hambre vuelve a acrecentar la lista de responsables.
Con la desesperación de sacar del medio a las organizaciones sociales –con errores, a veces con mezquindades clientelares- que han sostenido a miles de personas cuando el estado se corrió en lo peor de las crisis. Con ese norte se anunció un cambio medular: las personas, individualmente, dejarán de recibir alimentos desde esas organizaciones para “pasar a administrar sus propias compras con una tarjeta en la cual recibirán una transferencia monetaria directa”.
Mientras se organiza y se estructura el nuevo mecanismo, no hay comida para nadie.
Es que sólo son una multitud sin cara sin mirada sin sangre sin urgencias sin historia. Apenas una planilla de Excel heredada.
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