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Celestino, de 82 años, era la síntesis de la ciudad saqueada. El balazo que le arrancó la vida dentro de su casa surge del negocio impune de las armas y las balas. Lo mató la nueva ciudad, resultado de la brutal parábola que fue del mapa obrero al archipiélago narcopolicial.
Por Carlos del Frade
(APe).- Las formas de morir revelan las formas de vivir.
No es un concepto que solamente puede vincularse a una situación individual. Es una idea procedente del dolor acumulado después de tantos homicidios en una geografía que dejó de ser lo que era aunque resista en la memoria colectiva.
Un trabajador de prensa, Rodrigo Miró, sensible y lúcido, fue conmovido por el asesinato de un trabajador jubilado que vivía en la zona sur rosarina.
“Celestino Benítez dejó atrás una vida de trabajo como obrero de la Carne, jubilado del frigorífico Swift. Y se retiró a vivir no muy lejos de su viejo empleo. El martes a las 8 y cuarto de la noche, cenaba con su hijo en el modesto comedor de su casita de Patricias Argentinas al 4200, cuando de repente el estruendo seco de unos balazos cortó toda conversación. Benítez, a los 82 años, se fue de bruces sobre la mesa servida, empujado por tres tiros que atravesaron la ventana del comedor y se le clavaron en la espalda. Su hijo lo llevó urgente al hospital Roque Sáenz Peña, en medio de la curiosidad y el horror de los vecinos. Pero don Celestino murió sobre una camilla, antes de medianoche”, escribió Rodrigo.
Celestino estaba en el camino de balas que estaban dirigidas a una vivienda vecina donde venden drogas desde hace tiempo.
-La bala entró por la ventana. Una le pegó a él, y otra pegó en la heladera. Él estaba sentado, comiendo con el hijo, mi ex marido. Para mí que se venían tirando por la calle. Fueron un montón de tiros…El año pasado perdí a mi mamá, este año perdí a mi papá, y ahora mis hijos pierden a otro abuelo. Estamos destrozados – dijo Sandra, la nuera de Celestino, del ex laburante del frigorífico Swift.
Si las formas de morir revelan las formas de vivir es necesario pensar en el presente del punto geográfico donde suceden los asesinatos.
Los años de tránsito en esta cápsula espacial que es el planeta Tierra que tuvo Celestino fueron los tiempos en que la ciudad fue una y ahora es otra.
En los años sesenta, Rosario no solamente era la “capital de los cereales” que se levantaba junto al río Paraná y “la rosa crispada siderúrgica y obrera”, de la que hablaban los versos del folklore tradicional.
El principal puerto exportador del mundo se había convertido en el segundo cordón industrial de América del Sur después de San Pablo. Rosario era ciudad obrera, industrial, portuaria, ferroviaria, frigorífica y polo textil pujante como pocos en el continente.
Pero los noventa trajeron los planes económicos y políticos impuestos desde el imperio y en los barrios surgieron los profundos y dolorosos agujeros negros de la desocupación y la famosa economía informal.
A partir del tercer milenio, las inversiones del boom sojero generaron la explosión inmobiliaria en la que no importaba que la gente viviera en los departamentos, mientras que por los viejos puertos de la región desembarcaban armas y drogas.
Don Celestino era la síntesis de la ciudad saqueada por minorías distintas y lejanas.
El balazo que le arrancó la vida es consecuencia de esa nueva geografía que ya no tiene lugar para los ritos ferroviarios, textiles, metalúrgicos o de la chaira.
Lo mató el negocio impune de las armas y las balas, lo mató la nueva ciudad, resultado de la brutal parábola que fue del mapa obrero al archipiélago narcopolicial.
Celestino también es víctima de esa resignación jamás discutida por la política que ha gobernado la provincia y la ciudad en los cuarenta años de la democracia argentina.
Si las formas de morir muestran las formas de vivir, el asesinato de Celestino descubre que la ex ciudad industrial suele ser despiadada con aquellos que habitan en medio de los negocios impunes mafiosos.
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