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Por Carlos del Frade
-En este momento que son las seis y media de la tarde se ha hecho salva en la batería de la Independencia y queda con la dotación competente de los tres cañones que se han colocado, las municiones y las guarniciones. He dispuesto para entusiasmar las tropas y a estos habitantes, que se formen todas aquellas y las hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca conforme a los colores de la escarapela nacional -escribió Manuel Belgrano, el dirigente político más claro que tuvo aquel momento fundacional.
Fue el cura Navarro el que bendijo la bandera: “Venced a los enemigos interiores y exteriores para que América fuera templo de la independencia, la unión y la libertad”, fue el juramento auspiciado por el sacerdote.
Junto a él estuvo quien se constituiría en el otro referente popular de los primeros años de la revolución, Emeterio Celedonio Escalada y Palacios, nacido en Rincón de Soto, Logroño, provincia española de La Rioja, el 31 de agosto de 1762.
Celedonio había estado desde 1780 en la Banda Oriental y en febrero de 1811 había participado del llamado Grito de Asencio, la proclama de liberación de los uruguayos, como comandante de Blandengues de Soriano. Incluso Escalada se insurreccionó contra el gobierno porteño y en abril de aquel año constituyó el primer cuartel general revolucionario en la “Capilla Nueva” de Mercedes. Celedonio, auténtico pionero de la revolución, como lo llama el investigador Nelson Caula, en su imprescindible “Artigas ñemoñaré”.
Belgrano decide que Celedonio Escalada se convierta en comandante militar del Pago de los Arroyos.
Lo interesante de estos detalles de la historia rosarina es la adhesión de los pobladores del viejo Pago de los Arroyos a las ideas de Belgrano, Navarro y Escalada.
Son los primeros líderes que consiguen convencer a los habitantes de estos arrabales del mundo para que sigan un proyecto colectivo de transformación.
“La repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantas manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”, era el pensamiento político económico de Belgrano de toda su vida. La misma idea que propuso a Mariano Moreno a la hora de sintetizar lo que después sería el Plan de Operaciones de agosto de 1810 y la que terminó condenándolo a la miseria y al olvido cuando la revolución fue reemplazada por las relaciones carnales entre la burguesía porteña y los intereses del imperio inglés.
Libertad e igualdad para que después haya felicidad y seguridad, eran las consignas del artiguismo que se encarnaban en el cura Navarro y en Celedonio Escalada. Y un sujeto social: “los más infelices serán los privilegiados”.
Aquella primera bandera que fue causal de amonestación para el primer triunvirato, en realidad, sintetizaba las otras banderas, independencia, lucha contra la riqueza y destino común con los otros pueblos de América del Sur.
Esas banderas fueron abrazadas por el pueblo rosarino y decenas de ellos sangraron por hacerlas realidad.
El proyecto colectivo inconcluso del pueblo rosarino está en aquellas banderas.
El silencio sobre esas ideas políticas condena a las nuevas generaciones de rosarinos a ignorar el sentido colectivo que alguna vez conmovió esta tierra.
Rosario seguía siendo un lugar poblado por rebeldes.
Belgrano, Navarro y Escalada expresaron ese espíritu levantisco como lo había calificado el gobernador santafesino puesto a dedo por el virrey.
Años más tarde, el Pago de los Arroyos sería incendiado, justamente, por la perdurable adhesión de sus pobladores a las ideas revolucionarias de Artigas.
De esto tampoco dio cuenta la historia oficial.
Hoy, 208 años después, la pasión del general revolucionario e intelectual extraordinario, sigue despertando en las urgencias actuales de las miles de personas desesperadas en la Argentina del presente.
Aquella pasión de enarbolar, en la vida cotidiana, la bandera que no es un trapo ni una tela, la bandera de la noble igualdad.
Cuando el 20 de junio se cumplan los dos siglos de la muerte en la pobreza, resultado de la condena política contra Belgrano, es imprescindible pensar en las banderas que no se izan ni son portadas por las manos de chicas y chicos en las escuelas.
Pero esa que hoy es celeste y blanca, enarbolada por primera vez el 27 de febrero de 1812, merece ser pensada y sentida como signo de un tiempo que todavía no es.
Fuente: “Los caminos de Belgrano”, del autor de esta nota.
Edición: 3945
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