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Por Silvana Melo
(APe).- La iglesia suele ser la casa más hostil para el pibe que nace, con absurda pertinacia, en los finales de todos los años. El que llegó a revolucionarlo todo, a cambiar un mundo injusto desde el origen, y fue reducido a un gerente de una institución de ministros que dicen que lo representan. En estos días el obispado de San Isidro celebró la detención de un chico que vive en la calle y que se había robado de la catedral el copón con las hostias consagradas. Profanación del cuerpo de cristo, dijeron con gravedad. Porque el cuerpo de cristo se simboliza allí, dicen. Está allí. En una masa de agua y distintas harinas de trigo pero sin levadura. Azima. Y el niño, que entró a la catedral y se encandiló, se llevó el copón sin saber qué era ni para qué.
Y salió corriendo con la profanación bajo el brazo. Corrió y se fue de un espacio amplio, poderoso, replicante de historia. Que no tiene ni tendrá lugar para él, que está en la calle y su mansión es un bajo de cornisa. Que su cuerpo no tiene réplica de pan ázimo porque él nació un día cualquiera y el mundo no se enteró y ahí quedó, puesto en el abandono. En el anonimato. Con la posibilidad de volver a nacer junto con el otro pibe pero eso nunca se da. Nunca.
La Catedral de San Isidro difundió un comunicado donde hablaba de un “penoso hecho” y anunciaba una misa “para repararlo”. El hecho penoso no es el chico sin cuerpo ázimo que vive en la calle, como parte mínima de una multitud de silenciosa indigencia. Sino el copón donde los ministros del pibe que se empeña en nacer consagran su cuerpo de harina y su sangre de vino. La copa de las hostias o el cáliz, el vaso donde José de Arimatea recogió la sangre que brotaba del costado de Jesús después de ser apuñalado. Y que ahora es el vino que los ministros del pibe –como los que celebraron la detención de un chico de la calle que se llevó el copón- dicen convertir en esa sangre en el ritual de la misa.
"Pasado el mediodía del miércoles 15 de diciembre ingresó a la Iglesia Catedral un joven en situación de calle y robó un copón que contenía hostias consagradas. El mismo ya se encuentra detenido", suspiró aliviado el obispado. Acaso el cuerpo de cristo se sentía más cómodo en manos del chico anónimo y paupérrimo. Pero eso no se sabrá nunca. Porque sigue naciendo los fines del año y nadie lo ve. Ni le consulta, así, como casualmente, cómo se siente durante el supuesto alojamiento en las oficinas de sus ministros. Que no tienen lugar para los pibes como él, que nacen en establos o en asentamientos, lejos de las mesas donde se come y se bebe en una celebración que lo olvida sistemáticamente. Y que prefiere no saber que él viene a echar a latigazos a los mercaderes del templo y ésos no son, justamente, el chico que se robó el copón. Viene a dar vuelta el mundo como una media pero nadie tiene muchas ganas de que los ricos queden a los pies y el inmenso pobrerío ascienda a las cúspides. Entonces se va y vuelve otra vez, obstinado como pocos, un año después.
Pero el obispo de San Isidro seguirá celebrando la victoria del copón contra el pibe que vive en la calle. Y dará misa para dejar en claro qué costado de la vida elige.
Y él habrá fracasado otra vez.
Edición: 4438
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