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Infancias y adolescencias en riesgo constante
Con las Cataratas como principal atractivo, Puerto Iguazú es la ciudad con mayor afluencia turística del país. La pobreza estructural y la ausencia de distribución de las ganancias, empujan a las infancias y adolescencias – criollas e indígenas - hacia las calles, donde por buscar el “derrame” desde las changas o la mendicidad.
Por Sergio Alvez
(APe).- Son casi las diez de la noche de un sábado caluroso y la avenida Victoria Aguirre es un hervidero de gente. En las veredas, algunos turistas hacen filas a la espera de que se liberen lugares en los restaurantes. Otros, con menos paciencia, avanzan de un lado a otro buscando dónde cenar, después de una jornada plena de sol en el Parque Nacional Iguazú. Familias de todos los puntos del país confluyen de a miles en la ciudad el fin de semana largo, alentadas por las facilidades que brinda un nuevo tramo del programa oficial Previaje. A éstas se suman multitudes de turistas brasileños, favorecidos por la situación cambiaria entre el real y el peso. Asiáticos y europeos también pululan en buen número. El bullicio de voces se esparce en el ambiente. Ya no quedan plazas disponibles en los hoteles. Todo parece ser alegría y consumo.
Entre las mesas de una de las parrillas más concurridas, deambula un niño de short gastado y una remera de la selección argentina, con el 10 de Messi en la espalda y las rayas blancas casi teñidas con el marrón de la tierra.
–¿No le sobra una moneda? ¿Algo para comer?
Son los menos aquellos que contestan. En la mayoría de los intentos, la respuesta es la indiferencia absoluta, como si enfrente tuvieran a un fantasma. Fingen demencia. Se llama Nando, tiene 11 años y vive en el barrio 2000 Hectáreas, en una casa a la que prefiere no volver. Al fin, tras varios intentos, una turista le comparte una porción de pizza.
Cerca de allí, en la zona conocida como “La Ferinha”, el turismo brasileño copa las mesas de toda la cuadra. Incluso, los músicos callejeros que tocan en estos barcitos, adaptan sus repertorios al oído de los visitantes del país vecino. Se esparcen desordenadamente en el aire, canciones de Zezé Camargo, de Roberto Carlos, alguna de Alexander Pires
-¿Quiere comprar?
Romina va a cumplir 15 y ofrece flores en esta zona. Su hermano, “Monchí”, le lleva un año y está en la otra esquina, cuidando autos y cada tanto, junto a otros muchachos, pegando pipazos de “pedra”. A veces, Romina y Pedro duermen en la calle. Otras veces, vuelven al barrio. Depende. De muchas cosas depende.
A unos pasitos, siempre en este casco céntrico desbordado de turistas, un enjambre de gurices mbya intenta ubicar las últimas orquídeas del día, antes de volver a la aldea Fortín Mbororé.
Cerca de un bar atiborrado de gente, que ofrece tacos y tequila como si estuviéramos en Monterrey, Fernanda revuelve el contenedor de basura, donde uno de los empleados del local acaba de volcar una bolsa de sobras. Tiene 16 y no está sola. Su pequeña hija, que apenas camina, la espera obedientemente sentada en el cantero de un hotel.
Así, se entretejen en el paisaje nocturno, las postales de placer del consumo turístico, y las contorsiones de supervivencia de jóvenes vidas locales empujadas hacia los límites de la carencia.
Reclutados
Por año, más de un millón de turistas visitan Puerto Iguazú. Esto la convierte en la ciudad con mayor afluencia turística del país. El flujo de dinero que circula en este punto de la Triple Frontera, se mide de a millones de dólares, euros y pesos. La inmensa paradoja, es la pobreza estructural y los múltiples problemas socio económicos que atraviesan a los moradores de los barrios periféricos del pueblo. Problemas que recaen mayoritariamente, sobre la espalda de infancias y adolescencias acostumbradas a salir día a día a ganarse algunos pesos o un bocado, exponiéndose así, en nombre del famoso “derrame”, a diferentes situaciones de riesgo.
“Hay cada vez más chicos y chicos en las calles de Iguazú, que andan vendiendo cosas, o pidiendo a los turistas. Trabajé un año en el Hogar de Día, y realmente pude ver que a pesar del esfuerzo no alcanza; la contención termina siendo superficial y los chicos termina totalmente expuestos a situaciones de abuso, a la droga, a la violencia y a otras tantas cosas” explica la docente y trabajadora cultural radicada en Iguazú, Berenice Texeira Villalba.
“Me tocó trabajar con niños a los que las madres mandaban a trabajar a las calles, a vender, chicas prostituidas, y en los últimos tiempos pibes adictos al paco, que es algo que fue avanzando muy velozmente e incluso hoy está presente hasta en algunas comunidades guaraníes” añade.
Un informe publicado en 2021 por estudiantes avanzadas de la Licenciatura en Turismo que se dicta en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)y titulado “El sector turístico y las políticas públicas para la prevención de la explotación sexual infantil en viajes y turismo”, menciona en uno de los segmentos alusivos a Puerto Iguazú, que “en la zonas de puestos migratorios en Iguazú existe el reclutamiento de niños de entre doce y veintitrés años en situación de calle o con condiciones vulnerables como se mencionó anteriormente engañados con falsas propuestas laborales (niñeros, servicios de limpieza, ayudantes de cocina) que son reclutados para la prostitución, donde el gran número de clientes consumen los servicios en estacionamientos de camiones de transporte internacional, discotecas y confiterías clandestinas localizadas en los principales centros turísticos entre los tres países que abarca”.
