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Por Silvana Melo y Claudia Rafael
(APe).- Los chicos de la cordillera, los que resistieron a la Meridian Gold hace 18 años. Los pibes de la meseta de Esquel, los que ahora son jóvenes y están desparramados por las ciudades chubutenses, en la capital, en la provincia de Buenos Aires, en Córdoba. Los niños de aquella marcha petisa, los que fueron al frente gritando no a la mina y la minera se fue. Daniela, Mailén, Alvaro, deshilan aquella infancia en resistencia y vuelven a ver una película que se repone en el cine implacable del extractivismo. Sienten la huella de aquellos días como el bautismo para una lucha que los modeló y les marcó un presente continuo. Son, porque luchan.
Tenían cinco, ocho y doce años entonces. Se recuerdan a sí mismos felices de estar en las calles, de gritar “no a la mina” sin todavía entender del todo que se trataba de una batalla que 18 años después los encontraría todavía protagonistas de la historia, envueltos en la adrenalina de una niñez que se nutría de la contienda feroz contra un Goliat amenazante y poderoso. Hoy Chubut es una provincia devastada, con las mineras golpeando la puerta y un gobierno dispuesto a recibirlas con agasajos y favores. Y ellos, que están entre los 23 y los 30, tratan de romper un cerco mediático que encierra las tragedias en las fronteras provinciales.
Antes de que Alberto Fernández triunfara en las elecciones presidenciales, las organizaciones le regalaron el libro “Hablemos de megaminería”. Había ido a Chubut en tiempo de campaña. Pero era el germen de la resurrección de los proyectos mineros contaminantes. La matriz productiva extractivista seguía intacta. Mariano Arcioni había llegado al gobierno prometiendo una paritaria del 40%, cláusula gatillo para docentes, aumentos para los estatales y enarbolaba el rechazo a la actividad extractiva contaminante. Todo se derrumbó en el momento mismo de su juramento.
La ley 5001, hermana de la 7722 mendocina –hijas de las luchas populares- guarda un resquicio para los intereses concentrados y es la posibilidad de la zonificación del territorio para la explotación. Toda ley guarda una hendija por donde la tragedia de los pueblos puede colarse.
“El repudio de la gente es masivo –dice Daniela Cohen Arazi- y la provincia está quebrada desde hace tres años. Mi viejo es jubilado y le deben tres meses de sueldo. Hace tres años que los docentes están de paro, los pibes no tienen clases y es por culpa del gobierno. Ahogan a la provincia para plantear la megaminería como única solución”. Alvaro Ochoa Martínez califica de “desfachatez tremenda” lo que ocurre en su provincia. “Al gobernador se le debería pedir la renuncia porque tiene hambreada a la población; no les paga a los estatales salvo a las fuerzas de seguridad que son los que claramente lo están protegiendo”. El, que creció en la resistencia, no tolera “que se avale desde la nación esta zonificación minera que va en contra de todos los intereses del pueblo. Y que también se ignore la segunda iniciativa popular que fue entregada a la legislatura del Chubut y no tiene tratamiento”. El proyecto, organizado por la Unión de Asambleas de Comunidades Chubutenses (UACCH), con 31 mil firmas, languidece en los cajones.
Mai Abdala cree que “nos merecemos trabajo sustentable, digno. No tiene que venir una multinacional de afuera a resolvernos los problemas. Es muy lamentable la postura de Arcioni con el fuerte repudio que hay a la megaminería en toda la provincia, cuando se viene marchando con mucho ímpetu, cuando el grito es no y no hay licencia social”. En ese sentido Daniela sabe que “la única función de Arcioni es habilitar la entrada de las empresas a la provincia. Y una vez que entran ya está. No las sacás más”. Pero “el pueblo sigue muy despierto. En Esquel decimos que la lucha de los chubutenses está en piloto automático. Cuando hay un evento así se enciende y sale todo el mundo a la calle”.
