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Cuatro testimonios desde la lucha por el cerro
Sus historias están atravesadas en su crecimiento por la larga lucha en defensa del agua y en contra de las mineras. Dos niñas de 7 y 11 años. Dos jóvenes de 19 y 20. Las cuatro hablan de la resistencia de Andalgalá y su gente. Y de cómo sus vidas están atadas al cerro.
Por Claudia Rafael
(APe).- Las infancias y las adolescencias están marcadas a fuego por la larga lucha en defensa del agua. “Para mí, el agua es vida. Vamos a las caminatas en donde mi papá toca el tambor. Ahí corremos entre la multitud. Jugamos con nuestros amigos. Marchamos con un cartel para que se vayan las mineras”, dicen Amanda y Cielo. Como ayer nomás fueron Albana y Maite. Atravesadas por el concepto de la resistencia para defender la propia tierra, para sentirse parte de un horizonte que se va construyendo apasionadamente y con dignidad.
“Uno como niño sentía la tensión de las personas adultas”, recuerda Albana sobre el 15 de febrero de 2010 en que las fuerzas de seguridad arremetieron contra los resistentes en un día que quedó grabado a fuego en los almanaques de Andalgalá. “Mi mamá, mis abuelos… muchos de mis vecinos formaban parte de la lucha y era un ir y venir de casa en casa preguntando qué vamos a hacer, cómo vamos a actuar. Y uno sentía miedo… En ese momento mi mamá no dudó un segundo. Se fue a la asamblea con otras personas que iban y yo quedé con mi abuela”.
Las vidas de las niñeces en Andalgalá están atadas al cerro. La larga lucha de ese pueblo arrancó hace dos décadas. En un camino de resistencia sostenido que, además, se fue complementando cada sábado con las caminatas que arrancaron el 2 de enero de 2010. En los días previos, un megáfono había recorrido las calles y cada barrio y la respuesta popular fue masiva y contundente. Hacía demasiado que se venían plantando con sistematicidad contra las mineras. Y hoy redoblan esfuerzos para frenar el proyecto Mara (Minera Alumbrera Agua Rica) para la extracción de oro, cobre, molibdeno y otros minerales del yacimiento. Que es operado por las empresas transnacionales Yamana Gold, Glencore y Newmont. En apenas unos días, el 22 y 23 de octubre concretarán el festival nacional para los pueblos “Puentes de agua”.
Maite y Albana ya no son niñas como Amanda y Cielo. Pero sus infancias también están atadas a esa lucha que respiraron en cada esquina. Tienen 19 y 20 años. Y hoy son estudiantes universitarias en otras provincias y se preguntan por el futuro de su gente.
“Se podría decir que me crié en torno de la realidad que vive mi pueblo. En 2010, con 7 años, escuchaba por radio sobre la brutal represión que sufrió el pueblo el 15 de febrero. En donde se encontraba mi madre sentada en el camino y también parte de mi familia, mis tías, tíos. Era fuerte después ver en los videos cómo a una la arrastraban entre cuatro policías para subirla al móvil y a otro le ponían un perro en la cara mientras le pisaban los dedos del pie para que se movieran del camino”, cuenta Maite, que estudia Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán.
La Pacha
Albana cursa la Licenciatura en Letras en La Rioja. “Yo era chiquita y andábamos en la asamblea, en las caminatas de los sábados para defender nuestra agua, nuestro cerro, nuestra tierra. Tuve la dicha que desde muy pequeña se me inculcó esto de tomar valores referidos a los cuidados a nuestra Pacha, a nosotros mismos como parte de ese territorio y los valores que tiene uno como persona. No es solamente las consecuencias en nuestro territorio, en nuestro Andalgalá sino también lo que significa para uno mismo. Es nuestro lugar”, refleja.
Aquel febrero aciago de 2010, Albana rondaba los 8 años. Por la noche, ya concluida la represión fue con su familia a la plaza central del pueblo. “Me acuerdo clarito de las imágenes. Íbamos entrando a la plaza y la gente estaba golpeada, sangrando, por los balazos de goma que se les daban. Muchos estaban muy mal de los ojos por los gases lacrimógenos. Las mujeres grandes y jóvenes raspadas por cómo los policías las habían arrastrado por el suelo. Ver a esa gente golpeada me movilizaba. Y yo decía qué loco que personas con sentimientos y valores tengan esa poca empatía, esa conciencia de la violencia que generaban sólo para que entre un grupo de personas que no son de Andalgalá y sólo quieren llevarse todo”.
Los ojitos rientes de Maite todavía se traslucen en los de aquella niña que correteaba por debajo de la bandera argentina.
