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Por Silvana Melo
(APE).- Soportaron el invierno en la Containera. Los clavos oxidados en los pies desnudos de sus chicos. Las arañas y las ratas. Y el acoso policial. Soportaron el frío polar sin nada para calentarse. Sin ayuda alimentaria desde que 80 mujeres y sus 175 niños limpiaron como pudieron un basural para ponerse a vivir. En casitas de nailon y chapa. Que fueron evolucionando a algunas maderas en los techos. Ellas salieron de sus casas arrastrando a sus pibes porque no podían pagar los alquileres que se cobran en el barrio, porque sus parejas las molían a palos, porque el presente insidioso no permitía la osadía de pensar en un futuro. Aunque fuera cortito. Por eso se juntaron y armaron Fuerza Mujeres, una toma pegada a la Villa 31. Un proyecto colectivo con la intención de tener una vivienda digna. En una ciudad obesa de desigualdad. Ambiciosa de proyectos inmobiliarios con un déficit de casi cuatro millones de viviendas en el país. Cerrando en el mismo día la construcción de 16 torres en 12 barrios. Con mujeres y niños en la calle.
A eso de las 6 de hoy llegó la policía de la Ciudad. Era de noche y los chicos dormían. Les leyeron textos que hablaban de derechos que no tienen. Ni los niños ni sus madres. Y a las 7 empezaron a sacarlos. Para quienes no querían salir, prendieron fuego las casillas. Los chicos vivieron la violencia de un despertar atroz. Desarmaron las viviendas y largaron la topadora, como si fuera un lobo hambriento.
Ellas aseguran que les rompieron todo. Que no les importó nada. En tres meses habían respirado lo peor del invierno, los niños sufrieron broncoespasmos, ellas neumonías. Era duro el camino para la búsqueda de una vida un poco mejor. En la villa, por una pieza, piden 10 mil pesos por mes.
Una nena con un carrito de muñecas los mira llegar y no entiende lo que pasa. Por las dudas se abraza al juguete. Los policías le pasan por delante, llevándose su casa. Ella mira esa violencia de la que su madre huyó para levantar dos chapas en la Containera.
Otra chiquita reclama delante de una cámara: “destruyeron el único inodoro que teníamos, que a mi mamá le costó un montón de plata. Que nos den una casa si quieren que estemos bien”. Lo dice a los gritos pero sin llorar. No tiene más que 9 o 10 y lo dice con una bronca que quema desde el adn, sorbida en la leche materna, marcada en las vísceras.
No les alquilan con chicos, dicen. “Así está la justicia: dejan al hombre en la casa y la mujer con sus hijos terminan en un parador". Por eso se juntaron 80 con sus 175 niños. Con sus tragedias aledañas. Lindantes y unidas parándose sobre la tierra. Sobre un pedacito de tierra. Basural y todo, pero de ellas. Un techito contra las penurias y las tormentas de esta vida. Pero entraron con topadoras. Les rompieron las casitas, las quemaron. Cuando las dejaron en la calle empezó a llover. El castigo parecía del cielo pero no lo era.
El castigo es pensado, planeado y puesto en marcha por la política de un sistema que no incluye a la porción más vulnerada de la sociedad. Esos que son casi 19 millones de pobres (la cifra del INDEC también apareció hoy) y cinco millones de indigentes. Esos que son seis de cada diez niños. Siete de cada diez en el conurbano. Los niños que hoy por la mañana, temprano, cuando hay que tomar café con leche e ir a la escuela, se quedaron en la calle, solos con sus madres, mojados, sin juguetes ni colchón para la noche. Sin ese futuro apenas que estaban armando entre todas. Con ellos.
Edición: 4396
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