El germen de la lucha
A veces, en aquel tiempo que por momentos parece remoto pero que está ahí, a la vuelta de la esquina, los asaltaba el miedo. Daniela Cohen Arazi reconstruye que “en el 2003 para el plebiscito, tenía 13 años. Tenía muy grabadas las represiones del 2001 y me daba un poco de miedo ir a las marchas. Le preguntaba a mi mamá si podía pasar lo mismo y ella me decía que no”.
A escasos seis kilómetros de Esquel, el cerro que les iluminaba las mañanas a los 30.000 habitantes era literalmente una mina de oro. Y la Meridian Gold anunciaba inversiones millonarias y prometía centenares de puestos de trabajo que resonaban como ecos paradisíacos en los oídos de los más de 6000 desocupados.
Ese vergel que les pincelaba la megaminera canadiense no mostraba oscuridades. Empezaron a oírse las voces de los que manejaban algunos saberes en sustancias químicas y la información comenzó a fluir.
“La mayoría de los vecinos se empezó a enterar por el boca en boca. Las asambleas se hicieron multitudinarias, iban todas las familias. Yo mucho no dimensionaba pero empezamos a participar de las movilizaciones con todes les niñes, hacíamos cosas llamativas: pintamos de dorado unas calaveras y las pusimos en las puertas de las oficinas de las mineras. Hacíamos sentadas, nos acostábamos en el piso con unas cruces, eran cosas disruptivas. Y con mis amigas nos hicimos unas remeras pintadas a mano que decían no a la mina, eran horribles, todas deformes, pero fuimos re contentas con las remeras muy feas pero hechas por nosotras mismas”, narra Daniela, licenciada en Comunicación Social.
Son hijas e hijos de aquel movimiento que aún hoy, a casi dos décadas de iniciado, marca los calendarios de las victorias populares en el continente.
Alvaro Ochoa Martínez se define como artista multidisciplinar y tiene 23 años. Sus primeras memorias de la lucha por el no a la mina aparecen como fotografías sueltas. Al principio “lo entendía en forma muy primaria, ¿cómo que iban a explotar una montaña y eso iba a contaminar todo?”. Creció como crecía la lucha popular en su pueblo: “Eso que estaba pasando me parecía una aberración. Me acuerdo mucho de la preocupación y la incertidumbre del pueblo. Y de cómo se traducía en energía para movilizarse y entender. Yo era muy chiquito, pero a esa energía la podía captar. Me acuerdo de discutir con mis compañeritos del curso sobre esto, fue un trabajo de hormiga. Pero fue lo que consolidó al pueblo como luchador”.
El plebiscito
El de Esquel fue el primer referéndum en el país sobre minería a gran escala. 24 horas antes, el 22 de marzo de 2003, 9000 personas irrumpieron en las calles para bramar su rechazo a la embestida megaminera que se llevaría el 97 por ciento de lo que extrajese de la mina y que destruiría definitivamente el suelo y la vida.
“Tengo un recuerdo muy apasionante y vibrante del 23 de marzo. Mi papá yendo a buscar en el Renault 12 a los pobladores rurales que estaban en el padrón para que pudieran votar y al mismo tiempo veía las trafics con el emblema del sí a la mina que iban a buscar a muchos más. Esa sensación de que estaba todo comprado, la incertidumbre por no saber el final de la votación. Me acuerdo del localito del no a la mina, con el recuento de los votos y yo estaba ahí… La emoción que había en la gente cuando nombraban las escuelas y las diferencias que había, cómo ganaba el no a la mina en todos lados. Fue muy intenso, de mucha alegría, no todo estaba comprado. Eso nos impulsó a seguir adelante durante 18 años de lucha. Más allá de todas las mentiras y amedrentamientos del gobierno y las multinacionales”.
