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Por Silvana Melo
(APe).- Y pasó el día de nuestras crías, de los cachorritos de esta humanidad que no los ve porque generalmente están demasiado abajo, fuera del horizonte mezquino de los ojos. Pasó con seis de cada diez de ellos en la pobreza golpeados a látigo por la pandemia. Y por el desinterés más o menos voluminoso de cada gobierno que fue transitando por esta pobre tierra. Pasó el día con ellos sin sociabilidad legalizada, sin escuela donde encontrarse, reconocerse y ser todo lo iguales que se pueda ser en una sociedad brutalmente injusta, pasó el día con las jugueterías felices por el día mercantil de las infancias olvidadas, pasó el día con los niños de las escuelas rurales encerrados en su horizonte visible esperando que no pase el mosquito y el avión que llueven veneno. Para los que no hubo aislamiento ni cuarentena.
Pasó el día y ellos siguen sin entender lo que pasa, ya desconfiados de los reyes y las princesas de los cuentos cómo no sospechar de un virus con corona si mientras en casa no alcanza la comida para todos y las noches suelen ser de hambre las dirigencias virreinales se aposentan en Europa. Y otras marchan –o mandan a marchar mientras se quedan seguras en casa- condenando las vacunas, asegurando que el virus no existe, desparramando infección y odio visceral en el aliento, con la sensación final de que marchan contra el pobre, el desamparado, el confinado a los márgenes. Es decir, por la vereda de enfrente de los seis de cada diez cachorros que trata de crecer en este país en medio de la pobreza y el hambre, de sueños firmes y colectivos, de pan crujiente, de abrazo cierto. En un país que alguna vez produjo alimentos a granel. Y hoy produce forraje para animales ajenos. Y hasta podrá producir los animales ajenos en factorías de nuevas pandemias.
Y ellos están ahí, invisibilizados y en silencio. Viendo de reojo la tele de la casa. Donde marchan los que marchan contra quién sabe qué cosas que no los incluyen. Es más, que los rechazan. Donde falta Facundo Astudillo y nadie le dedica apenas una gotita de esa memoria.
Ellos están ahí. Y deberían ser un dolor lacerante en el costado de esta tierra larga y flaca. Porque seis de cada diez son pobres. Muchos de ellos se acuestan con hambre por las noches. Y hace frío. Porque es agosto y a la Pacha no les alcanzó la grapa con ruda para todos.
Pero por ellos nadie marcha. Nadie vocifera. Nadie los titula en los medios. Ocho millones de nuestras crías. Una multitud. Que un día asomará. Y temblará este mundo. El de los otros.
Edición: 4064
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