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Por Silvana Melo
(APe).- Mientras presentaba ante la Justicia el amparo para no pagar el gravamen “solidario”, por única vez, a las grandes fortunas, tal vez Carlitos haya pensado en aquella piedra. Cuando el entrenador infantil de All Boys golpeó las manos en la casa del albañil Segundo Tévez era porque había visto a Carlitos patear una piedra. Tenía cinco años y la piel grabada para siempre por la olla de agua hirviendo que se cayó sobre él de bebé. Esa piel que se pegó a los trapos con que lo cubrieron. El pibe iba recorriendo de a poquito, sutilmente, el camino al desastre. Criarse en la villa, en patas y con hambre, con un padre asesinado de 24 balazos y una madre que se fue no era buen augurio. Le queda de ese pasado atroz el mural de Fuerte Apache que hizo pintar en una de las paredes del inmenso gimnasio inmerso en la mansión de La Horqueta, San Isidro. Con discoteca subterránea para 200 personas y cochera para 15 vehículos.
El albañil Segundo Tévez le dijo otra vez que no al entrenador. Carlitos pateaba una piedra como Pelé la de cuero en el Santos. Pero en patas. Porque no tenía zapatillas. Por eso no le daba el pibe al entrenador de All Boys. Fichó a cambio de botines. 27 años después firmaba en la China un contrato más millonario que los de Messi y Ronaldo.
No había comida en casa y el tío tenía que salir a pedirles a los vecinos para alimentar a la familia. Se crió con su mejor amigo –dice que jugaba mejor que él- y esquivó la transa, el consumo y el robo con caño que le costó la vida a ese amigo, cuando mató a dos policías y se voló la cabeza.
Tal vez por eso fue cruzando la calle de su sangre villera y popular.
Tal vez por eso sufrió tanto cuando no lograba encontrarse con su Rolls-Royce Wraith Coupé que encargó en Italia y se lo entregaron en Europa cuando ya había vuelto a la Argentina para jugar en Boca. Allí donde el bosterío pobre y deshauciado de los conventillos esperaba a un ídolo que rompiera a golazos la red de los arcos de Núñez. Y devolviera un retacito de esperanza en tiempos cada vez más amargos.
Suerte que el Rolls Royce llegó a tiempo para su casamiento en San Isidro.
Amigo y socio de Mauricio Macri en el negocio de los parques eólicos –investigado en la justicia federal-, ese vínculo lo devolvió a Boca. En tiempos en que el Presidente pensaba quedarse para siempre. Y cuando ese mismo Presidente se jactaba de haberse sacado de encima a Diego Maradona.
Hace pocos días, en La Horqueta, Carlitos armó una fiesta sin barbijos ni distancias para celebrar a su hija. En la mansión no hay protocolos. Aunque los contagios diarios ya superaban largamente los 20 mil.
Ahora comparte un podio con Cristiano Ratazzi –presidente de Fiat- e Inés Bengolea –nieta de Amalia Fortabat- quienes el mismo día que él presentaron ante una mesa de entradas judicial el amparo para no pagar el impuesto por única vez a las grandes fortunas. Lo aprobó el Congreso y está destinado a salvar alguna de las nueces en que la gente ordinaria navega en medio del naufragio pandémico.
Carlitos es uno de los diez mil más ricos del país.
Pero ya no patea una piedra magistralmente. Y descalzo.
Edición: 4301
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