Bajo Fondo

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Por Silvana Melo

(APe).- La semana que viene la mayoría de los pibes de los alrededores llenarán otra vez las aulas erráticas de esta escuela. La que contiene y abandona. La que acompaña y expulsa. Esos pibes y esa escuela estarán sometidos en un futuro extenso a la presión de acreedores. Hombres y mujeres oscuros que manejan el mundo pobre con soga y púa. Que les cobrarán día tras día, en la leche y en el pan, una deuda brutal que ellos no decidieron pero pagarán. Inexorablemente. Los chicos y las chicas de estos alrededores volverán a la escuela y aprenderán historia. Doscientos diez años atravesados por un colonialismo que nunca desertó. No hubo aceite hirviendo ni revolución maya que los ahuyentara. Y Rivadavia, el prócer que nombró al sillón de los presidentes y a la calle más larga, la que sale de Plaza de Mayo, conservará el marco de su cuadro bicentenario.

En las calles de este país los niños, sus madres y sus padres y su abuelerío con ínfulas previsionales, hablan de lo que no tienen. Del almuerzo flaco, de lo que cuesta el agua, de la jubilación que ni para la indigencia, de la changa que se cae, del turno que hay que sacar en el hospital a las tres de la mañana, del pan a 200, de la vida que no vivirán jamás.

Le deben a los cercanos el aceite y la harina. Pero no tienen tiempo de saber que son deudores en dólares del Fondo Monetario Internacional. Que les cobrará esa deuda en los años siguientes con su hambre y su condena. El acuerdo que se firmará en estos días y la decisión de pagar una deuda que somete el futuro, no es tema de discusión en la cola hospitalaria. Donde la vida se define en lograr que la cena sea calentita y para todos. Esa deuda, que atraviesa la vida de los sectores populares durante casi toda la crónica argentina, no tiene combatientes en su contra dentro de los sectores disciplinados por el hambre. El resto, la dirigencia que decide, lame sus propias heridas internas, desentierra culpables y se quita sayos con impudicia. Pero además paga.

La decisión de una cúpula del poder de tomar la deuda más grande de la historia implicó a 45 millones de personas. Y la determinación de pagar, cualquiera sea la consecuencia para los mismos 45 millones, dejan en claro que el sistema permite a las minorías decidir por la vida y la tragedia de millones. Sin preguntarles. Los niños y las niñas aprenderán en la escuela lo del demos y cratos. Pero no les cerrará el concepto, reñido con su vida diaria.

En dos años se celebrará el bicentenario del endeudamiento argentino, cuando Bernardino Rivadavia era Ministro de Hacienda: el célebre empréstito con la Casa Baring Brothers & Co., el 1 de julio de 1824. Era un millón de libras esterlinas, equivalentes a cinco millones de pesos fuertes.

En el camino de Londres a Buenos Aires el préstamo se redujo a 570.000, atacado por el buitrerío. Hasta dos cuotas adelantadas hubo que pagar. Pero del monto real, no de la mitad que llegó al puerto. Rivadavia puso como garantía las tierras de la Provincia. Pero cuando fue presidente, dos años después, elevó la garantía a todas las tierras públicas de la Nación. La mesa servida para los ingleses. Es hora de que la historia revise a sus próceres. Y que las infancias sepan la verdad.

El país, todavía no consolidado como república, tuvo que vender joyas de la abuela para pagar intereses. Rosas pensó hasta en entregarles las Malvinas para terminar con la deuda. Casi 200 años después Patricia Bullrich estuvo ahí de ofrecerles las islas a los norteamericanos para que mandaran la Pfizer. El lago paradisíaco en la Patagonia ya es de Joe Lewis.

La deuda condicionó a los gobiernos posteriores y al finalizar la presidencia de Julio Roca, los 5 millones de pesos fuertes se habían transformado en 36 millones a pagar.

El niñerío de estos mundos lejanos tiene que saber que el país nació como tal con la soga al cuello. Arrastrando una deuda fraudulenta y usuraria. Como todas las que vinieron después. Hasta el record global de 45 mil millones de dólares en 2018.

Sin embargo, siguen tomándose decisiones que inundan el futuro de mala vida para millones de personas. Se toman desde una mesa de diez. Y se comunican cuando está todo abrochadísimo. Sin vuelta atrás.

La escuela que vuelve la semana que viene en estos alrededores deberá enseñarles que Argentina se asoció al FMI en 1956. Un año después del golpe de estado que acabó con el segundo gobierno de Perón. Hasta ese momento, el peronismo se había negado a ser parte de la avanzada de Estados Unidos para convertirse en el gran triunfador de la economía pos guerra.

Durante los 50 años subsiguientes el país vivió 38 bajo el pie del Fondo. En 2006 Néstor Kirchner decidió terminar con esa relación y le pagó la deuda entera. En lugar de discutir la legitimidad de esa ancla en el cuello, pagó.

Todos pagan. Con la piel y los huesos de aquellos a los que los que honran las deudas, descartan.

Hasta el 2018, se vivieron doce raros años sin presencia del FMI en los días del país.

El 8 de mayo de 2018, en un video de menos de tres minutos, Mauricio Macri anunciaba el regreso al Fondo. Regresar a la paternidad, como el hijo pródigo de la parábola bíblica. En medio de una crisis económica al nivel del desastre.

Los 14 de noviembre los niños y las niñas deberían escribir en sus cuadernos la frase de Nicolás Dujovne –el Celestino del enamoramiento entre Mauricio y Christine Lagarde- cuando anunciaba sin ponerse colorado que “en la Argentina nunca se había hecho un ajuste fiscal de esta magnitud sin que caiga el gobierno”. Para no olvidar ciertos nombres.

Deberá saber, el piberío, que el Presidente Fernández anunció, en esos primeros meses románticos de flamante asunción, la presentación de una querella criminal contra los que contrajeron la deuda. Tuvo una oportunidad histórica. Pudo elegir pararse del lado del desamparo. Del lado de esos nueve millones de los omitidos de esta historia (que hay que multiplicar por dos), que descubrió con cara de sorpresa cuando creó el IFE. Pudo confrontar esa deuda que sojuzgaría al país.

Pero va a pagar. Religiosamente, como todos. Con un ajuste que amenaza al sistema jubilatorio, a la atención social, a la salud pública, a la educación. Niñas y niños deberían saberlo. Aprender la rebeldía. Doblar la resignación como un pañuelito y tirarla por una alcantarilla.

Ellos deben saber que desde ahora habrá co-gobierno con el Fondo. La oficina usuraria tendrá sucursales en cada panza, en cada sueño que se rinde. Porque no pretende que le paguen la deuda. Sino que se endeuden más para pagar intereses. Y de esa manera ser el lobo que arrea a los corderos siempre a punto de comérselos. Enfundando los colmillos en el momento exacto, antes de perforar la yugular. Tortura perpetua y sometimiento. Eso es la deuda.

Y ellos tienen que saberlo.

Foto de apertura: Hugo Emilio Tempesta

Edición: 4069


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