Detrás de la escafandra: la villa en tiempos de covid

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Por Ignacio Pizzo (*)

(APe).- Niñez y vejez transitan sus encierros en los arrabales de la miseria, tumbas de gloria, pena y olvido, en el patio trasero de la ciudad. A metros de la cuenca capitalina del riachuelo se alza la villa 21-24. La parroquia Caacupé sobre la avenida Osvaldo Cruz recibe cada mañana a las familias que buscan alimentos y quizá, el agua bendita que cure las pandemias de cualquier tipo.

Tratan de respetar la distancia de metro y medio, pero los pequeños seres humanos portadores de infancia se escapan de las manos de sus niñas madres, para abroquelarse bajo los fríos de la temporada invernal. La economía del despojo, la aceleración y el desastre también aceleró e incrementó los habitantes del barrio y así también los requerimientos alimentarios.

Frente a Caacupé, diminuto, a cargo de un área programática de aproximadamente 20.000 habitantes, en un barrio donde se calcula que habitan entre 55.0000 o 60.000, se encuentra el Centro de Salud y Acción Comunitaria Arturo Oñativia, “el 8”, como lo nominaliza el ministerio y la jerga barrial. Ahora refuncionalizado, con una atención particular, donde las rejas de la ventana del salón de usos múltiples se convirtieron en lo que se llama triage, donde se realizan preguntas de rigor antes de entrar: ¿Tuvo fiebre, tos, dolor de garganta, dificultad para respirar, huele bien los olores, vómitos, diarrea, siente el gusto a la comida o estuvo en contacto con alguien con Coronavirus?

El 8 supo ser el lugar de reunión de costureras y fue un logro de la comunidad el hecho de haberlo convertido en un centro de salud. Probablemente la venganza por tal osadía, sea postergar eternamente su ampliación.

Detrás de la mascarilla se distorsiona la visión a través del acrílico. El doble barbijo comprime la cara, se empañan los anteojos. Hay hastío, hartazgo. Se extraña el llanto de los niños en la balanza para el seguimiento de su situación nutricional, se extraña preguntar sobre sus primeras sonrisas, sus primeros balbuceos, sus primeros pasos. Se extraña a las doñas que vienen a controlar su presión arterial o su glucemia. Se aborrece la idea de despachar métodos anticonceptivos a través de una ventanilla.

Frente a la comunidad el equipo resulta desconocido, escondidos detrás de la escafandra plástica. Frente a los integrantes del centro de salud, el paisaje de la miseria planificada, sin agua, sin cloacas, con más posibilidad de morir por riesgo eléctrico que por covid-19, y la resignación generalizada de quien busca alimentos que hubiese preferido ganarse con el único factor proveedor de humanidad: el trabajo. Pero el andamiaje económico y social supo aliarse con el Virus SARS Cov-2 para aniquilar sueños de progreso. Pestes y modelo económico son aliados eficaces para tal fin.

Mientras los expertos territorializan la epidemia y presentan ejes de abscisas y ordenadas (1) donde hay curvas y contra curvas, Celina trata de rescatar temprano un número para la farmacia, de los diez disponibles que el sistema mezquino tira a la marchanta.

Su propósito es conseguir la mayoría de los fármacos para su hijo con síndrome de Down. Su cuerpo asténico (2) se desplaza por los pasillos, y llega con su tapa-boca, de puntillas, como pidiendo permiso. Sin embargo, no cesa su resistente lucha para el cuidado de Esteban, su hijo. Ella sabe de cuidados y de acompañamientos tanto o más que los integrantes formales del equipo de salud. Ella integra el equipo de salud, pero quizá el equipo no lo sepa.

Tal vez Ema, recientemente separada madre de un niño de 1 año quien el día anterior consultó en forma telefónica, no quiera llevar a su pequeño a la UFU (Unidad Febril de Urgencia), porque tiene otros tres pequeños, y teme que la dejen aislada junto con su niño, pero lejos de sus otras bendiciones, como ella llama a su grupo familiar. Sin embargo, concurre al 8, porque la respiración de Bruno, durante una noche de lobos fríos y abrumadores ruidos, que no eran precisamente cantos de sirena, se aceleró y con tal hambre de oxígeno multiplicó el insomnio en el cuadrilátero que tienen como vivienda.

Mientras se utiliza la vestimenta de manera tal de multiplicar las barreras que atajen gotas de aerosoles transbordadores de virus, se llama al servicio de emergencias, SAME, para que rápidamente se haga presente y pueda trasladar a Ema y a Bruno, con el objetivo de permanecer en una cama hospitalaria y brindarle el oxígeno farmacológico que el aire atmosférico no puede otorgarle. Pero el sistema que impide vivir, también pretende dejar morir, como ocurrió con las Ramonas. Y los pobres y miserables siempre deben dar explicaciones de su miseria y de su pobreza, frente a intermediarios que cuidan la plata del patrón Estado.

Se naturaliza que las 4 horas de espera de ambulancia, sean consideradas pocas. Mientras, Ema está tranquila en el consultorio de aislamiento improvisado, porque su niño se durmió gracias al salbutamol, al corticoide, y al regazo materno.

Afortunadamente sus músculos respiratorios no se agotaron, pero Bruno debe afrontar, aparte de otra internación, un hisopado nasofaríngeo que confirme o descarte COVID-19, aparte de sus previas nanas alveolares, su hambre sistémico, y el olvido-desprecio de una sociedad que no ama ni alimenta.

La escafandra de acrílico, el barbijo y el camisolín hacen irreconocibles a los integrantes del equipo de salud. Los equipos de protección personal de alto costo y baja calidad llegan, al ministerio rogando, pero con el grito dando. Del otro lado de la reja con el frío tatuado en cada articulación del esqueleto, Mirta busca a su doctora, y no sabe con quién está hablando si con un ser humano trabajador de salud o con Darth Vader (3). Insistente, angustiada, con dolores musculares y articulares. Pero el encierro y el abrazo que la cuarentena impide, genera un dolor refractario a los antiinflamatorios.

Los cuerpos derribados por el irrespetuoso despojo, son la imagen que nuestro espejo social nos devuelve ante el desprecio hacia nuestros mayores. La sentencia condena al ostracismo y al olvido del encierro institucional geriátrico o el encierro domiciliario, con la excusa del cuidado. No obstante, los portadores de la ancianidad liman los barrotes del calabozo carcelario-villero. Salen de su pequeño cubículo de ladrillo sapo, premio otorgado por los servicios prestados a la empleada doméstica o al albañil jubilado que limpian y construyen respectivamente las casas del opresor propietario de macetas. Los despreciadores seriales a su vez se quejan de las consecuencias que generan las condiciones que ellos mismos, los propietarios, imponen a sus despreciados posando el pie en su cabeza.

Es así como niñez y vejez transitan sus encierros en los arrabales de la miseria, tumbas de gloria, pena y olvido, en el patio trasero de la ciudad. Son cuentos de no-ficción, a través de unos ojos que ven gente caer del otro lado del acrílico de la escafandra de plástico.

Foto de apertura: ilustrativa

(1) La abscisa es la coordenada horizontal y la ordenada, la vertical, en lo que se conoce como coordenadas cartesianas.
(2) Astenia es la debilidad o fatiga general que dificulta o impide a una persona realizar tareas que en condiciones normales realiza fácilmente.
(3) Personaje central de ficción de la película Star Wars.

(*)Médico Generalista. Casa de los Niños, Fundación Pelota de Trapo. Cesac 8 –Villa 21-24.

Edición: 4065


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