A favor de la instalación de la Meridian Gold, 1.500 personas. En contra, 11.062. Una victoria arrasadora del 82 por ciento. “Me acuerdo el voto a voto. Se iba haciendo cada vez más tarde y se iban sumando votos y saltábamos de la alegría. Y fue una fiesta del pueblo cuando ganamos. Fue único. Y lo sigue siendo en Latinoamérica. Es una victoria a la que nos seguimos aferrando”, narra hoy Mailén Abdala, de 26 años, que estudia y trabaja en Buenos Aires y que siempre espera veranos e inviernos para huir a refugiarse en aquella Esquel que le sigue cincelando el alma.
“Yo tendría unos 8 años en aquel 2002. Mis papás son de Buenos Aires y enamorados de la Patagonia, se vinieron a vivir para acá. Me acuerdo de que cuando empezaron a correr los rumores de que se iba a instalar una mina en Esquel ellos estuvieron muy atentos. Porque ese paraíso, esa paz que ellos buscaron, se veían amenazados porque venía una mina como si fuera un supermercado”, sigue Mailén.
“Recuerdo que con mis padres empecé a ir a las marchas. Al principio no éramos tantos. Pero se volvieron más seguidas y yo escuchaba a mis viejos hablando en las asambleas y de golpe aunque sos chica, te das cuenta de que todo es muy serio. Y a la vez dimensionás la belleza de luchar y resistir con tanta dignidad”.
Navidad y blindaje
Hoy el proyecto Navidad viene con la bendición de Arcioni y los sacramentos de la Pan American Silver. Quieren extraer plomo, plata y cobre. El otro emprendimiento en ciernes busca extraer uranio de la meseta central, con el agua de un acuífero recientemente descubierto, y el uso de los químicos más tóxicos que envenenan el agua y el aire: cianuro y ácido sulfúrico. Ellos sienten que es retroceder al 2002, cuando había que parar la embestida. Y el plebiscito del 23 de marzo de 2003 le puso el corolario a una lucha inédita.
Por eso los tres son conscientes de que hay que quebrar “el blindaje mediático” a nivel nacional. “Chubut tiene 500 mil habitantes. A Fernández no le significa mucho en votantes, pero si se nacionaliza y hay un repudio generalizado como en Mendoza, es otra cosa”. Daniela habla desde su experiencia en la niñez, volcada en su tesis de la licenciatura en Comunicación Social.
Alvaro, desde su condición de artista, sabe que en su provincia “hay un pueblo movilizado y consciente de lo que quiere y de lo que no quiere”. “Por más que ganamos el plebiscito, después nos dimos cuenta de que ellos nunca se fueron y que siempre buscan cómo entrar”, dice Mai. “No es ni siquiera pensar en el lugar de uno sino entender que hay algo más grande que es la naturaleza, que hay cosas que no vuelven: la tierra, el agua y valores más fuertes que cualquier billete, que cualquier pedazo de oro”. Es “muy frustrante ver el apoyo nacional y el negacionismo de la voluntad popular, diciendo que somos 500 ruidosos y ruidosas. Eso es no saber de la historia de esta provincia”.
No saber de esos tiempos en que “cada vez éramos más en la calle” y “cuando estábamos cerca del plebiscito aumentaban las presiones de la megaminera”. “Ya de más grande –recuerda Mailén- me enteré de que a mi viejo lo habían venido a amenazar y lo mismo a compañeros suyos. Pero eso no nos tiró para abajo sino que nos empoderó para seguir diciendo que no”.
El no a la mina “para mí era la mera fuerza del pueblo resistiendo en la calle. Porque no hubo nunca nadie que nos diera respaldo político y siempre fue desde la autoorganización. Era todo o nada y protagonizamos una lucha desesperada por engrandecer las razones de nuestro no”.
Daniela, algo menos de dos décadas después de esos días, sostiene que en esas calles, en esas asambleas, en ese tiempo de adrenalina vital aprendió que “la organización colectiva y la lucha en la calle nos enseñaron que se puede enfrentar a gobiernos y empresas multinacionales”.
Y, a veces, hasta ganarles.
Fotos: noalamina.org
Edición: 4269
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