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Por Silvana Melo
(APe).- Aislados de la angustia social, discuten quién ganó. Mirándose el propio ombligo, contando los votos para un senador, contando las costillas propias y ajenas para 2023. Como si un salto en largo temporal clavara la aguja dos años después. Para disputar un poder testimonial, porque los que mandan están en otro lado.
Mientras abajo se cuentan los porotos en la olla, para hablar de cálculos. Y se pasa revista a las propias pérdidas. Que no son senadores ni especulaciones para dos años después. Porque lo que falta es el alimento de la próxima hora. Lo que se perdió es el trabajo, seres queridos, imprescindibles, el salario sólido, registrado, paritario, la empresita que daba empleo. Lo que se diluyó es la certeza, el crédito a quienes se consagra en el mínimo y humilde acto de poner un sobre en la urna. Lo que languidece es la esperanza.
¿Hay palabras para explicarles a los niños lo que pasó el domingo? ¿Hay forma de contarles lo que ocurrió desde hace seis años? ¿Hay cuento posible para delinearles lo que se fue rompiendo desde hace 50 hasta llegar a este escombrerío? ¿Cómo se dice que el trabajo digno no existe más? ¿Cómo se les desmitifica que los pueblos no se equivocan? ¿Cómo enhebrar que ganó un sector dirigencial que responde a los poderosos, diciendo que hay que bajar los sueldos y quitar las indemnizaciones? ¿Habrá que contarles que en realidad gran parte de la gente ya perdió las indemnizaciones y al sueldo se lo baja la inflación día tras día? ¿Habrá que explicarles que para esa gran parte el trabajo es precario, no registrado, sin paritarias ni sindicatos, incierto y con fecha de vencimiento?
¿Cómo se explica a los pibes que tantos compren el discurso de bajar el gasto del estado, de que no haya estado? ¿Cómo se justifica ante ellos que tantos levanten el dedo de esa misma derecha pidiendo que el estado gaste menos en jubilados, en asignaciones por hijo, en programas sociales, en el hambre a que fueron condenadas más de cinco millones en el país, en la pobreza a la que fueron confinadas más de veinte millones? ¿Cómo se responde por qué se implanta un nuevo sentido común que sospecha de las infancias y de la pobreza a la vez que profundiza su tragedia? ¿Cómo asumir ese sentido común que impone a la derecha en ciudad autónoma de Buenos Aires por un 64% de los votos? ¿Cómo entender que en la Provincia ese voto condenatorio y sostén del poder más oscuro supera el 50%?
¿Se les podrá explicar que gobierne quien gobierne lo hará con la cruz de la deuda sobre las cabezas de sus gobernados? ¿Que honrará sin condiciones una deuda ilegal e ilegítima que no tomaron ni las niñas ni los niños ni sus padres ni sus abuelos y sin embargo su pago será una sangría en la vida de todos menos en la de los que deciden pagar?
¿Cómo hacer para encenderles alguna certeza, pequeña, como una vela en el viento? ¿Cómo hacer cuando lo peor avanza y no alcanzan las dos manos adelante para pararlo?
Habrá que volver a apropiarse de la calle, la nuestra, la de los siete de cada diez niños pobres en estos confines populosos de la tierra, la calle de un sueño juntos, la calle donde se construye, no la calle donde se vive. Para la que no languidezca sea la esperanza.
Edición: 4421
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