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Por Silvana Melo
(APe).- En la fría mañana de 12 de Octubre a metros de Mitre, a pocas cuadras del Puente Pueyrredón donde se acumulan de a decenas de miles los que no tienen nada para hacerse visibles, había dos piernas pequeñas que sobresalían del contenedor municipal. Pantalones rojos desteñidos y zapatillas blancuzcas era lo que mostraba la mitad de ese cuerpo. Su cabeza estaría monitoreando como un radar eficiente los restos de alimentos entre la basura de los demás. Su cabeza entre restos de yerba, salsa, botellas rotas, el monstruo bacteriano y cortante que acecha en la oscuridad de esa habitación no tan extraña.
Tres niños como él de cada diez comen muy mal y eso repercute en la formación de sus cuerpitos que crecen desparejos de los otros niños. Con menos fuerzas, con menos desarrollo cognitivo, con menos herramientas para disputarle espacios a un mundo que los desecha. Un quince por ciento pasa hambre. Mientras la agroindustria produce valioso forraje para los países desarrollados y alimento con agrotóxicos para la gente de adentro.
A metros de Mitre, la salida para el Puente Pueyrredón y para la historia misma de los condenados de este país, el contenedor de basura sostiene por las piernas a un niño que no soporta el esfuerzo y cae hacia adentro. Su padre vigila desde afuera y lo anima. Buscá buscá.
La mitad del país utiliza la salud pública. La totalidad de los más pobres. Los hospitales colapsan en invierno. Gripes, bronquiolitis, omicron, neumonías. Dientes y huesos con poco calcio. Sueños con poco hierro. Pandemias y endemias de esta tierra. Donde los niños corren el peligro de la fragilidad de origen.
Son hojitas al viento, repite una dirigente social.
La mitad de la pobreza vive en hacinamiento. Niños como el que busca en el contenedor comparten colchón con pares o adultos. La promiscuidad del espacio, de los cuerpos, es vecina del abuso, de la sexualidad abigarrada y lacerante.
El contenedor de 12 de Octubre a metros de Mitre es casi una habitación íntima para el niño de pantalones rojos desvaídos. Siete de cada diez niños de las vecindades son como él. Carecen de las mejores cosas. Les sobran las más penosas.
A la mitad nunca le contaron un cuento, a dos de cada diez nunca le festejaron el cumple. Cuatro de cada diez sufren malos tratos. En su casa, en la calle, en la vida misma.
Buscá buscá.
Al niño no se le ve la cara. Su cabeza, como un radar especializado, busca en la oscuridad lo que tira la gente del centro. Habrá alguna naranja podrida a medias, una sobra de torta de cumpleaños, unos fideos mezclados con restos de los propios cuerpos que habitan los edificios y las casas con garaje. El tiene los dedos amaestrados y desactiva la nariz cuando entra. A veces se queda un rato en esa oscuridad bendita. En esa soledad imposible. Hasta que el padre lo deshabilita.
Buscá buscá.
Y hay que salir porque en algún momento del día se come. Y la mesa depende de él.
Hojita en el viento.
Vela en el temporal.
Los datos pertenecen al informe "Condiciones de vida y desarrollo de la Infancia” del Observador de la Deuda Social de la Infancia de la UCA
La foto que acompaña la nota es ilustrativa
Edición: 4160
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