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Frente Nacional contra la Pobreza, 22 años después
La concentración de riquezas en pocas manos del menemismo no fue tocada sino profundizada. Se multiplicó la pobreza. La esperanza vino de la mano de la resistencia. El FRENAPO logró más de tres millones de votos para un seguro de desempleo y una asignación universal.
Por Carlos del Frade
(APe).- En estos feroces primeros días del gobierno de Javier Milei, el almanaque trae la inevitable necesidad de pensar en diciembre de 2001.
Los días finales de la administración De La Rúa, el estado de sitio, la represión contra las Madres, el helicóptero y 38 personas asesinadas en distintos puntos del país.
En aquellas jornadas, sin embargo, floreció la Consulta Popular del Frente Nacional contra la Pobreza.
22 años después es preciso revisar algo de aquella experiencia.
"No era el miedo a los abismos galácticos lo que helaba su alma, sino una más profunda inquietud que brotaba desde el futuro aún por nacer. Pues él había dejado atrás las escalas del tiempo de su origen humano (…) Ante él, como espléndido juguete que ningún Hijo de las Estrellas podría resistir, flotaba el planeta Tierra con todos sus pueblos. (…) En aquel atestado globo, estarían fulgurando las señales de alarma a través de las pantallas de radar, los grandes telescopios de rastreo estarían escudriñando los cielos... y estaría finalizando la historia, tal como los hombres la conocían. Se dio cuenta que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte, y estaba moviéndose perezosamente en su órbita”, escribió Arthur Clarke, en el año 1968, en su genial novela “2001: Una odisea espacial”.
Aquel libro generó una película que bajo el rótulo de ciencia ficción todavía se puede ver en algunos canales de cable.
La película y el libro se hicieron clásicos.
Y quedó una marca, 2001.
No fue un año cualquiera.
En la Argentina se cayó a pedazos la ilusión que había despertado la Alianza a través del gobierno de Fernando De La Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez.
La mayoría del pueblo había votado la fórmula como un rechazo a cualquier señal de continuidad del menemismo que, en aquellas elecciones de 1999, estaba representado por Eduardo Duhalde y Ramón “Palito” Ortega.
Sin embargo, las esperanzas duraron poco tiempo.
El más emblemático de los ministros de Menem, Domingo Cavallo, el mismo que había nacionalizado las deudas de las grandes empresas en julio de 1982 reinventando la deuda externa – eterna y que luego fuera el impulsor de la convertibilidad, del uno a uno durante los tiempos del riojano; fue llamado por De La Rúa para salvar el barco de su administración.
Vinieron los corralitos, los corralones y la represión feroz con casi cuarenta argentinas y argentinos asesinados por las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales en diciembre de aquel año.
Pero las señales arrancaron antes. En el puente que une las hermosas ciudades de Resistencia y Corrientes, en 1999, la Gendarmería mataba en nombre del orden que quería imponer la Alianza.
El estallido de diciembre de 2001 tiene una historia.
Hubo una larga sucesión de hechos sociales y políticos, movilizaciones y cortes de ruta que desembocaron aquellos días donde el subsuelo de la patria volvió a rebelarse en contra de las minorías dominantes.
La odisea argentina encontraba en el año 2001 aquel futuro “aún por nacer” del que hablaba Clarke a finales de los años sesenta.
El cambio de gerentes garantizaba la continuidad del modelo.
Las máscaras diferentes, sin embargo, ocultaban el mismo rostro: el ajuste para muchos, la fiesta para unos pocos.
Y la consecuencia fue la pobreza desbocada.
Como decía Clarke es su novela: “Se dio cuenta que mil kilómetros más abajo se había despertado un soñoliento cargamento de muerte”.
Desde Tucumán surgieron los ojos más tristes del mundo, según escribió Eduardo Rosenvaig, aquellos ojos de los chiquitos que en el jardín de la república, en el territorio pletórico de azúcar y dulzura, donde alguna vez se declaró la independencia nacional; en ese exacto punto de la geografía y la historia Argentina, los chiquitos tucumanos se morían de hambre ante la desesperación de sus padres, sus familias y decenas de trabajadores de la salud que no podían enfrentar tanta pobreza inventada.
La década del noventa estaba viva.
La desocupación se había multiplicado por cuatro, al igual que las necesidades básicas insatisfechas, esa sigla NBI que también parecía sintetizar un grito, una urgencia, Números Básicos de Injusticia.
Y en forma paralela, la democratización del narcotráfico para convertir a las pibas y pibes en consumidores consumidos.
Las escuelas iban quedando grandes porque las aulas se vaciaban de adolescentes.
En los canales de televisión los ministros y funcionarios repetían la fórmula conocida.
Sumisión al Fondo Monetario Internacional, obediencia debida al imperio y reducción de salarios para los trabajadores, los jubilados y descenso de aportes para la ciencia y la tecnología.
La Argentina patas para arriba.
Donde los pibes eran los únicos beneficiados, ahora era el lugar donde las chicas y los chicos eran los primeros perjudicados.
Era el país soñado por los titiriteros de guante blanco que impusieron la noche carnívora de la dictadura entre 1976 y 1983.