A veces llevaba un cartel en el que se reivindicaba algarrobera. “Camino por la vida”, decía. Y aún en este presente que la ubica como una joven universitaria se traslada en apenas instantes a aquellos momentos en los que esperaba que “me compraran un helado”. Entre juego y juego, corriendo y caminando, Maite fue mamando desde niña que había que hacerse escuchar. “Era una multitud de gente que venía de todas las partes del pueblo queriendo hacer respetar sus derechos”, reconstruye. Algo de todo aquello marcó este destino de estudiante de Derecho. “Mi mamá me llevaba a todas partes con ella. Fue una de las primeras de toda esta gente que se juntaba a informarse y a ver qué medidas iban a tomar sobre esto que estaba pasando. Asambleas, caminatas, sentadas y, si estaba mi mamá, yo también iba a estar. Hasta fuimos juntas a una charla que se realizó en la Universidad de Córdoba donde fue a exponer lo que estaba viviendo Andalgalá”.
La nieve
“Fuera las mineras”, “Abajo las máquinas”, cuentan Amanda y Cielo que gritan en las caminatas. Son hermanas. Amanda cumplió 11 hace un manojo de días y Cielo roza los 7. Sus vidas están atravesadas por la lucha de Andalgalá contra las mineras. Desde la ventana de su casa, el cerro es una realidad cotidiana. La mayor de las dos explica que “hay unas personas que destruyen nuestros cerros y contaminan nuestras aguas. Dicen que van a limpiar el agua pero en realidad la contaminan y mueren animales. Ellos cavan y tiran la basura acá abajo. El agua que tomamos viene de las montañas y nos contaminan todo a nosotros”.
Mientras hablan por videollamada con Ape, Amanda describe que “el cerro que vemos desde la ventana, está nevado ahora. Es re lindo, quiero que mi mamá nos lleve a jugar con la nieve. Una vez fuimos en su cumpleaños y estaba todo nevado”. Y Cielo, que ríe y se esconde mientras confiesa que “es mi primera entrevista”, evoca que “ese día yo chupé la nieve”.
Más que el oro
A Albana se le humedecen los ojos de orgullo cuando habla de su abuelo materno. “Es camionero. Ese día de la represión fue y cruzó el camión para que las máquinas no pasaran. No le importaba nada. Ni que lo lleven en cana, ni que lo denuncien. Él fue e hizo lo que estaba a su alcance. Por horas. Siendo una persona grande. Y me acuerdo de cómo todos lo aplaudían. Yo no estaba en el momento de la represión ahí. Lo vi por video. Pero cada vez que se recuerda aquel 15 de febrero, me acuerdo de ese gesto y del aplauso a mi abuelo. Es nuestro deber defender lo que es nuestro”.
El agua vale más que el oro es la consigna que a Albana le marcó aquellos primeros años. “Se decía esa frase que yo veía en las banderas, en los videos y se me grabó. Y supe desde el primer momento que ésa era la verdad. Y cuando fui más grande y tuve más conciencia, lo pude defender a muerte porque desde chica ya lo pensaba así”.
Cuando todos los años vividos están ligados a esta larga lucha del pueblo de Andalgalá ellas y el resto de sus pares respiran incertidumbre. “Es no saber si al recibirte, al tener tu título, y querer formar tu familia lo vas a poder hacer en Andalgalá. Si vas a poder volver a tu pueblo. Es escuchar a tus padres si se van a poder quedar o si se van a tener que ir de la tierra que los vio crecer. Y es pensar cómo tu pueblo es saqueado por una multinacional extranjera. Y también, por los políticos ambiciosos que supuestamente deberían defender al pueblo”, razona Maite.
Pero también “es notar la fortaleza que tenemos como pueblo. Ver todas las generaciones, toda la gente que pasó por las caminatas de los sábados, por esta lucha, dejando en claro que no somos un pueblo que se va a rendir tan fácilmente. Que a pesar de más de 20 años de lucha, aún seguimos de pie”.
Victorias ajenas
Galeano escribía hace 50 años que “nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos”.
En esas venas, que siguen abiertas, se leía que “con despecho escribía Colón a los reyes, desde Jamaica, en 1503: `Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especierías...`”. Más de cinco siglos después, siguen llegando por el oro. Y es la historia de los pueblos que dicen NO la que revierte esa sentencia a la que están acostumbrados los imperios y sus caporales nativos. Ya esas niñeces, las de Amanda y Cielo, la de Albana, la de Maite se vienen plantando para que esta vez, la victoria sea la de los pueblos.
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