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El político siempre habla de aquello que no les cambia nada. Que los ignora porque no son. Hasta que un grupo de diez mercenarios seguramente organizados rompe una vidriera y los descartados de este mundo se iluminan con la posibilidad de tener aquello de lo que fueron privados con planificación y eficacia.
Por Silvana Melo y Claudia Rafael
(APe).- La capital rodeada de gente de los márgenes, olvidada y privada de lo dignamente básico, es una postal de la tragedia de una tierra entrampada entre su riqueza visceral y una dirigencia que conduce apenas a su séquito y se debe al grupo privilegiado para el que se pensó el país. La otra postal, la del martes, fue la psicosis de los saqueos. La locura de las redes sociales que anunciaban lo que probablemente fuera a pasar, con el condimento de la profecía autocumplida. Con un poder para la angustia y la parálisis que no existía en 2001, la fecha feroz que acecha en cada crisis.
Pero también la mecha que enciende lo que está pendiente, ese estallido del desencanto aprendido, la incertidumbre por la cena que no está, la zozobra por el futuro inmediato que no ofrece nada. Ni en la mesa ni en la changa ni en el político que siempre habla de aquello que no les mueve ningún amperímetro de la vida. Que no les cambia nada. Que los ignora porque no son. Hasta que un grupo de diez mercenarios seguramente organizados rompe una vidriera y los descartados de este mundo se iluminan con la posibilidad de tener aquello de lo que fueron privados con planificación y eficacia.
José C. Paz es uno de los distritos del conurbano más castigados. Gobernado en apariencia de por vida por Mario Ishii, el episodio más fuerte fue el saqueo y la violencia en un supermercado Día en Avenida Croacia y Adolfo Alsina.
“Lo hemos vivido muy mal, es muy angustiante”, dice Ana, desde una organización social de José C. Paz. “Todos tenemos impreso en el alma y en el cerebro el 2001. Fue muy feo, todo. Muy triste. Con mucho miedo”. Ella analiza que “hubo un par de lugares que siempre fueron epicentro cuando hay crisis importantes”. Pero además “una compañera se cruzó con un grupo de jóvenes con armas en el centro”. La sensación de la calle prestada a una marginalidad que tiende a trabajar para el que mejor paga. Y que abre las ventanas para que los más empobrecidos entren a un mundo que dejó de pertenecerles. Esas almas desterradas del paraíso en los que la “libertad de comprar y vender” no figura en el catálogo de sus derechos, como los define Laura Taffetani.
Y a la vez, como observa Ana, “alguien está usando a los pibes y eso no tiene vuelta atrás. Es muy duro” porque implica “mucha violencia, en todas partes. Mientras los municipios niegan los episodios”. Y la provincia y la Nación y la mayor parte de los medios. Los niega la política. La institucionalidad oficial. Como niegan la pobreza. Como niegan a los pobres.
Turismo y desigualdad
Sin embargo, mientras los ojos están puestos en el hacinado conurbano, Bariloche fue escenario de uno de los episodios de saqueo más fuertes.
Anoche, con el cansancio en la piel después de una larga jornada de trabajo con pibes, Luis contaba a APe desde Bariloche que “nos despertamos tempranito con la noticia de que en la madrugada, jóvenes encendieron de nuevo la mecha de todo esto que está sucediendo. En una ciudad como ésta, con tantas riquezas y con esa economía tan tremendamente mal distribuida”.
Esa última frase suya concentra, quizás, la síntesis de todo lo que atraviesa a este país, inmenso y despoblado en algunas regiones, con una sobreurbanización alrededor de las grandes ciudades. Rico de una riqueza inconmensurable y, a la vez, desigual y con un empobrecimiento cada vez más marcado. Edith completa el análisis cuando da cuenta del último fin de semana largo.
Bariloche tuvo una ocupación turística del 90 por ciento y, según las páginas oficiales de la ciudad, más de 43.000 personas –entre turistas y residentes- visitaron el Cerro Catedral con un promedio de 11.000 esquiadores por día. No acceden los comunes mortales a esa aventura paradisíaca. Según publica el diario Río Negro “el pase que permite ascender en los medios de elevación y recorrer las pistas, tiene un costo de $29.000 para mayores de 12 años y $24.100 para menores de 6 a 11 años”.
Edith insiste en que “nosotros seguimos hablando de la distribución de la riqueza. En estos últimos días empresas y empresarios ganaron millones y millones de pesos, y hasta la Pachamama los favoreció con una tremenda nevada. Pero no es lo mismo ver esa nevada desde el lado empresarial turístico que desde la pobreza, con frío y hambre que es mucho más cruda en el sur”.
