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Por Alfredo Grande
(APe).- Estamos en el umbral del cambio catastrófico. Lo que no es necesariamente una catástrofe. Pero se acerca. Si yo paso del número 1 al 5 contando 2, 3, 4 es un cambio gradual del 1 al 5. En términos políticos, es lo que podemos denominar gradualismo, posibilismo, progresismo de baja intensidad. Si yo paso del 1 al 5 directamente, es un cambio catastrófico. Desde ya, decir cambio catastrófico es más aceptable que decir cambio revolucionario. Pero es lo mismo.
La gradualidad es la ética del después, del futuro, del estamos mal pero vamos bien, de las inversiones para el segundo semestre, etc.
Para las derechas, el futuro siempre es nuestro y el presente siempre es ajeno. El pasado siempre es negociable porque si bien nadie resiste al archivo, entonces la tarea es cambiar los archivos.
Cada uno tiene el pasado que se merece. En la actualidad de la cultura represora, el problema no es que no podemos cumplir con nuestros objetivos. El problema es que no entendemos qué cosa es un objetivo. El cortoplacismo, el aquí y ahora, la satisfacción instantánea de la demanda artificial, nos ha subjetivado al modo de un algoritmo. Un algoritmo es un conjunto de reglas definidas que permite solucionar un problema, de una determinada manera, mediante operaciones sistemáticas (no necesariamente ordenadas) y finitas.
Estas instrucciones, definidas y ordenadas en función de los datos, resuelven el problema o la tarea. Si traducimos esta definición que como siempre le debo a la Wikipedia, lo real debe acomodarse al algoritmo político, económico y social que los poderosos de la tierra imponen.
Si la única verdad es la realidad, entonces la realidad debe ser cuidadosamente vigilada para que sólo algunas verdades sean evaluadas. Y otras verdades deben ser descartadas por herejes, subversivas, terroristas, fundamentalistas, y otras evaluaciones similares.
Una forma de algoritmo muy difundido, es la catequesis. Que pretende resolver el problema que la sexualidad y el placer le imponen a la cultura represora.
El objetivo es construir adultos resignados, cínicos, nihilistas, timoratos, ausentes de coraje, carentes de alegría, con un escepticismo donde el cambalache es la confusión que amputa toda lucidez. Como el autor de El Principito señala, “todas las personas mayores han comenzado por ser niños (aunque pocas lo recuerden)”.
Lo que estoy pensando, quizá más sintiendo que pensando, es que hace décadas las personas mayores no han comenzado por ser niños y niñas. Son los principitos de un planeta devastado. Acosados por reyes que se especializan en dar órdenes que no se pueden cumplir.
Los principitos padecen que lo esencias es visible a los ojos. La crueldad fundante del modo de producción social, no es ningún relato. Es un cotidiano horror que se registra con los cinco sentidos y con el arrasamiento vincular.
Los principitos no pueden hacerse responsables de nada, porque los hacen culpables de todo. Los principitos no han sido domesticados. Han sido sometidos. Si pudieran mirar con el corazón, enloquecerían. Entonces están obligados a mirar desde el paco, la pasta base, el frío que congela, el calor que derrite, el hambre que lacera.
El corazón, es decir, los sentimientos, los afectos, las pasiones alegres, han sido tempranamente amputadas. Con el corte del cordón umbilical el paraíso de la ternura se ha perdido para siempre.
Los principitos saben que no son importantes, porque muy pocos han pasado tiempo con ellos. Y entonces siguen buscando y siguen necesitando encontrar su propio planeta. No les importa si es pequeño. La única condición es que no sea hostil. Que no sea cruel. Que no sea propiedad privada de los reyes que transforman todo deseo en mandato.
Lo que más les importa a los principitos no es ser sujetos de derecho. De leyes que tienen letra, pero han perdido su espíritu. Los principitos anhelan ser sujetos de deseo, sujeto de necesidades básicas satisfechas, sujetos de alegría, sujetos de ternura.
Sólo le pido a Dios, sea quien sea el Dios, que encontremos a Antoine de Saint-Exupéry para que escriba la continuación de su historia infantil porque los adultos todavía no la entendieron.
Para que eso suceda, el cambio catastrófico es necesario.
Ojalá pueda leer más temprano que tarde “Los Principitos”.
Edición: 4123
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