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Por Ignacio Pizzo (*)
(APe).- El Virus SARS-CoV2, más conocido como enfermedad COVID -19, parece tener lugar y fecha de nacimiento, las crónicas de una pandemia inesperada dirán que el foco inicial fue la ciudad de Wuhan, ubicada en China donde viven aproximadamente 11 millones de personas. El 30 de diciembre de 2019 Li Wen-liang, médico del Hospital Central de Wuhan, tomó nota de varios pacientes que evaluó, llamó la atención acerca de la existencia de un virus parecido al SARS, aquel que provocó una epidemia en 2003, y que estaba afectando a siete pacientes.
Cuarentena mediante en el hospital y realizando un nexo epidemiológico, notó que dichas personas tenían en común que trabajaban en el mercado de pescados y mariscos de Huanan. La advertencia de este médico a sus colegas, despertó el interés de la Oficina de Seguridad Pública que sin dudar obligó a Li Wen-liang a firmar un “acuerdo” con el compromiso de no alterar el orden social al emitir falsos rumores de una nueva enfermedad. Li Wen-liang murió un mes después, infectado por Coronavirus en el hospital donde ejercía su profesión. El 20 de enero, China declaró la emergencia en Wuhan por el brote epidémico.
Los acontecimientos que luego se suscitaron tal vez sean conocidos. Mediante un contador de infectados y fallecidos, medios digitales, televisivos, gráficos, radiales, redes sociales y mensajes de WhatsApp, siguen el segundo a segundo. Una melodía de una sola nota se toca al ritmo del nuevo coronavirus. Nadie quiere perder puntos de rating, las cifras son codiciadas como un botín al rojo vivo, en detrimento de información, reflexión y pensamiento crítico. La salud y las estadísticas son las mercancías del momento.
El aislamiento social, preventivo, obligatorio y desigual decretado en Argentina, impracticable en los arrabales de la patria, donde las innumerables pandemias que no han sido transmitidas por cadena nacional nunca se detienen, comienza a tener fisuras. Mencionar como ejemplo la fila de ancianidades en los edificios bancarios, como paradoja irónica, sería una de esas obviedades al mejor estilo desagradable del convite televisivo.
Las medidas de protección no están desacertadas, en eso coinciden profesionales propios y ajenos. Quizá poner manto de duda sería un pecado mortal so-pena de castigo físico y tormentos en el infierno. La realidad de no saber, es la verdad sobre la mesa. Aislarse, lavarse las manos, toser sobre el pliegue del codo. No más.
Las epidemias en Argentina y el mundo traen consigo inmanentes, el miedo, el pánico, el revuelo. Hace poco más de un siglo, en 1871, Buenos Aires fue afectada por la epidemia de Fiebre amarilla, de la que hoy se sabe que es transmitida por un vector, el Aedes aegypti. Una Buenos Aires de aproximadamente 188.000 habitantes, fue devastada por esta peste. El saldo: alrededor de 18.000 muertes.
La mirada de los llamados higienistas se dirigió hacia conventillos y casas de inquilinato. La memoria de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 fue clave para la conformación de ese imaginario que asocia enfermedad, viviendas populares e inmigración.
En noviembre de 1867, Enrique O’ Gorman había asumido la jefatura del Departamento General de Policía, iniciando un proceso de reformas institucionales. Ni bien asumió el nuevo jefe, una epidemia de cólera invadió Buenos Aires, dejando una cifra oficial de 1.580 muertos. Los médicos insistían con las medidas habituales de combate epidémico (control del puerto, cuarentenas, visitas domiciliarias, desinfecciones), pero percibían que los mecanismos públicos para la contención de enfermedades infecciosas estaban desbordados.
Lo cierto es que cuando en enero de 1871 la policía detectó en San Telmo los primeros casos de fiebre amarilla, O’ Gorman informó al ministro de gobierno. La Municipalidad y el Consejo de Higiene mandaron a aislar la zona afectada. El presidente de la Municipalidad escribía: “en una reunión celebrada hoy por el Consejo de Higiene a pedido de la comisión municipal, que ha aconsejado insistentemente a ésta que proceda a hacer desalojar por los vecinos respectivos las manzanas infectadas y que se infestasen por la fiebre amarilla. Esos desalojos pueden los vecinos practicarlo voluntariamente, pero es de presumir que muchos de ellos la resistan, por lo que la comisión referida [...] pide se sirva manifestarle con la brevedad que las circunstancias requieren si para hacerlo efectivo en este caso puede emplear la fuerza pública”.
El estado de excepción llegó para quedarse en las resistencias urbanas de la ciudad de Buenos Aires o del conurbano. Así como en 1871, las pertenencias de los pobres e inmigrantes alimentaban hogueras para espantar los males, mezcla de teoría miasmática con higienismo, el estado policial hoy se hace nuevamente presente y hasta hubo nostálgicos del estado de sitio. Dicha situación convive con los balcones alquilados o propios que se utilizan para aplaudir con sentimiento malvinero o mundialista.