Por eso es necesario repetir lo escrito por Rodolfo Walsh, en marzo de 1977, cuando escribió en relación al terrorismo de estado, dirigiéndose a la llamada Junta Militar que: “En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”.
Agregaba que: “…en este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la "racionalización".
Walsh señalaba: “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: "Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos".”, remarcaba el periodista, escritor y militante revolucionario.
¿Por qué la democracia política alcanzada después de tanta lucha y tanto dolor no generaba democracia y justicia social para los argentinos?.
Esa era la desesperante pregunta que desde el año 2000 atronaba en la conciencia de las mayorías.
¿Por qué las minorías de siempre, los delincuentes de guante blanco, los dueños del poder económico hacían lo que querían con los que son más en estas pampas?
La concentración de riquezas en pocas manos que produjo el menemismo no fue tocada por la Alianza, al contrario, fue profundizada.
La consecuencia, entonces, fue la multiplicación de la pobreza.
Aquellos años finales de los años noventa y los primeros del tercer milenio eran los días de una odisea que parecía no tener fin para las mayorías argentinas.
La esperanza, como suele suceder, vino de la mano de la lucha, de la resistencia.
En esas asambleas en movimiento que fueron los piquetes, miles y miles de desocupadas y desocupados recuperaron la dignidad, esa notoria cuarta dimensión del ser humano que es mucho más que largo, ancho y espesor. Es también esa cuarta dimensión que se alimenta de la ilusión de los viejos, de los padres, de la necesidad de tener un techo, una buena alimentación, una escuela y un preciso servicio de salud para los hijos. La cuarta dimensión del ser humano, la dignidad de saber que la vida es mucho más que empatarle al fin de mes.
Y fueron los piquetes los que recuperaron la dimensión humana de los que fueron expulsados del trabajo durante los años noventa. Porque cuando uno deja de hacer lo que hacía durante años, deja de ser, desaparece como ser social. Y ese ser social volvió de la mano de los piquetes y las asambleas.
Volver a vivir era sinónimo de volver a pelear junto al otro, al compañero, al amigo, al vecino, a la compañera, a los hijos, al abuelo.
Miles y miles de argentinas y argentinos pusieron el cuerpo, una vez más, convocados por la urgencia, la necesidad, pero también la conciencia que el país no es la propiedad privada de unos pocos.
Y en medio de ese fenomenal proceso de construcción de una nueva identidad social y política, diversas organizaciones, vertebradas por la Central de Trabajadores Argentinos, parieron el FRENAPO, el Frente Nacional contra la Pobreza.
“Recordó luego que nunca estaría solo, y cesó lentamente su pánico…”, decía Arthur Clarke, en “2001, odisea del espacio”.
Ahora fueron miles los que recordaron que nunca estarían solos.
Que la pobreza era una invención, una construcción política y económica generada por unos pocos.
Que había que juntarse.
Que había que juntar los pedazos de ese sueño colectivo inconcluso que era la memoria argentina.
Que había que buscar la fuerza allí donde estaba, en las provincias cuyas historias todavía buscan un país federal de verdad, más allá de la nació unitaria que parece haberse naturalizado y eternizado.
Bajo la consigna de “Ningún hogar pobre en la Argentina”, durante los días 13, 14 y 15 de diciembre de 2001, el FRENAPO, luego de haber caminado el país desde adentro hacia la Capital Federal, logró que 3.106.681 argentinos y argentinas votaran.
Una epopeya.
Por afuera de los sistemas dominantes de la comunicación hegemónica y por afuera de los medios oficiales, más de tres millones de personas le dijeron que si al seguro de empleo y formación de 380 pesos para los jefes o jefas de hogar desocupados; a la asignación universal de 60 pesos por hijo menor de 18 años para todos los trabajadores; y a la asignación universal de 150 pesos para personas en edad jubilatoria sin cobertura previsional.
Fue en pleno 2001, después de 35 meses de recesión ininterrumpida; con 14 millones de pobres; 7 millones de personas con problemas de empleo; un clarísimo estado de desindustrialización; quiebra de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, urbanas y rurales y una marcada parálisis del mercado interno.
Pero esos más de tres millones de votos no habían surgido de un repollo.
Fue la consecuencia de miles y miles de asambleas, reuniones, piquetes, paros, documentos y marchas a lo largo y ancho de la fantástica geografía argentina.
Que tuvo su más clara demostración el día de la primavera de 2001, cuando siete columnas que comenzaron su andar en distintos puntos del país, convergieron en Capital Federal en la mítica Plaza de la Victoria, en la Plaza de Mayo.
Miles y miles de compañeras y compañeros iniciaron aquella marcha desde Puerto Iguazú, en Misiones; Clorinda, en Formosa; La Quiaca, en Jujuy; San Miguel de Tucumán; San Rafael y San Juan; Bariloche y Cutral Có; y desde la austral Ushuaia, para terminar en Capital Federal.
Allí el FRENAPO mostró la necesidad de una nueva herramienta política y social de transformación que terminara con los gerentes del ajuste y los profetas de la resignación permanente.
Allí el FRENAPO se constituyó en una postal viviente del sueño colectivo inconcluso del pueblo argentino, la lucha por la igualdad, por la riqueza como derecho de todos y no como propiedad privada de unos pocos.
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