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Las Madres se van muriendo y dejan ese gusto feroz de la injusticia pegado en la piel de estos tiempos horribles. Cuando se odia mucho más de lo que se ama.
(APe).- Se empeñan en vivir cien años. En rodar cien años por la injusticia de este mundo. Que se les llevó los hijos y los enterró en las fosas comunes de la historia. Ellas sin hijos. Y todos, los demás, empezando a quedarse sin Madres. Tienen 90, 95, 98. O 93 como Hebe. Que finalmente desactivó su corazón gastado y se dejó ir, sin ver a sus hijos volver una tarde agostada, de fresias e inminente primavera, a luchar con ella otra vez. Otra vez y para siempre.
Las Madres se van muriendo y dejan ese gusto feroz de la injusticia pegado en la piel de estos tiempos horribles. Cuando se odia mucho más de lo que se ama.
Hebe de Bonafini, la que dejó de ser Kika Pastor cuando tomó la calle y la plaza por derecho propio y colectivo, bordeó los 94 años aunque no llegó a cumplirlos. Apenas cuestión de días.
Hebe dibujó soles, bramó insurrección en tiempos de silencios, aprendió de otras Madres que le dejaron su legado y ofreció sus alas como cobijo tantas veces. Fue apasionada e imponente. Su figura grandiosa para muchos, temible para otros, no aceptaba grises. Paría blancos y negros como la única medida para la vida.
Hebe se fue de por acá en este día de lluvia febril, que se descarga después de los fuegos infernales que mandó el cielo. Se fue y deja mil páginas en su libro para ser revisitada. Releída. Reconsiderada. Elegimos quedarnos con aquella que se sumó a las marchas del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo cuando la infancia no estaba en las agendas de nadie. Hebe abrazó la consigna “el hambre es un crimen” convencida de que es un delito y de que hay culpables que deben pagar por cometerlo.
Hebe puso el cuerpo cuando la gente que ponía el cuerpo desaparecía. Era arrojada de aviones al mar. Era arrasada por la tortura. Era asesinada y se convertía en esa entelequia de la que hablaban los dictadores.
Hebe puso el cuerpo. Se convirtió en bandera de familiares que llevaban en sus espaldas la mochila de los hijos que nunca volvieron. Arriesgó su sangre y gritó lo que quiso. Sin corrección política, sin importarle a quién ni cómo, ciega en sus alianzas, equivocada en sus caminos partidarios, arbitraria tantas veces.
Pero se jugó como pocos.
El resto, quedará en los desvanes de la historia.
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