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Por Silvana Melo
(APe).- Faltaban algunas horas para que saltara el índice de inflación de julio y levantaron el acampe. A ellos, los cerca de veinte mil que durmieron o al menos se acostaron en la noche fría de la Plaza de Mayo, no les cambia nada el número. A los índices los llevan en el cuerpo, en la ausencia de nutrientes, en los pibes que se saltean una comida (o más) porque el alimento no es un derecho soberano en la Argentina, sino una pretensión suntuosa.
La noche larga del invierno, la intemperie con carpa o no, el frío y el rocío cayendo directamente sobre los cuerpos no son un tránsito sencillo. Descalificados por pobreza, por piel, por desgracia aprendida y dramáticamente transmitida, por necesitar del estado para sobrevivir mínimamente, por resultar tan fastidiosos y urticantes para quienes tuvieron otras oportunidades en esta carretera tan desigual. Allanada para algunos, ripiosa e intransitable para tantos. Los acusan de ventajeros del estado, de cultores de la vagancia como una opción hedonista, de desempleados endémicos, de mil oportunidades que les desfilaron y las dejaron pasar por indolencia y holgazanería. Los acusan de responsables de su hambre, de su miseria, de su desalojo, de su casa que llueve y deja entrar el frío, de sus niños por parirlos, del trabajo que no hay porque no les para en su esquina, del futuro que ni los ve, de las cuentas que no les dan y amenazan con no darles nunca.
Para esos veinte mil que durmieron o al menos se tiraron bajo carpa prestada en la Plaza de Mayo para que los vieran, no cambia nada de ayer a hoy, de julio a agosto, de Arroyo a Zabaleta, de Guzmán a Massa. Porque el hambre les patea los tobillos pero no es sólo el hambre sino la dignidad, que se mide en trapitos para ellos y en kilómetros de satén para los otros.
7,7 por ciento de inflación en julio, la más alta en veinte años, con previsiones de tres dígitos en el año. Poco les cambia a los que pagan el IVA en los fideos mientras las cámaras que los representan protegen a los poderosos de cualquier aventura tributaria. Poco les cambia porque el futuro no se molesta en promesas. Los porvenires de los pobres no son más largos que la semana o el mes en que se cobra lo escaso que se puede cobrar o se pagan las cuentas que llegan. La luz que se dispara porque se cocina en un anafe y no hay otra cosa que el enchufe porque el gas es de otro mundo; que se dispara por el caloventor del pleno invierno que encima vino crudo como nunca. Como si fuera cómplice de tanta barbarie de saco y corbata y despacho.
Ya habían levantado el acampe, rodeado de policías por las dudas, monitoreados por funcionarios que observan desde su panóptico a quién pueden quitarle el plan de 15 mil pesos que no alcanza para comer los cinco días hábiles de una semana. Que miran a los niños comiendo de la olla ante las brasas y el fueguito donde se acercan las manos.
A los chicos que mañana no van a ir a la escuela porque acamparon con su familia en la plaza de la historia para que el resto vea cómo se teje la dignidad y se aprende la lucha como antes se aprendió el hambre.
Fotos: Rolando Andrade Stracuzzi - Martín Bonetto, Clarín
Edición: 4161
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