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A casi 40 años de la democracia de las demos gracias, el 40% de las infancias está esperando derrames que nunca llegarán. Los derechos humanos, si algo significan todavía, no tienen que ver con la tenencia sino con el ejercicio. Y en las infancias es donde el ejercicio es nulo.
Por Alfredo Grande
(APe).- La teoría del derrame sentenciaba que la mayor riqueza, aunque concentrada en pocas copas, iba a derramar hacia abajo y las sobras de los banquetes podían saciar hambrientos y sedientos. Es la pirámide del descenso. Algo así como el baño del Inca reciclado.
Desde el menemato a la fecha, poco ha cambiado. Y lo que no cambia, empeora. Y entonces empieza el debate entre la macro y la micro política. “Estamos mal, pero vamos bien”. La sentencia debió reformularse: “estoy bien y voy mejor”. Hoy sabemos, aunque muchos lo siguen ocultando, que el menemismo fue la continuación de la dictadura por otros medios. Más sofisticados. Más sutiles. Más refinados.
Algunos llaman a estos métodos “la democracia”. Muchos que cuestionan con razón la teoría de los dos demonios, no tienen problema en sostener la arcaica consigna: democracia o dictadura. Entonces aparece una novedad en el frente. Los que consideran que la dictadura, siendo causa de muchas calamidades, también fue efecto de otras calamidades. Pero es muy rentable para ocultar complicidades varias, maldecir a Hitler y, simultáneamente (estrategia fundante de la cultura represora), promover diferentes formas de nazismo.
Para decirlo de una manera que hasta yo pueda entenderlo. A casi 40 años de la democracia de las demos gracias, el 40% de las infancias está esperando derrames que nunca llegarán. Todos los convenios todos, todas las leyes de protección de las infancias todas, pero la salud, la educación y la vivienda no brillan. Justamente por su ausencia.
Si dictadura es arrasamiento de los derechos a tener derechos, hoy tenemos derechos, pero más del 50% de la población no puede ejercerlos. Los derechos humanos, si algo significan todavía, no tienen que ver con la tenencia sino con el ejercicio. Y en las infancias es donde el ejercicio es nulo. No solamente porque están arrasadas por adultos voraces. Sino porque hasta que tengan que votar no existen y hasta que no puedan consumir no existen tampoco. Y cuando digo consumir no me refiero a las necesidades básicas. Sino al consumismo, o sea, consumir consumo.
La dictadura planetaria de las mercancías. Donde el valor de cambio aplastó el valor de uso. Esa otra infancia que consume y consume, le he denominado “infancia artificial”. A la infancia derramada se la sigue negociando. “La caja de tomates cobijaba a Ian Anthony González, que rozaba apenas el año de edad, mientras su mamá trabajaba a un costado en la cosecha. Ella pensó, como suelen hacer muchas de las familias de trabajadores golondrina, que bastaría tener a sus críos cerca para protegerlos de todos los vendavales. De todas las crueldades. Incluso hasta de la camioneta Hilux que a las 11 de la mañana del martes dio marcha atrás y de un golpe feroz le desgarró la vida. En una finca rural de San Martín, en Mendoza. Allí donde se cultivan unas 3800 hectáreas de tomate cada año”
En el cancionero de la guerra civil española cantábamos: “que culpa tiene el tomate, que está creciendo en la mata”. La caja de tomates, la Hilux. Un mundo feliz. Cruel y feliz. La infancia derramada nada sabe de copas del mundo y tampoco de copas de leche.
Por eso escribo y por eso leo la Agencia de Noticias Pelota de Trapo. Para que la infancia no sea derramada y tampoco negociada.
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