La cuarentena y el ADN securitario

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Por Claudia Rafael

(APe).- Los policías de Avellaneda Lucas González y Carlos Sosa utilizaron el poder de la fuerza para golpear y maltratar a un nene y una nena de 12 años, a escasos metros del Hospital Fiorito. Profesaron ambos la licencia para humillar ante la infancia más vulnerable y vulnerada. Y ejercieron la disciplina implacable para corrección de “los descarriados”. En este caso, un nene y una nena que pedían ayuda alimentaria en una avenida céntrica de la ciudad del conurbano.

Es apenas una fotografía en el contexto de la necesaria cuarentena para evitar la propagación del Covid 19. Y que obliga a poner palabras y ubicar convenientemente sobre la mesa las piezas indispensables de una crisis sociosanitaria inédita que lleva a utilizar a fuerzas habituadas a ejercer un poderío que demasiadas veces hace anclaje en la crueldad para aplicar (en los viejos términos de Cabandié) correctivos sociales.

Hay quienes caminan por cuerdas delgadísimas desde las que se pueden producir caídas estrepitosas y mortales. Tiene apenas algunas horas de parido el decreto 141/2020 que, con las firmas de Sergio Berni y Axel Kiciloff, unifica bajo un único mando policial (ya no civil) a las fuerzas distritales, comunales, locales, comando de patrulla y policía científica. Un Berni que en el contexto pre-cuarentena arengó a la fuerza policial desde los viejos preceptos de orden, subordinación y valor. Bajo la convicción de que en tiempos de excepción (de características inéditas para una vida bajo gobiernos elegidos) sólo una férrea práctica manodurista permitirá vencer a lo que –con términos belicistas- llaman un enemigo invisible.

Las mismas fuerzas securitarias que hasta ayer nomás, eran observadas como los brazos armados para el control social y eran tantas veces denunciadas por prácticas de violencia estatal (no es necesario hacer un listado de ejemplos que ocuparían vastamente las páginas de un libro) hoy se transforman –por una necesidad imperiosa para frenar una pandemia- en la policía “del cuidado”. Claramente –y valgan sus nombres como paradigma- Lucas González y Carlos Sosa (hoy desafectados) no cuidaron al nene y a la nena urgidos de alimento en Avellaneda. Los despreciaron, los maltrataron, los humillaron.

Muchos integrantes del múltiple abanico securitario, hoy referenciados en la Gendarmería, la Federal, la Prefectura o las policías provinciales, dejan al desnudo prácticas ancestrales. Aunque no hayan sido formateados dentro de sistemas políticos autoritarios. Pero esas prácticas persisten. Valga un ejemplo no humano: un perro crecido dentro de una casa, que jamás debió sobrevivir en contextos salvajes, sostiene la milenaria costumbre de enterrar un hueso en el patio. Hay una transmisión vía ADN que aparece en los momentos menos esperados y de las maneras más sorpresivas.

¿Es policía (puede ser reemplazado por gendarme o prefecto) de cuidado aquel que ejerce el milenario mecanismo de la humillación para quien no cumple la cuarentena (desde el pibe que trabaja en cualquiera de las aplicaciones para mandados a la trabajadora gastronómica chubutense o el nene y la nena de Avellaneda)? ¿Es policía de cuidado aquel que en Orán, Salta, detuvo a 14 vecinos y los obligó a hacer lagartijas y flexiones de brazos y los que no lo hacían correctamente eran golpeados con un garrote en la espalda? ¿Lo es acaso el policía pampeano que baleó a un joven que había ido a comprar el pan? Una vez más: ¿son policías, gendarmes o prefectos de cuidado quienes en el partido de San Martín (Gran Buenos Aires) obligaron a jóvenes demorados a “bailar” (estilo antiguo colimba) mientras les hacían cantar el himno nacional? ¿Lo es acaso aquel grupo de policías que demoró a una trabajadora gastronómica en Puerto Madryn “la hacen pasar a un baño, le indican que se coloque contra la pared para palparla, luego de manera prepotente le indican que se saque toda la ropa, quedando completamente desnuda, y que realice sentadillas”?