Con respecto al Hogar de Día de Puerto Iguazú que mencionaba Berenice, Agencia de Noticias Pelota de Trapo consultó acerca de su funcionamiento actual, a quien es el Director de esta institución dependiente del Ministerio de Prevención de Adicciones y Control de Drogas de la Provincia, Ricardo Romero. “Atendemos a una población que va desde los 45 días hasta los 18 años de edad, y que presenten situaciones de vulnerabilidad social, es decir: violencia intrafamiliar, situación económica desfavorable, analfabetismo, deserción escolar, situación de calle, abusos, consumo problemáticos de sustancias, entre otras situaciones menos complejas”.
Aquí en el Hogar, las infancias y adolescencias encuentran la posibilidad de ser acompañadas a través de talleres de oficios y apoyo escolar, entre otras actividades. “Brindamos cuatro comidas al día y estamos teniendo a casi 60 niños y adolescentes de manera estable, aunque el seguimiento abarca a más de 120” detalló Romero.
El barrio Cataratas es uno de los más grandes y populares de Iguazú. Vecindario costero, emplazado a orillas del río Paraná, aquí una de las principales economías familiares, está ligada al traspaso de mercaderías de uno a otro lado del río. Contrabando para la jerga legal. Trabajo para los vecinos que paran la olla gracias a esta actividad. Además, aquí viven cientos de personas que son la mano de obra de hoteles y espacios turísticos: lavacopas, mucamas, jardineros, bares. “El trabajo que hay en su mayoría es totalmente precarizado y no alcanza para todos. El turismo no trajo soluciones para los barrios de Iguazú” dice Facundo Villalba, habitante del barrio Cataratas, y responsable del proyecto “Barri Cine”, que nació con la idea de generar un espacio para la proyección de películas en el merendero del barrio, para los pibes y pibas que acuden todos los días.
“Acá la gurizada tiene necesidades de todo tipo. Recaen sobre ellos un montón de problemas y muchos no tienen el acompañamiento de ningún adulto. Vemos hambre, deserción escolar, delincuencia, droga. Hay muchos vecinos que vinieron desde el campo, dejaron la chacra para buscar acá un futuro mejor, y se encontraron con un escenario mucho peor” agrega Facundo.
Para el joven realizador, que desarrolla la tarea cultural junto a su pareja, Gabriela, “el alimento cultural también es importante; intentamos que el cine puede servir para generar un espacio de contención, de intercambio de saberes y experiencias, donde vale más el compartir que la obra en sí”.
Villalba afirma que “no hay un solo problema estructural resuelto por el turismo. Hace poco, una médica que también es militante social, hizo un estudio en el barrio, y detectó muchos casos de desnutrición, de problemas cardiacos y de todo tipo de patologías en niños. Muchos de los chicos no tienen el acompañamiento de nadie. Es doloroso pero es la realidad”.
Hip hop y despojo mbya
Fortín Mbororé es la comunidad indígena con mayor densidad poblacional en Puerto Iguazú. Muchas de las niñas y niños que caminan por la ciudad ofreciendo artesanías o simplemente solicitando dinero a los turistas, pertenecen a esta aldea. Adriana tiene 17 años y pertenece a la comunidad. Dice que “es muy difícil cuando ya no queda monte, y cuando el turismo no piensa en nosotros los guaraníes. La mayoría de nosotros ni siquiera conoce las Cataratas. Cuando nos ven pidiendo, es también una forma de hacernos ver, de protestar y decirle al turista y los gobernantes, que existimos y tenemos necesidades”.
De Fortín Mbororé también es Luis Mbareté, joven de 25 años que lidera la banda de hip hop Ha’e Kuera Ñande Kuera significa (“Ellos y nosotros”), cuyas letras denuncian el despojo del pueblo mbya y relatan la realidad de la juventud indígena. “En la ciudad de Iguazú hay mucha discriminación, somos invisibles, totalmente, algunas personas nos tienen miedo y otras nos miran diferente, con odio y rabia. Si una señora se me viene de frente se cruza de lado. ¿Y eso para qué? Sino venimos a robar, ni a matar mucho menos. No mordemos, queremos nuestro respeto también, nosotros respetamos a la sociedad blanca. Es muy difícil salir a la calle siendo mbya, hay mucho prejuicio”.
Como contrapartida, existen algunas experiencias que intentan resignificar el concepto de turismo hegemónico. El programa Turismo Indígena Guaraní, promueve bajo esta idea y la posibilidad de generar ingresos directos a las comunidades, recorridos en los cuáles el visitante conoce el territorio originario, escuchando historias y apreciando las expresiones culturales. El rol de los adolescentes y jóvenes dentro de estos esquemas resulta fundamental. Pero aún no alcanza para contener a todos.
Por las mañanas, en Iguazú, el ajetreo turístico se dirime principalmente frente a los hoteles, donde las combis de excursión esperan a que los turistas terminen de desayunar para llevarlos al Parque Nacional, donde permanecerán todo el día. Este es otro de los momento propicios para vender o pedir.
Berta, de 18 años, ofrece capas de nylon para lluvia a un grupo de holandeses a punto de abordar. Le compran todo. Berta sonríe. Busca a René (16), a quien conoció hace unos días. Él vivió toda la vida en el municipio de Wanda. Fue piedrerito, como le dicen a los pibes que cavan el suelo buscando piedras preciosas en la zona de minas, otro de los atractivos turísticos del norte misionero. Pero se peleó con su padrastro y vino a Iguazú a buscar trabajo. Por ahora sólo consiguió esa changa de vender capas de lluvia.
De la mano, Berta y René caminan presurosos hacia el supermercado. Al rato sale con un Baggio de naranja y una bolsa de pan. Se sientan en la plazoleta, bajo la sombra de un pindó, a compartir ese inesperado desayuno.
En sus sonrisas, se refleja el instante de satisfacción y alivio: una tregua efímera en la batalla diaria contra la desigualdad.
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