La teoría de estado de excepción bien descripta por Agamben, es inherente a la realidad palpable de cualquier periferia de sobrevivencia. La villa 21 24, por ejemplo, no escapa a esa teoría. Los Centros de Salud y Atención Comunitaria (CESAC), presente en los barrios para atención de cercanía de la población y pertenecientes a las áreas programáticas de los hospitales, también adhieren a la lógica. El desprecio por la vida se revela en la metodología del marketing, donde funcionarios disfrazados de funcionarios y con discursos de funcionarios, harán gala de la belleza de sus jurisdicciones. Sin embargo, si tenemos por caso el CESAC 8, frente a la parroquia Caacupé, centro histórico por su vínculo con la comunidad, veremos que su pequeña conformación edilicia y su provisión de insumos no son aptos y a su vez están muy por debajo de la cantidad requerida para la atención de pacientes. Potencialmente susceptibles de padecer una enfermedad respiratoria febril, son elementos que alejan la posibilidad de asistencia con calidad técnica, científica y acorde a poblaciones condenadas al desamparo y a los márgenes del contrato social.
La barbarie del constructo sociopolítico que empuja el excedente demográfico a reductos donde cada tanto emerge algún servicio asistencial mediocre para contener el revuelo de los indeseados, no escatima en descaradas muestras de indiferencia y desprecio por la vida de quienes resisten en esos márgenes. Consultorios inapropiados para atención de personas con enfermedades respiratorias, camisolines que no son los recomendados como elementos de protección personal, pedidos de reutilización de barbijos, esperas de 3 a 5 horas de una ambulancia del SAME para el traslado de un paciente con sospecha de COVID-19, son complejas muestras reales de la inequidad brutal y cruel naturalizada por la masa social anestesiada. Pero con clara responsabilidad de enemigos visibles que ocupan cargos de decisión estatal con sus respectivos cómplices subalternos que firman el retaceo de recursos al pie del inventario, pero que cobran el sueldo a fin de mes.
Así pacientes y trabajadores son desprotegidos y silenciados. Se firman notas que nunca llegan, pedidos que vacacionan en cajones de burócratas conversos y cada uno de ellos ejemplifica su aislamiento en la ciénaga de su computadora, mostrando las sonrisas familiares o las tortas de chocolates en hornos eléctricos o a gas en unos de los ambientes de la casa. Mientras para los del otro lado, recomiendan ya no el famoso y canchero “quédate en tu casa” sino “quédate en tu barrio”. El confinamiento y la rigurosa geografía de Buenos Aires o el Conurbano que hemos aceptado y al parecer no nos hemos decidido a cuestionar, no es coyuntura de la epidemia corriente, es previa a la percepción de la existencia del coronavirus. Pero nuestros cuerpos dóciles han desarrollado anticuerpos para evitar la indignación.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek publicó en Russia Today que “la propagación continua de la epidemia de coronavirus también ha desencadenado grandes epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías de conspiración paranoicas, explosiones de racismo. La necesidad médica fundamentada de cuarentenas encontró un eco en la presión ideológica para establecer fronteras claras y poner en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza para nuestra identidad. Pero quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”.
Así al menos es preferible pensarlo y sentirlo, mientras estamos a la espera para albergar caricias de amor adolescente, cuentos de abuelas en camisón, mates compartidos entre fraternales abrazos, que haremos el esfuerzo de no olvidar mientras dure la cuarentena, para no cobijar el desamor de los tiempos del coronavirus sino lo contrario.
Pintura: Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, Juan Manuel Blanes.
Imagen de un hospital durante la epidemia de fiebre amarilla.
(*) Ignacio Pizzo es médico generalista en Casa de los Niños de Avellaneda. Y en Cesac 8 (CABA)
Edición: 3974
Fuentes
1-Le Monde diplomatique, marzo 2020, edición Cono Sur, Mitos y verdades de la pandemia de coronavirus. Cuando las alarmas no sonaron. Federico Kukso, Periodista científico, miembro de la comisión directiva de la World Federation of Science Journalists.
2-Médicos y policías durante la epidemia de fiebre amarilla (Buenos Aires, 1871). Diego Galeano. Licenciado en Sociología. Doctorando en Historia Social, Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. Investigador del Departamento de Planificación y Políticas Públicas, Universidad Nacional de Lanús, Argentina.
3-Sopa de Wuhan Autores: Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, David Harvey, Byung-Chul Han, Raúl Zibechi, María Galindo, Markus Gabriel, Gustavo Yañez González, Patricia Manrique y Paul B. Preciado. Editorial: ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio)
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