Nada menos...

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Por Alfredo Grande

(APe).- ¿Jura decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad? La retórica pregunta se contesta con una retórica respuesta: sí, juro. La cultura represora hace gala de la verdad, de la transparencia, de la información visible, de la ética sustentable, de la accesibilidad a través de diversas plataformas del universo digital. En otros términos: es una formidable formación reactiva donde hacer lo que se dice más no lo que se hace, adquiere una dimensión tan planetaria como puede abarcar la cultura represora. En el terreno pantanoso de la verdad, nos hundimos sin remedio.

Un ejemplo de los muchos: un obrero cobra su salario. Con recibo, todo en regla. Mira los créditos y los débitos. En neto a cobrar está la verdad de su salario. Mas no está lo verdadero. La apropiación de plusvalía no figura en el salario. Pero es lo verdadero que pone en superficie el análisis de las políticas económicas que realiza el marxismo. Una persona dice: pienso, luego existo. No avanzo sobre que piensa y menos sobre cómo existe. Sin embargo, lo verdadero es que el fundante de su existencia no puede ser pensado. Eso lo descubrió o lo inventó, que no es tan diferente, el psicoanálisis. La materia, por ejemplo una cacerola, es diferente a la energía, por ejemplo, la llama de gas en la cocina. Es una verdad más que evidente. Pero lo verdadero es la equivalencia entre energía y masa, según la célebre fórmula «E=MC²”.

En la política cada tanto hay actos de sinceramiento y de sincericidio, en un océano de información secreta y clasificada. Archivos secretos de la dictadura genocida, sin ir más cerca. Como decía Fernando Portillo, cura obrero que trabajó con Monseñor Podestá: “cada vez que se descubre un secreto de estado, es un escándalo. Nunca una alegría”. O sea: hay una historia oficial y hay otras historias. Quien quiera oír que oiga, quien quiera pensar que piense.

En una lejana época, había una expresión: “la verdad de la milanesa”. Nunca supe, y ya es tarde, cual es la mentira de la milanesa. Pero al menos dejaba entrever la obsesión por la verdad. Por saber de qué se trata. Me atrevo a decir, con el aroma de cierta inmunidad del escritor, que la obsesión por la verdad se retro alimenta por la industria planificada del engaño.

Cada tanto destapar la olla es funcional a la cultura represora. Estalla el escándalo que es la pareja perversa de la hipocresía. Erupciones ocasionales de llamaradas de verdad, le baja la presión al sistema para que pueda seguir fabricando nuevos engaños. La verdad ha sido capturada por la cultura represora. La verdad es que hay pobres. La verdad es que hay ricos. Incluso pueden cuantificarse en porcentajes. Pero lo verdadero es que hay empobrecidos y lo verdadero es que hay enriquecidos. La verdad es una foto, habitualmente editada. Lo verdadero es un devenir, un movimiento, un tránsito. Hay demasiadas situaciones donde la verdad encubre lo verdadero.

WikiLeaks (del inglés leak, «fuga», «goteo», «filtración [de información]») es una organización mediática internacional sin ánimo de lucro que publica a través de su sitio web informes anónimos y documentos filtrados con contenido sensible en materia de interés público, preservando el anonimato de sus fuentes.

El lanzamiento del sitio se realizó en diciembre de 2006, si bien su actividad comenzó en julio de 2006-2008. Desde entonces su base de datos ha crecido constantemente hasta acumular 1,2 millones de documentos. Su creador es Julián Assange. Fue encarcelado, extraditado, desconozco su situación actual. Los informes anónimos y los documentos filtrados, que alguna vez voltearon a un presidente en el célebre watergate, se han potenciado en la era digital. Las notas en la Agencia Pelota de Trapo descubren lo verdadero y nunca se quedan en la superficie pegajosa de la verdad. He leído muchos intercambios de un proyecto socialista. Todo lo que dicen, a mi criterio, es verdad. Pero nunca enuncian lo verdadero de la revolución. Que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos hamburgueses de plástico.

Los comunicadores de todas las formas de la cultura represora a los dos lados de la grieta, se esfuerzan en sostener la verdad del modo capitalista, el más serio o el más gruñón. Las mujeres originarias que marcharon a la reina de la plata, las niñeces empobrecidas que dan cuenta de la sistemática planificación del exterminio por necesidades básicas siempre insatisfechas, las mujeres secuestradas y esclavizadas por la industria de la trata, gritan lo verdadero ante la sordera de la parafernalia de funcionarios cacareando las verdades de las burocracias gubernamentales.

Cuesta aceptar que la verdad sea una herramienta de la cultura represora.

Pero según mi leal saber y entender, es lo verdadero.

Edición: 4327

 


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