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La polaridad naturaleza-cultura, que fue y es bandera del modernismo, pasó a ser el exterminio de la naturaleza por una cultura de la depredación permanente. El paradigma vigente es algo que podría llamarse la sumatoria de desarrollismo y progresismo.
Por Alfredo Grande
(APe).- Los diversos informes que he podido revisar tienen aspectos muchas veces confusos. Los testimonios son contradictorios y resulta casi imposible confirmarlos de una manera veraz. Como siempre, los grandes relatos se van construyendo a retazos. De la parte, incluso de la pequeña parte, a un todo que no siempre será totalmente armónico y comprensible. Los primeros retazos fueron consignados, pero apenas estudiados.
Sabemos que las anomalías de un paradigma son inicialmente desestimadas. El paradigma vigente es algo que podría llamarse la sumatoria de desarrollismo y progresismo. Cuanto más se crece, mejor se crece. La cantidad asegura la calidad. Y otros eslóganes por el estilo. Lo originario es lo anticuado y lo inútil.
La polaridad naturaleza-cultura, que fue y es bandera del modernismo, pasó a ser el exterminio de la naturaleza por una cultura de la depredación permanente. Los primeros indicios fueron tres operarios de una empresa que arrasaba bosques triturados en un lodazal. Entre paréntesis, si bien son trabajadores, están al servicio de todas las formas del saqueo. Tema a discutir, pero hasta los soldados pueden decidir qué causa defienden. No estaban en un pantano. Los cadáveres estaban apenas cubiertos por tierra. Habían sido triturados y no hubo ninguna explicación viable de cómo había sucedido.
Esta situación se empezó a repetir en distintos lugares. Nunca hubo reportes serios que permitieran entender o al menos investigar esas situaciones. Si París bien vale una misa, como se le atribuye a Enrique de Borbón, los negocios billonarios de todas las formas de extractivismo bien valen todas las formas de encubrimiento. Los denominados accidentes, y realmente parecían accidentes, se empezaron a multiplicar en todas las zonas de explotación de bosques, aguas, tierras. Sin informarlo siquiera para evitar el ataque de pánico de los accionistas -que no se puede evitar por mas clona que se claven- obligó a un pacto perverso de silencio absoluto. Se implementaron teorías sobre nuevos movimientos tectónicos, se tomó de ejemplo a la falla de San Andrés, el tsunami que arrasó la central nuclear de Daiichi de Fukushima y otras catástrofes naturales.
No se relacionó que hablar de “natural” llevaba nuevamente a la polaridad naturaleza-cultural. Escribí un artículo que nadie publicó cuyo título era algo así como “la venganza de la naturaleza”. Empezó a formarse un movimiento que entendió que, aunque parecieran accidentes, quizá fuera una estrategia de combate. Algunos habían leído el arte de la guerra e imaginaban combates análogos a una guerra de las galaxias en el planeta Tierra.
Dos hechos no pudieron pasar desapercibidos. Se cumplían siete años del asesinato de Berta Isabel Cáceres Flores, indígena Lenca, feminista y activista en defensa del ambiente, nacida en Honduras que luchó incansablemente por evitar la instalación de una central hidroeléctrica en el río Gualcarque. Los ejecutivos de la compañía que la construirían decidieron silenciarla para siempre. No lo lograron: hoy constituye un símbolo de lucha por la preservación ambiental y los derechos humanos. Pero fue más que un símbolo cuando en la central colapsó el terreno y murieron operarios e ingenieros.
Una escuela rural del norte argentino fue asediada por gendarmes. Niñas y niños y docentes fueron tratados como integrantes de una resistencia ancestral mapuche. Ningún medio nacional o internacional lo cubrió. Pero literalmente la tierra se tragó a gendarmes y a los unimog. Lo que nadie pudo explicar es que ningún niño, ninguna niña ni docente fue lastimado. En el centro mismo del colapso quedaron indemnes. Ni la precaria escuela sufrió daños. Otros hechos similares se sucedieron. Sin poder dar más detalles, en parte porque no conozco, y en mayor parte porque nada debe ser secreto, pero en algunas cosas conviene ser discreto.
Los cuatro principios cosmológicos quechuas: agua, tierra, sol y luna vuelven a construir el originario paradigma. La Pachamama, la madre tierra, cansada de que sus dones sean robados, destruidos, arrasados, contaminados, envenenados, ha resuelto que esta vez, pero en serio, trone el escarmiento.
Las derechas empezaron a hablar de la tierra carnívora. Y esbozaron delirantes teorías sobre las plantas carnívoras y alguna mutación que originó las catástrofes. Sabemos que la derecha es un delirio eterno. Un delirio mortal. Aunque la tierra carnívora sea un delirio, al menos es un delirio vital. El derecho al delirio como decía Vicente Zito Lema, delirio que defiende toda forma de vida.
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