¿Entran en la categoría de fuerzas de seguridad de cuidado los gendarmes que en las calles de La Matanza (el distrito del conurbano donde la policía desapareció y asesinó a Luciano Arruga en 2009 por negarse a robar para ella) armaron una puesta en escena aterradora? Vale la pena la descripción de ese episodio: Desde un patrullero hacían sonar un audio en el que una voz de mujer decía “¡Esto no es una prueba! Este es un sistema de transmisiones de emergencia anunciando el inicio de la depuración anual, sancionada por el gobierno”. Después se escuchaba desde el megáfono: “Al sonar la sirena todos los delitos, incluido el asesinato, serán legales durante 12 horas continuas. Los servicios policiales, de bomberos y médicos de emergencia no estarán disponibles hasta mañana a las siete de la mañana, al concluir la depuración”. Y como cierre (todo extraído del audio de una película llamada “La purga” que un vecino reconoció e hizo una denuncia) la voz –previa sirena final- decía: “¡Benditos sean los nuevos padres de la Patria y nuestro país, una nación renacida! Que Dios esté con ustedes”.

Lo que algunos llamarán excesos y que históricamente los familiares de sus víctimas llamarán parte del adn securitario tiene una marca de clase que se observa en el modo en que los portadores del poder de control se dirigen hacia los propietarios de la nada misma. Como decíamos en esta Agencia exactamente 3 años atrás “no es el mismo allanamiento en la torre Le Parc y en la Rodrigo Bueno. No es el mismo cacheo en Plaza Alsina que en Villa Tranquila. No es el mismo megaoperativo en la Villa 20 que en Puerto Madero”. Y también hay una cuestión de clase en la reacción de megaempresarios que violaron la cuarentena y que respondieron a policías y a empleados de seguridad con un clásico “negro de mierda, no sos quién para decirme qué hacer y qué no”.

Pero hay otro adn securitario que excede a las fuerzas de seguridad. Y que imbuye de lleno a muchos buenos y buenas vecinas que se nutren de un espíritu vigilante que no se puede tomar como sinónimo de cuidado social colectivo. Las secuelas que acarreará esta pandemia en tiempos pos cuarentenales no serán menores. Y para minimizarlas habrá que abonar las redes sociales (no se lea esto como redes virtuales) que resultan imprescindibles para el cuidado común. Común en el sentido de comunidad.

Porque tal como se veía con desnuda claridad en la película I como Icaro la condición humana puede llegar a extremos de una peligrosidad imbatible. El film (Henri Verneuil, 1979, protagonizada por Ives Montand) pone a prueba el concepto de obediencia debida y lleva al límite de lo ético para exponer hasta dónde es capaz de llegar el ser humano en el ejercicio de la crueldad.

La humanidad hoy está en peligro. Pero ese peligro no deviene exclusivamente de la propagación de un virus de alto grado de contagio. Sino de algunos de sus efectos más feroces. Como plantea el periodista e investigador científico David Quammen, el mismo que en 2012 predijo esta pandemia (en una nota publicada originalmente en el diario italiano Il Manifesto y traducida en Argentina por la revista Mu) “tenemos que tener mucho cuidado de que el distanciamiento social no conduzca al distanciamiento emocional y que comencemos a mirar a la otra persona como una amenaza o un enemigo. Manténgase saludable, haga el distanciamiento social y lo superaremos. Pero me parece que el miedo a la otra persona es algo de lo que tenemos que tener mucho cuidado o enfermará nuestra cultura y nuestras sociedades tanto como este virus”.

Es imprescindible recuperar el sentido de lo social y de lo colectivo aún a pesar de la cuarentena. No dejar de dimensionar que más allá de los muros de cada casa, de cada casilla, de cada pasillo, de cada avenida, de cada edificio hay otros y otras que también temen no necesariamente al otro o la otra sino a la incapacidad colectiva de seguir apostando contra viento, pandemia y marea a la vida en comunidad.

Edición: 3968


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