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Por Claudia Rafael
(APe).- En tierra arrasada asoma él, con su carabina Bersa Thunder Pro empotrada. Dueño del mundo, el ministro de Seguridad Sergio Berni goza de un protagonismo inédito que lo muestra desnudando su poder de fuego simbólico y real. ¿Era necesario aparecer al frente del operativo del Grupo de Apoyo Departamental de la Bonaerense en Zárate para detener a dos pibes sospechados del crimen de un gendarme? Indudablemente, sí lo era. Porque Berni logra lo que ningún otro: corre del centro de la escena el militarismo construido por su predecesora que llegó al podio de los beneplácitos y los aplausos con un uniforme gendarme y un sable como medalla de oro. Y mientras lo hace sube, sube y sube (como cantaría la Negra) en su imagen de Robocop que concita aplausos en ese universo que va de Bullrich a Berni y de Berni a Bullrich en sus predilecciones.
Y entre pobreza que se multiplica, virus que repta y crece, el súper ministro securitario se regodea en su propio discurso –que lo pone en la cima de la filosofía mano de hierro- mientras siempre, indefectiblemente, va un paso más allá. Desde aquella medular arenga de orden, subordinación y valor de marzo de este año a la policía bonaerense a este rastrillaje, con una pistola con visor que proyecta un punto rojo en el cuerpo/objetivo de sus posibles disparos hay apenas variaciones en degradé.
El mismo y mítico Berni de siempre. El que, en 2014, se pavoneó y azuzó a los gendarmes durante la represión a los trabajadores despedidos de la multinacional Lear, en la Panamericana (que derivó, entre otras cosas, en la imputación de un militar retirado que se había infiltrado entre los manifestantes). El mismo que vociferó en infinitas oportunidades contra la inmigración latinoamericana, la más desarrapada, la más esclavizada y sobre la que utilizó una metáfora tan propia de estos tiempos pandémicos cuando habló de “infección”. El que, colgado de un helicóptero, sobrevoló en férreo control autoritario de tiempos democráticos a los desterrados y desarrapados del conurbano profundo.
Es la figura incontestable del macho. Aquel que definió, tras el operativo zarateño, que “para un soldado es normal tener un arma en la mano. El soldado está más con el arma que con su mujer”.
El mismo que ocupa un ministerio central desde el que regula el poder de fuego del estado para marcar territorio. Para mostrar, desde el ejemplo más bizarro y atroz, quién es el rey que, a hierro y plomo, ilumina y marca los caminos.
Edición: 4023
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