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Por Alfredo Grande
(APe).- Me desperté a las 3 de la mañana. Lo que no sería demasiado grave si no me hubiera dormido a la 1. Supongo que tuve eso que llaman pesadilla, que es cuando los sueños son más sinceros de lo necesario. Recordé que salía a la calle con un barbijo agujereado; en vez de pedir lavandina, pedía una botella de metilamina. Y en una obvia provocación a las fuerzas de la seguridad exterior e interior, intentaba abrazar a un oficial de la Federal.
Luego venía un resumen de las peores noticias, donde los muertos son más importantes que los curados. Berni obligaba al virus a hacer 100 flexiones, 50 saltos de rana y 30 lagartijas. Al grito de “subordinación, alcohol en gel y valor” el gas pimienta era reemplazado por aerosoles de vinagre aromatizado. Mi despertar, para llamarlo de alguna forma, no fue mejor que la pesadilla. No sabía qué día de la semana era, ni siquiera recordaba bien a que se llamaba semana. Tenía lejanos recuerdos de que el viernes era el mejor día de la semana. Cuando comprobé que era viernes, gracias a mi noble comodore 64, mi desesperación aumentó.
Si éste es el mejor día: ¿cómo sería el peor? Me hundí en mi biblioteca en la cual los libros más necesarios están en los estantes más alejados. Agarré un largavistas para visión nocturna para rastrear, cuerpo a tierra, los títulos deseados. En una edición vetusta, alcancé a leer. “Alucinatorio Político Social”. Ediciones APe. La autoría era mía; lo que me sorprendió mucho. Nunca había escrito ese libro. Pero recordando el Poema de los dones, de Jorge Luis Borges, pensé que después de todo o, por lo menos, después de algo, nadie sabe quien escribe cuando uno escribe.
Me trepé a una endeble escalera mientras tuve la ocurrencia de escribir El Poema de los Drones, en honor de los asesinatos a distancia. Por reflejo me puse el barbijo y quedé ciego. Recordé a Miguel Strogoff, el correo secreto del Zar. Inolvidable novela de Julio Verne. En medio de la desesperación me di cuenta de que mi barbijo estaba al revés y parecía más bien un antifaz. Asumiendo riesgos inauditos, me saqué el barbijo luego de ir tanteando para llegar al lavatorio para lavarme las manos con azufre y azafrán.
Un poco más tranquilo (no entiendo porque mucha gente se despide de mí diciendo “tranquilo”) empecé a hojear el texto.
El alucinatorio político social es reemplazar toda forma de percepción y racionalidad, por la cultura de la imagen y el reflejo mental. Hay dos escenarios privilegiados del alucinatorio. La publicidad y la política. Más allá de su calidad artística, toda publicidad arma una virtualidad psicótica. O sea que condiciona la conducta de las personas. Obviamente, de una forma autodestructiva. Sobre endeudamiento autogestionado en un híper consumo suicida. La reunión de diputados por ZOOM (hasta hace poco SUM era salón de usos múltiples, pero resisto a la tentación de sufrir de reminiscencias) no fue más virtual que las presenciales. Las famosas mayorías automáticas, las disciplinas partidarias, las escribanías del ejecutivo, transformaron un espacio de debate de ideas en una subordinación sin valor a los mandatos del ejecutivo de turno. Representantes virtuales.
El denostado Bolsonaro fue más de 20 años un congresista virtual que presentó dos proyectos. Uno cada 10 años. Para la ley de emergencia previsionales, el Congreso amaneció enrejado. Un poco más de lo habitual. La virtualidad no es solamente un tema de redes electrónicas. La cultura represora al disociar percepción de prueba de realidad, estableció una virtualidad de facto.
Otro ejemplo: el presupuesto nacional. Ahora no tenemos, porque no se sabe si antes es el plan de pagos de la estafa externa o el plan delirante económico. Pero cuando había y se aprobaba, jamás se cumplían sus alucinatorias predicciones. Entonces el tema no es que si lo virtual ahora es real, sino que lo real ya era virtual. Algunos llaman a esto medios de comunicación.
Lo importante es que el alucinatorio político social se sostiene, entre otras columnas, en la identidad política autopercibida. Como es sabido, la identidad de género autopercibida concilió lo legal y lo legitimo. Habilitó el documento de identidad con el género y el nombre elegido. Uno de los mejores logros del gobierno kirchnerista. Y de los colectivos que hace décadas lucharon contra el exterminio de sus deseos. Pero la cultura represora es una alquimia invertida. Toma el oro y lo convierte en plomo.
La identidad política autopercibida permite calificar de aporte a lo que debería ser un impuesto a la riqueza. Porque los ricos siempre evaden. Un aporte a la riqueza por única vez a no más de 1500 personas, es una perfecta virtualidad. Pero la identidad autopercibida es que se trata de algo justo y necesario. Sin cuestionar que lo real injusto es que se acumulen esas riquezas en un país, que dicen, está fundido.
La identidad política autopercibida permite ser presidente de la cámara de diputados al que en su apoyo electoral, permitió el triunfo de Cambiemos (virtualidad de las nuevas y viejas derechas).
La identidad política autopercibida permite verse como funcionarios, dirigentes, a los responsables de las masacres en las villas, cárceles, tierras originarias.
La identidad política autopercibida permite llamar democracia a un sistema donde las causas armadas contra inocentes permiten la impunidad de los culpables. Me refiero en lo real a Marcos Bazán acusado del asesinato de Anahí Benítez. Lo virtualidad de la justicia está en completa oposición de lo real de lo justo. Pensar en la amplificación del alucinatorio político social y en la hegemonía de la identidad política auto percibida, nos permitirá luchar por lo nuevo sin que implique ninguna normalidad. Porque será la normalidad de los represores, depredadores, enriquecidos, torturadores, asesinos seriales. Buscaremos una nueva anormalidad, donde nuestro devenir deseante revolucionario arrase toda virtualidad para volver a encontrar la materialidad de la tierra, el aire y el agua. Una materialidad que también me proteja de mis pesadillas.
Edición: 4002
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