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Por Silvana Melo
(APe).- Detrás de cada niño en la calle hay un padre desocupado, decía Alberto Morlachetti mientras armaba una bella estructura de desarrollo digno para una infancia que nace en condena. Hoy en esos detrases hay padres y madres sin empleo o trabajando en la más precaria informalidad. Más de 7 millones y medio de hombres y mujeres trabajan sin paritarias ni aportes jubilatorios ni aguinaldo ni vacaciones. Con salarios extremos y sin estructura sindical que los respalde. Ellos vislumbran un futuro sombrío y sus hijos –esos síndromes que se ven detrás- están condicionados por una crisis endémica que los hunde en la desigualdad y la escasez de recursos materiales y sociales.
Los trabajadores registrados superan apenas los doce millones. Hay un millón y medio de desocupados. Y poco menos de ocho millones de informales y sin registro, siete millones seiscientos de hombres y mujeres que hacen changas, cocinan en comedores comunitarios, son recicladores, trabajan la tierra y fabrican alimentos caseros, limpian casas ajenas –sector con mayor informalidad en el país-, cuidan niños, son plomeros, electricistas, albañiles, empleados de empresas que no les hacen aportes en una tierra donde no trabajar es hambre y tragedia y donde trabajar con registro también suele ser pobreza.
Casi sin crecimiento económico en la última década, no aumenta el empleo privado en blanco y baja el salario. En los análisis de los economistas, la gente es apenas un gráfico de barras que cambian de color según su privilegio o su desgracia. Pero son millones de historias una a una. Historias que se vieron languidecer durante la cuarentena de 2020 y recobraron presencia en el mercado laboral a fines de 2021, pero con salarios más bajos. Trabajo en blanco con pobreza es la última adquisición del sistema.
Los asalariados en el ámbito privado son seis millones, cifra idéntica desde hace diez años. Los trabajadores en blanco crecieron, en ese período, en un millón de empleados públicos y unos pocos monotributistas. Desde el censo 2010 al censo 2022 el país tiene 4,5 millones de habitantes más. Es decir que hay tres millones sumergidos en la informalidad. El crecimiento se concentró sólo en el trabajo precario.
Según el INDEC, el 90 por ciento de los trabajadores en blanco cobran un salario bruto inferior a los 500 dólares (100 mil pesos hasta hace un mes, pre corrida cambiaria sobre la base del dólar blue y el contado con liqui), muy cerca del valor de 2003. El mismo monto que en mayo necesitó una familia para no atravesar el abismo de la línea de la pobreza.
Los casi ocho millones de no registrados no superan los 150 dólares (40 mil pesos a partir del mismo cálculo), que terminan complementados con planes sociales.
Un gran porcentaje de la informalidad está protagonizado por mujeres. No es casualidad que el sector laboral más castigado por la precarización, históricamente, sea el trabajo en casas de familia: apenas 506 mil personas registradas contra más de un millón sin registro. Los peones rurales ocupan el segundo lugar en este podio de la adversidad. Justamente donde se está produciendo gran parte del enriquecimiento en un sistema de producción que no es empático con la pobreza ni con el ambiente ni con la salud de la gente.
La consecuencia fatal de este mercado laboral marginal y precario, de este modelo que excluye a gran parte de los trabajadores y los empuja a los suburbios sistémicos, no sólo son los millones de niños que están detrás de los padres desempleados y precarizados. También lo es el futuro de esos hombres y mujeres para quienes la falta de tierra segura donde pisar y de respaldos institucionales implicará un futuro sembrado de incertidumbre.
El Centro de Economía Política Argentina (CEPA) sostiene que más de 1,5 millones de personas en edad jubilatoria no tienen los treinta años de aportes necesarios. Casi 700 mil no tiene ningún aporte. Sólo una de cada diez mujeres y tres de cada diez varones con edad para jubilarse pueden hacerlo hoy. El resto necesita –como necesitarán mañana los precarios de hoy- de moratorias que penden de las decisiones políticas de gobiernos y oposiciones, según venga la mezquindad de la disputa agotadora por el poder.
Por un poder que sólo se mira el ombligo y no es capaz de poner ojo y decisión sobre las espaldas cargadísimas de millones de martirizados cotidianos.
De ellos y de sus hijos, los niños en la calle que hay detrás de los confinados del sistema.
Edición: 4150
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