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Por Alfredo Grande
(APe).- La cuestión de los derechos humanos nos coloca en una paradoja pragmática. Es decir: establece dos afirmaciones contradictorias en un mismo plano. Y el ejercicio despótico de la autoridad impide enunciar esta situación. La más conocida paradoja es “se espontáneo”. Si realmente lo fueras, no lo serías porque estás haciendo lo que te dijeron hacer que es lo opuesto a ser espontáneo.
Esta paradoja pragmática ocasiona parálisis, violencia, confusión. Estas paradojas han sido muy estudiadas en las relaciones familiares. Estas paradojas pragmáticas tienen potencial enloquecedor. El lugar común de decir “todos estamos locos” tiene un núcleo de verdad.
Todos y todas estamos sometidos a paradojas pragmáticas. Desde que nacemos por lo menos. Y antes también. La doctrina de los derechos humanos en el marco de la cultura represora, sostiene una paradoja pragmática: se le reclama el cumplimiento de los derechos humanos a los mismos estados que sistemáticamente los violan. Es pedirles a los ladrones que no roben, a los asesinos que no asesinen, a los violadores que no violen, a los feminicidas que no maten mujeres, a los pedófilos que no violen niñes.
Estas estrategias suicidas están enmarcadas en doctrinas de: “adversarios no enemigos” “el amor es más fuerte” “la comunidad organizada” “el pacto social” “estamos todos en el mismo barco”. Todas estas doctrinas también son el opio de los pueblos.
La rebeldía ante el represor necesita romper el pacto perverso entre ambos. Ese pacto perverso que algunos denominan “síndrome de Estocolmo”, mezclando el amor con las estrategias de supervivencia. Todo lo dicho tiene un impacto demoledor en la construcción de la subjetividad. Lo que se denomina “procesos de subjetivación”. Las infancias son los territorios donde deberían sembrarse deseos para cosechar sueños posibles.
En la actualidad de la cultura represora se siembras mandatos y se cosechan pesadillas insoportables. Infancias difíciles, infancias imposibles. Es lo que hace años hemos denominado “niñas y niños sin niñez”. Sin niñez, las niñas y niños no solamente son locos bajitos, al decir de Joan Manuel Serrat. Son bajitos angustiados, aterrorizados, abusados, hambreados, entrenados en que la supervivencia está garantiza por el delito.
La remanida baja de la edad de imputabilidad es la única estrategia de la cultura represora para castigar los efectos nefastos que esa misma cultura produce. Estado Represor + Código Penal es la alquimia letal para que toda ilegitimidad sea legal. La paradoja pragmática es legalidad y simultáneamente ilegitimidad. Si nos cuesta pensarlo, muchos más nos cuesta enunciarlo, denunciarlo y muchísimo mas combatirlo.
En un país donde lo más fácil es el gatillo, lo más difícil es la niñez y la adolescencia. De tan difícil que es, y no pocas veces sino demasiadas, es imposible. ¿Hay que esperar el día de las infancias para recordarlo? No. Pero nunca está de más reforzarlo. Porque nuestra propia subjetividad cristalizada confunde lo permanente como lo normal. La revolución permanente ha quedado congelada. Lo único permanente es la cultura represora.
Y hay una forma de pensar a las infancias desde una clave represora, hegemónica, de tutelaje, de proteccionismo falopa. Las infancias disciplinadas exigen que el hambre no sea un problema, sino que el hambre sea una solución. “El 40% de los alimentos producidos a nivel mundial termina en la basura. Alrededor de 2.250 millones de toneladas de alimentos producidos se pierden anualmente, según un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza. Comida que alcanzaría para alimentar más de siete veces a la población con hambre en el mundo y tiene impacto sobre el cambio climático”. A mal entendedor, nunca alcanzan las palabras. Ni las imágenes. Ni las ideas. Ni los trabajos de la Agencia Pelota de Trapo. La mayoría silenciosa es también una mayoría mal entendedora. Cuando entienda que el mal de muchos es el consuelo de los cómplices, parafraseando a Marx, diré que “el peso de las infancias muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Si otro mundo es posible, entonces en ese otro mundo será posible una infancia fácil.
Pintura: El mundo prometido a Juanito Laguna. Antonio Berni
Edición: 4369
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