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La realidad de un modelo económico que excluye a la mayoría de la población empobrecida choca irremediablemente contra los derechos reconocidos en la Convención de los Derechos del NIño y esa contradicción se define por la fuerza de los hechos que se imponen frente a cualquier vacía proclamación de derechos.
Por Laura Taffetani
(APe).- Hoy se cumplen 34 años de la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño en la ONU y a pesar de ser considerada una conquista insuperable para el universo de la infancia su conmemoración viene con aire de derrota.
Partiendo de las condiciones tremendas en las que crecen millones de niños y niñas en un mundo donde la desigualdad no deja de crecer bajo la voracidad de un capital insaciable, hasta llegar a la catástrofe moral del genocidio de la infancia palestina por parte del ente sionista de Israel, la realidad nos ofrece un panorama desolador.
Del mismo modo, Argentina -un país de riquezas infinitas- donde, según el Informe que realizara UNICEF en febrero de este año, el 66% de los niños y niñas argentinos (8,8 millones aproximadamente) son pobres[1] , cifra a la que debemos agregar los cientos de miles que le siguieron en la crisis económica que se siguió profundizando posteriormente.
El texto en el contexto
Durante el período de la guerra fría, en la década del ’70, impulsada por el gobierno polaco, comienza a discutirse el texto inicial de la Convención. Sus deliberaciones llevaron dos décadas. La discusión principal giró en torno de la preeminencia de los derechos económicos y sociales promovida por los países socialistas frente a la de los derechos civiles y políticos individuales que propugnaban los países occidentales bajo la égida de EEUU. No es difícil deducir cómo concluyó el texto final aprobado a partir de la llegada del Consenso de Washington y un mundo que se tornaba unipolar bajo las llamadas políticas neoliberales.
Así, la aprobación de Convención, que trajo tantas expectativas en las transformaciones que podrían significar, tuvo como único correlato la inmensa brecha que se abrió en la realidad entre lo deseable expresado en la Convención y las condiciones económicas y sociales para implementarlas.
Esta situación contribuyó a que la decepción se escondiera detrás de una mirada excesivamente formalista, sobrestimando el papel de las leyes como instrumentos de cambio social, disociando el discurso a la realidad socioeconómica y social en el que se desarrollan y omitiendo el contexto histórico en el que se insertan, lo que ha llevado a muchos autores a plantear que en muchos aspectos la difusión de la Convención durante estas décadas podría caracterizarse como la circulación de un texto sin su contexto.
Necesidades, derechos y libertad
Cuando hablamos en términos de derechos no podemos dejar de analizar la realidad sin tener en cuenta la relación que existe entre los conceptos de necesidad, derecho y libertad.
La necesidad es esencial ya que, antes que nada, tenemos que vivir, alimentarnos, amarnos y emanciparnos, rompiendo con todos aquellos condicionamientos que lo impiden. No hablamos sólo del “derecho de comer” sino de la necesidad vital de comer, ni del “derecho a la salud” sino de la necesidad de vivir, como tampoco hablamos del “derecho a la educación” sino de la necesidad de acceder al conocimiento necesario para la vida y en ese sentido, poco podemos hablar de “libertad” si no accedemos a esas mínimas condiciones.
La satisfacción de las necesidades mediante la conquista de los derechos supone intrínsecamente la necesidad de poder ejercer efectivamente ese derecho, esté reconocido o no, y de gozar de la libertad que se obtiene con esa conquista.
Es por ello que, cualquier análisis que hagamos sobre los derechos de niñas, niños y adolescentes como derechos abstractos, sin relacionarlos con la necesidad y la libertad, está condenado al fracaso.
Desde hace más de cuatro décadas, en nuestro país -como gran parte de Latinoamérica- las consecuencias de las medidas económicas y sociales más salvajes implantadas por las élites nacionales y extranjeras, no han hecho sino profundizar las desigualdades sociales y el empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador. Es decir, las familias de las niñas y los niños cuyos derechos sacralizamos.
