La mirada institucional ante una piba asesinada

La mala víctima

La fiscal que investiga el femicidio de Sofía Vicente, en Olavarría, caracterizó a la chica como “confianzuda” y que “salía a los bares tal vez sola”. A un paso de la culpabilización.

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Por Claudia Rafael

(APe).- Sofía se la buscó, podría haber dicho la fiscal, aunque prefirió ciertos eufemismos. Paula Serrano es quien investiga el femicidio de Sofía Belén Vicente, de apenas 22 años, en Olavarría y –sin que casi nadie se escandalice- deslizó ayer, en rueda de prensa, que “Sofía era una chica muy abierta, muy confianzuda, salía a los bares tal vez sola, se encontraba con gente, se iba con gente…”.

Sofía era la candidata ideal para la columna de las malas víctimas. Allí donde los medios depositaron hace nueve años a Melina Romero, que tenía 17 cuando desapareció y fue asesinada. Y a la que los medios de prensa no dudaron en calificar como una chica que no estudiaba, no trabajaba y a la que le gustaban los boliches. Como tantas pibas de los márgenes a las que se caracteriza blandiendo el decálogo de las buenas y malas prácticas femeninas y, desde esa calificación, se configura un modo de ser. Y, en definitiva, un modo de vivir y de morir.

¿Cuál es el grado de empatía o de rechazo social que se genera cuando alguien desde el poder (mediático, judicial, político, económico) elige determinadas palabras a la hora de definir a una víctima?

No hay dudas de que Angeles Rawson, la piba asesinada por el portero del edificio y arrojada al Ceamse en 2013, era una buena víctima. Pertenencia social, tipo de colegio al que asistía, lugar en el que vivía, hábitos. Todo confluía para que el mundo entero se condoliera ante el horror de esa chica que estudiaba en el Instituto Virgen del Valle y vivía en el barrio de Palermo.

A Sofía la encontraron en un sumidero. A Melina, en un arroyo pegado al Ceamse. A Angeles entre los desechos del Ceamse. El mismo destino de heces, de basura. Las tres por igual. Pero a Angeles se la sigue recordando como a la chica dulce, bonita, de cabellos largos, estudiosa, simpática que, sin habérsela buscado, fue la víctima de un hombre cruel que la trató como se trata a un desperdicio humano.

A Melina, si es que se la recuerda más allá de su familia y sus amigos, se la caracterizará por los siglos de los siglos como la ni ni, que terminó como terminó porque –en definitiva- se la buscó.

Y a Sofía, la definió la fiscal –rodeada de dos jefes policiales y el secretario municipal de seguridad- como confianzuda y que salía sola a los bares. La suya pertenece a ese colectivo de vidas precarias que se van perdiendo sin que importe demasiado. ¿Acaso su nombre estuvo en las tapas de los diarios nacionales?

Un ex policía está detenido por su femicidio y, al menos un hombre más, sigue prófugo. Pero fue Sofía la confianzuda. Fue ella, que tuvo un niño a los 17 años que ahora tiene cinco y la estará llorando sin saber por qué mamá no vuelve, la que –en definitiva- parece haber hecho a ojos de la fiscal algo terrible que la culpabiliza de su propia muerte.


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