Niños golondrina

Tenía apenas un año y murió en la caja de tomates mientras su mamá hacía la cosecha. Son vidas precarias amarradas a los vaivenes de una estación del año y de un cultivo determinado. Pájaros de vuelo interrumpido a los golpes. Ian Anthony fue golondrina de un solo verano.

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Por Claudia Rafael

(APe).- La caja de tomates cobijaba a Ian Anthony González, que rozaba apenas el año de edad, mientras su mamá trabajaba a un costado en la cosecha. Ella pensó, como suelen hacer muchas de las familias de trabajadores golondrina, que bastaría tener a sus críos cerca para protegerlos de todos los vendavales. De todas las crueldades. Incluso hasta de la camioneta Hilux que a las 11 de la mañana del martes dio marcha atrás y de un golpe feroz le desgarró la vida. En una finca rural de San Martín, en Mendoza. Allí donde se cultivan unas 3800 hectáreas de tomate cada año. Más de un millón y medio de plantas. Unas 260.000 toneladas.

La madre de Ian Anthony tiene 30 años. Es boliviana y se gana la vida en las cosechas. Al volante de la Hilux iba otro trabajador golondrina, también boliviano, de 24 años. Un instante apenas. Apretó el acelerador con la marcha atrás y no lo vio.

Porque la vida es y deja de ser en tan solo un segundo. Pájaros de vuelo interrumpido a los golpes. Ian Anthony fue golondrina de un solo verano.

Apenas un chasquido.

Como fue el 7 de marzo, cuando empezaba a anochecer, para Erick Mamaní, de 6 años. Que cayó en un pozo de agua de 50 metros de profundidad, en Guaymallén, donde su papá trabajaba como obrero de la construcción. Y exactamente una semana después, por la tarde, terminó la vida de Jonathan Pizarro, de 11. También en un pozo de agua de Uspallata en una obra en construcción.

Un martes tras otro de este marzo mendocino. Donde la vida de las infancias olvidadas ingresa velozmente a los avisos necrológicos de las páginas de los diarios. Esos mismos diarios que nunca hablaron de ellos. Que nunca contaron de esos derroteros.

Son las vidas que saltan de una cosecha a la otra. De Bolivia a Jujuy, a Salta o a Mendoza. De San Luis a Río Negro o a Neuquén. De Santiago a Entre Ríos o a Misiones. Del tabaco al tomate, a la yerba mate o a los cítricos. Del maíz a la nuez o a los arándanos.

Vidas precarias amarradas a los vaivenes de una estación del año y de un cultivo determinado. Otras que dependen de los ritmos de una construcción para saltar luego a otra y a una más. Golondrinas sin certezas de un suelo mejor. Que nunca saben qué les depararán los días en ese nuevo destino. Y al que están atados sus niñas y sus niños. Como Ian Anthony. Como Erick o como Jonathan.

Vidas frágiles asoladas en desigualdades que van quedando cristalizadas por generaciones. Relatos de una civilización hundida en los márgenes sociales. Con trabajadores que amanecen o anochecen de tierra en tierra, de cosecha en cosecha, de provincia en provincia. Con sus hijos a cuestas para cuidarlos bien y no hacerlos crecer en una distancia que promete angustias y miedos.

Vidas hundidas en un país que sigue fomentando la inequidad y el abandono.


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