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Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura represora tuvo uno de sus más poderosos enemigos en Sigmund Freud. Mucho del bastardeo de sus investigaciones y enseñanzas son la restauración conservadora que los “seguidores continuadores” han hecho con su obra. Freud señalaba con precisión la diferencia fundante entre representación palabra y representación cosa. La palabra aludía, ilustraba, mencionaba, evidenciaba a la cosa. Pero no era la cosa. A pesar de que la representación palabra se multiplique, se potencie, se expanda, la cosa puede quedar inconmovible. Un botón, un ejemplo.
La convención internacional sobre los derechos del niño es una mega producción de palabras. Algunas que se pronuncian con cierta convicción sonriente: “derechos, sujetos de derecho”. Y entonces al usar la palabra derecho, encubre que la cosa derecho sigue ausente. Jarabe de pico, decía un tío que mereció mejor suerte. Hoy los jarabes de pico se multiplican en los denominados programas periodísticos, en las redes sociales, en las declaraciones de los, las y les funcionarios y funcionarias, incluso en las que funcionan señalando que los demás no funcionan.
Antes a las palabras se las llevaba el viento. Hoy con una suave brisa basta y sobra. Otro botón, otro ejemplo. La representación palabra democracia es objeto de un culto apolíneo. La cosa democracia por su ausencia no brilla. Más bien está opacada. Empetrolada, enchastrada, por las evidencias de la continuidad del terrorismo de estado por otros medios.
Sin embargo, la cultura represora no deja de asombrarnos y en muchos casos, indignarnos. La representación palabra que ha conquistado el podio es: en situación… No duerme en la calle. Está en situación de calle. ¿En qué situación? De dormir, vivir, morir en la calle.
No está reducida a servidumbre, a esclavitud sexual, a todo tipo de maltratos, torturas, denigraciones. Está en situación de prostitución. Ante este uso encubridor y reaccionario del lenguaje, hasta prefiero el “pare de sufrir”.
Cuando importan más las formas lingüísticas de encubrir la realidad que la profunda transformación de la cosa, la cultura represora tiene una victoria sin bajas. Hasta los vencidos la aplauden. Si hay un festival de importaciones, también hay un festival de palabras. Todas encubridoras. Todas reaccionarias. Todas para barrer bajo la alfombra aunque ya no queden alfombras.
Somos el espejo cóncavo de la real academia española. Donde no importa ya las cosas que pasan. Lo único que importa es qué palabras usás para decir las cosas que pasan. La palabra es mágica: en el marco de la cultura represora, magia diabólica. Aunque diablo es otra palabra para referirse al mismo dios.
Edición: 4139
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