Entonces, la realidad de un modelo económico que excluye a la mayoría de la población empobrecida choca irremediablemente contra los derechos reconocidos en la Convención y esa contradicción se define por la fuerza de los hechos que se imponen inevitablemente frente a cualquier vacía proclamación de derechos.
Esta es la contradicción insalvable que encontramos cuando hablamos en forma abstracta de los derechos de las niñas, niños y adolescentes de la clase más empobrecida.
A esto debemos también sumar como consecuencia inevitable de este proceso, el desplazamiento de los derechos colectivos por los derechos individuales que refuerza la desigualdad existente y juega un papel legitimador del sistema de opresión.
Los hijos y las hijas del pueblo
A partir de la Convención, en el imaginario social se instaló un discurso de los derechos del niño convocando a los adultos para que dirijan una mirada a la niñez, pero rompiendo la vinculación intergeneracional que esos niños y esas niñas tienen con sus padres empobrecidos, así como también, el contexto en el que se desarrollan. Una de las expresiones quizás más elocuente de esta ruptura es justamente la de “los chicos de la calle”, como si a esos niños los hubiera parido la calzada u olvidado alguna cigüeña distraída.
La abstracción y vaciamiento de su contenido social permitió entonces la manipulación de los derechos por la relación de dominación y opresión existente de una clase privilegiada sobre el resto de la población: los y las oprimidas que no son, ni más ni menos, que los padres y madres de las niñas y los niños con los que trabajamos.
Por eso se hace tan imprescindible volver al concepto de necesidad vital, porque nos marca un punto de partida absolutamente diferente para nuestro trabajo: la necesidad vital de resistir y luchar contra la sumisión de un país que tiene la riqueza suficiente para que nuestros niños y niñas tengan la vida que merecen y gozar de la gratificación ética que se siente al avanzar en los derechos y libertades.
Lo contrario es la aceptación y el colaboracionismo activo o pasivo con la injusticia.
Para diseñar un futuro
Está claro que hoy el sistema capitalista, por su propia naturaleza, no permitirá jamás brindar las condiciones para que se cumplan los derechos consagrados en la Convención.
El discurso de los derechos del niño, como promesa efectiva de protección por parte del Estado en sus distintos estamentos es, hasta el momento, abiertamente ficcional. Una falsa conciencia que permite generar un cierto alivio en la conciencia adormecida de profesionales y operadores que deben lidiar con situaciones de injusticias francamente inadmisibles.
Por eso se hace necesario inscribir a esa niña, niño o adolescente con los que trabajamos en el contexto de la pobreza que es obligado a vivir, a su familia como parte del pueblo trabajador que sufre la explotación, para situarnos en las condiciones que generan sus sufrimientos y con las que debemos lidiar.
En otras palabras, asumir la contradicción de un sistema económico que las y los condena cotidianamente a la sobrevivencia y el desamor. Si decimos que esta contradicción se decide por la imposición de los hechos debemos entonces concentrar la fuerza necesaria para invertir la ecuación.
Si volvemos a la fuente, los derechos de las niñas y los niños pueden convertirse entonces en herramienta de lucha y campo de batalla. Debemos dejar sólo de reaccionar y defendernos detrás del vacío discurso de los derechos para proponer una ruta y una agenda propia que visibilice la profunda interdependencia entre la necesidad de la emancipación de nuestro pueblo y el goce efectivo de los derechos de las niñas, los niños y los adolescentes.
Porque sin la paz y el orden económico capaz de asegurar que la producción y la distribución de la riqueza sean orientadas a las necesidades humanas y al desarrollo social, no existen las condiciones estructurales necesarias para el efectivo cumplimiento de los derechos de las niñas, los niños y los adolescentes.
Es necesario y urgente que la necesidad de emancipación vuelva a ser parte de nuestros mejores sueños. En esa necesidad y derecho de creer que en la historia de nuestros pueblos reside la mayor potencia que nos permitirá construir esos nuevos caminos.
[1] Fuente: https://www.pagina12.com.ar/524174-pobreza-ninas-y-ninos-ultimos
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Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte