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El femicidio de Sandra Aguer y su hijo
El doble crimen de una mujer y su nene de 13 años espanta a una sociedad que observa, atónita, que ocho meses antes, el niño había alertado a la policía sobre la violencia de la pareja de su madre. Una vez más, no hubo respuestas y se allanó el camino al horror.
Por Claudia Rafael
(Ape).- ¿Cuántas veces Thiago vaticinó ese día? ¿Cuánto le costó concretar la denuncia por violencias ante la Justicia casi ocho meses atrás y ver que todo daba lo mismo? ¿Cómo hizo, después de ese día, para seguir transitando la vida cotidiana como si nada hubiera ocurrido? Que para el Estado bastó simplemente con que su madre dijera que no, que no pasaba nada, que ya su pareja había entendido que no había que gritar o que insultar o que ser violenta con ellos.
“Es una sociedad que está rota”, analizó en diálogo con APe una referente judicial de Olavarría, ante el crimen de María Sandra Aguer y de su niño de 13 años, Thiago Contreras. Es una seguidilla de yo no vi o de no supe qué hacer. Hasta que Marcelo Fabián Ene, pareja de María Sandra, los golpeó a los dos hasta destrozarlos y convivió con los dos cuerpos en un freezer durante poco menos de una semana.
Que la escuela no intuyó el padecimiento de Thiago. Que el médico que la operó y preguntó por el aparente golpe que derivó en el desprendimiento de retina de Sandra no conjeturó las razones de fondo. Que la policía que recibió el llamado de auxilio de Thiago en el mes de enero no fue más allá de lo estrictamente necesario. Que el juzgado de Familia interviniente no se dio por enterado de que en esa alerta dada por un nene de 13 años había una bomba a punto de explotar. Que nadie, absolutamente nadie, atinó a darle un viso de seriedad a las palabras de un chico que simplemente alzó el teléfono, marcó el número de emergencia policial y describió todo aquello que, a sus ojos pequeños y preadolescentes, ya había superado las fronteras de su normalidad cotidiana. Que un grito o dos habían excedido los decibeles que juzgaba como aceptables. O quizás algo más, quién sabe.
Hay una cadena de eslabones comunes. De los que ocurren siempre. Esos que pueden romperse en cualquier momento y no pasa. Eslabones compuestos por testigos involuntarios del dolor de un niño. De la angustia inconfesable de una mujer que no logra cortar con el círculo que la está devorando.
Cada uno de esos testigos involuntarios hoy, ante el espanto, tal vez puedan sentir, en silencio, la culpa atroz de no haber tenido coraje. Y es esa valentía, la valentía social y colectiva, la de sublevarse ante lo establecido que demasiadas veces implica no mirar al otro, la de atreverse a padecer junto a esa otra persona que sufre y que está siendo victimizada, la de ser capaces de temblar de indignación –como decía el Che- ante todo tipo de injusticia y de dolor es lo que va a permitir abrir una hendija a las estructuras de la crueldad para empezar a habitar y a construir una nueva sociedad digna de ser vivida.
Una vez más de tantas Thiago y María Sandra son la ofrenda despiadada a un mundo que no hace más que fagocitarse. Hay todavía infinitos Thiago y María Sandra con los que es imprescindible y urgente empezar a edificar esa otra historia.
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