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En "Los Amores", uno de los pueblos de La Forestal, la gente se ganaba la vida cazando nutrias hasta que la naturaleza fue desbordada por la irracionalidad del modelo que sacrifica los bienes comunes al servicio de los intereses económicos de unos pocos.
Por Carlos del Frade
(APe).- -El amor no es así – dice Dana de quince años.
Ella es una de las casi dos mil personas que viven en el norte profundo santafesino, en uno de los pueblos de La Forestal y cuyo nombre es, justamente, “Los Amores”.
Dana señala esa diferencia con la leyenda que sostiene que dos muchachos de los pueblos originarios se pelearon a muerte por una mujer y que el asesino, entonces, se quedó con ella como si fuera una cosa.
-Nosotros, entonces, nos dimos cuenta en la escuela hablando de esa leyenda que eso no tiene nada que ver con el amor verdadero. Porque el amor es una elección, no una posesión. Por eso en el año 2015 otras chicas y otros chicos decidieron hacer un libro con dibujos para contar que “los buenos amores” no tiene nada que ver con muerte y mucho menos con la mujer tratada como una propiedad – resume la chica que además escribe las preguntas antes de hacerlas en la radio “FM Andares” que funciona en el cabín ferroviario y que, de manera simultánea, es la sede de la biblioteca popular y una casa para abrazar a perritos perdidos.
En ese punto cercano al paralelo 28, algunas décadas atrás, la gente se ganaba la vida cazando nutrias hasta que la naturaleza fue desbordada por la irracionalidad del modelo que sacrifica los bienes comunes al servicio de los intereses económicos de unos pocos.
Hay algarrobos pequeños y pueden verse decenas de nidos de loros en distintos postes, mientras las paredes del pueblo sorprenden por el buen gusto de las pintadas que fueron haciendo las distintas promociones de la escuela secundaria que costó tanto que se terminara.
Esa presencia escolar es central en la vida colectiva en este arrabal del cosmos.
Allí, en la secundaria de “Los Amores”, las chicas y los chicos están a punto de votar por primera vez la conformación del centro de estudiantes con la idea de protagonizar cambios no solamente dentro de la institución si no afuera, en esas calles de tierras donde todavía no está terminado el canal que debería ponerle punto final a las inundaciones como tampoco se completó un tramo de once kilómetros de asfalto de la ruta 3 que une el pueblo con la ciudad de Reconquista.
Un pibe juega a la pelota y sueña con llegar a Boca o alguno de los clubes rosarinos y dicen sus compañeras y sus compañeros que es un fabricante de gambetas permanentes. Apenas se para, los ojos acostumbrados al fútbol le ven la pinta que parece confirmar los decires de las personas que lo mentan.
Cada vez hay menos nutrias en “Los Amores” pero crece la población de los mosquitos y el riesgo de una nueva oleada de dengue habita la vida cotidiana de los pobladores de este lugar tan particular de la geografía santafesina.
La directora de la escuela está entusiasmada, como la mayoría de los docentes, con el proyecto de hacer el “sendero de las memorias”, recuperar los rieles del viejo ferrocarril y convertirlos en pasarelas sobre una zona atravesada de aguas, plantas diversas y multiplicidad de aves y que desemboque en la plaza que tiene como nombre el de un maestro desaparecido.
Nadie retacea la sonrisa ni la escucha. No abunda ni el trabajo ni el dinero pero en la escuela pública de “Los Amores” hay chicas y chicos, maestras y maestros que militan y construyen esperanzas minuto a minuto.
Rodeado de latifundios y explotaciones irracionales, el pueblo de “Los Amores” es la síntesis de la obstinación de aquellas personas que aman palabras tales como igualdad, justicia y memoria, vocablos que no parecen existir en otros puntos de la enorme geografía santafesina, una de las más ricas de Sudamérica.
Jerson, otro de los estudiantes y periodistas, escribe, lee y escucha, al mismo tiempo que busca un futuro mejor no solamente para él, si no para todo aquello que se llama la Argentina.
En “Los Amores”, uno de los pueblitos que parecen perdidos en el mapa, el dólar y la suerte individual casi no tienen cabida en las charlas cotidianas.
Dana tiene razón, es necesario diferenciar la propiedad y la violencia de los buenos amores.
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