Desde una pequeña organización social en medio del frío patagónico, ya intuían que se acercaba una reacción social. Que “es casi un síntoma de salud social” aunque “no significa que estemos de acuerdo. Porque lo único que genera esto es que los que pierden seamos siempre los mismos. Siempre los encarcelados y los muertos los pone el pueblo y el gobierno -lejos de hacer un análisis de lo que se está viviendo a nivel social y económico- pone de nuevo a todas las fuerzas armadas en la calle”.
Anita trabaja en Mar del Plata en un espacio comunitario que agrupa a niños y adolescentes en dos barrios suburbiales. Allí donde “se ve la verdadera ciudad no tan feliz. No todos los paisajes son los de la costa. Hay otra ciudad que no se muestra”. Maestra jubilada, puede ver esa realidad maldita “desde fuera de las instituciones, cuando se ve con más crudeza y con más ferocidad”. A los saqueos los coloca en un contexto de situaciones “donde los pibes están totalmente vulnerados, excluidos por el sistema, los gobiernos de turno no implementan estrategias para ellos”. Sus vidas están atravesadas por “la calle, el hambre, el frío, la falta de acceso a la salud”. A lo que se suma “los narcos en los barrios como un vecino más, el feroz capitalismo que ampara todas las formas de deshacerse de los chicos y chicas más pobres y vulnerados”.
Entonces “no me extrañaría que también nuestros pibes sean manipulados ante sus graves necesidades para prestarse a situaciones como las que vivimos en estos días”.
En defensa propia
Uno de los ataques más violentos del martes por la noche fue el saqueo e incendio de un supermercado chino en Moreno. El municipio, mientras aportaba datos a la justicia, describía: “se vieron camionetas llevando jóvenes de un lado a otro”. “Se notaba que estaba organizado. No fue un saqueo por hambre”. Si apilaban jóvenes en una camioneta. Si estaba organizado. Si “no era un saqueo por hambre”, las instituciones no sólo niegan los saqueos sino que también niegan el hambre. Pero por las dudas, abrieron un abanico de cinco mil policías en los puntos clave del conurbano. Para “evitar y repeler” el hambre y sus consecuencias.
Los medios, dice Edith desde Bariloche, “focalizan el mensaje en el acto delictivo: son todos delincuentes, porque lo que roban no es comida sino alcohol. Y el análisis que se hace está totalmente errado desde nuestro punto de vista”. En la bella ciudad de nieve y chocolate, “la riqueza es mucha y está muy mal distribuida; habría que pensar por qué tenemos a tantos jóvenes y adolescentes que consumen. Y que son en el fondo los que arengan estas situaciones y se involucran poniendo cuerpo y la vida muchas veces y no se hace análisis real de los mensajes de los grupos que se organizaban donde el llamado era a todos aquellos que la están pasando mal”.
Otra imagen: "comerciantes de una calle bastante concurrida protegiendo sus vidrieras como si en cualquier momento apareciera el malón a romper todo. Así se vive acá. En defensa propia, poco análisis, y nada de crítica o autocrítica de políticas. Y nos preocupa la violencia que esto puede generar en los sectores que invariablemente la ligan y son los sospechados de siempre”.
Hoy ya los medios ni la política –la institucionalidad oficial- no hablan de los saqueos. No de la psicosis del barrido desmesurado de mensajes de whatsapp alertando –y alentando- sobre ataques a comercios. Ni de las policías libertadora de zonas. Ni de las dirigencias que manejan ramilletes de lúmpenes para trabajos sucios. Ni del empobrecimiento masivo a partir de la devaluación sin aviso ni explicación el lunes después de la PASO.
Esta tierra es un polvorín que no está fermentado por los pobres. “Estamos en una pileta de nafta. Cualquier chispa hace estallar todo”, dice un educador de una organización de Avellaneda. A la pileta de nafta la llenaron los dictadores y los civiles que los sucedieron, los que administraron sobre el mismo desastre. Sin dar vuelta este mundo como una media para que los que cargan la tragedia siempre sobre la espalda se sacudan y que la tragedia caiga sobre otros. Sobre los que alimentaron de nafta la pileta. Sobre los que encierran los alimentos -y todo aquello imprescindible para una dignidad de vida- detrás de vidrios, rejas y mostradores. Sobre las espaldas de la institucionalidad oficial, la que se para sobre su patético escenario a disputar un poder averiado. Mientras los otros, los descartados, empiezan a mirar hacia arriba.
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