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Por Silvana Melo
(APe).- Ocho millones de niños son pobres, sesenta de cada cien, mientras asume el Presidente. El tiene bigote, lee con anteojos redonditos como Lennon y tiene un hijo que va con pañuelito con los colores de la diversidad. Los que se van lo miran con gesto de desagrado. El Presidente lee una pila de papeles. Ocho millones de niños en la pobreza desconocen los rituales institucionales. Se mueren de calor en las barriadas donde falta la luz y el agua sale caliente de las canillas comunitarias. Hace cuarenta grados y cocina la carne piba que vaga por los alrededores para ver qué pasa y la que anda por los confines sin saber qué pasará. El Presidente dice que hay que derribar tres muros. Uno, el del rencor y el odio. Y ellos piensan en la blanquitud que los mira con recelo, que prefiere no verlos, que no quiere cruzárselos, que los condena por planeros o hijos de planeros o futuros planeros, vagos en suma consuetudinarios y sistémicos. La blanquitud privilegiada y privilegiante que odia. Y legitima a la odiadez oficial, de traje, uniforme, despacho y arma larga.
Otro muro, dice el Presidente, es el hambre. Y ellos piensan en el hambre de naranjas y de hamburguesas y de mundos nuevos que nadie les piensa por la mañana y de cuentos por la noche y de sumas y restas con tiza blanca. Y habla el Presidente de quince millones con inseguridad alimentaria en un país productor de alimentos pero no dice el Presidente que el modelo agrario superexportador redujo al 60% de los cultivos a producir commodities para engordar a los animales de los países desarrollados y para llenar tanques de nafta. De alimentos, poco rastro.
Tal vez se vuelva a producir comida en la tierra rica, bella y noble desde la vecindad de los trópicos hasta los vientos del sur. Habló el Presidente del ambiente y del agua y el aire y de la encíclica papal Laudato Si y miles de pibes dispersos por las ruralidades extremas y cercanas, con patios escolares mirando al horizonte, ven llegar a las máquinas mosquito por tierra y aplicadores aéreos envenenándoles la vida indiscriminadamente para sostener un modelo productivo puesto en marcha desaforadamente hace más de veinte años con la firma de su canciller. Una lista de niños muertos, con secuelas de malformaciones, marcas cognitivas y trazas en la piel, en el sistema nervioso y en los pulmones son las señales imposibles de esconder en este sistema que sostuvo a las experiencias progresistas de toda América Latina, que se profundizó hasta el horror en la Argentina y que encuentra la resistencia en los confines.
Ojalá logre abrir el Presidente ese camino de transición del que habló. Porque sin pan no hay ni democracia ni libertad, dijo.
Y sin tierra sana, sin semilla libre y sin soberanía alimentaria, tampoco.
Habló el Presidente de romper la lógica del gatillo fácil y matar por la espalda. Hablaba del estado. La lógica del gatillo fácil y matar por la espalda acababa de irse. Había salido por la otra puerta del Congreso donde él daba su discurso. Dejaba la presidencia esa lógica de disponer de las fuerzas del estado. Y él llega e instala otra. Y piensan entonces los pibes de Tucumán que no habrá más Facundo Ferreyra, el niño de 12 años que los policías tucumanos persiguieron y mataron de un tiro en la nuca (su espalda estaba muy abajo) en 2018 aunque el gobernador Manzur sigue siendo el mismo y es tan amigo del Presidente. Y creen los niños mapuche que ya no habrá Rafael Nahuel, asesinado por la espalda en el sur, todavía negado por la lógica asesina que acaba de dejar el estado y sale por la otra puerta, la de atrás, y quieren creer los chicos de Lomas del Mirador que no habrá más Luciano Arruga, desaparecido y asesinado en 2009 y aún negado por el hoy embajador del Presidente, entonces gobernador de Buenos Aires.
Y ojalá que no haya más gatillo fácil ni muerte por la espalda, porque hoy se elige creerle, porque él pide que el odio no nos colonice. Aunque los ratis siguen mirando a los pibes con ojo de 9 milímetros y la gente de bien cruza la vereda o llama al 911 y habrá que ver cómo hace para que el odio no sea colonizador y para que la esperanza no sea una cinta inaugural que sostenga las ganas. Habrá que dejar la esperanza de lado y salir a sembrar lo que se tenga a mano. Ya se ha esperado tanto. Tantas veces. Tantos siglos. Entonces sin esperanza, porque a este sueño tan lejano, tan complejo, se lo conquista desnudo. Para vestirlo de nuevo, de la nada. Descarnado.
Y fue el Presidente el que dijo que el país será una mesa común para todos. Esa mesa será el territorio a descolonizar.
A la vuelta está la calle. Y en la calle, siempre estará la lucha.
Edición: 3901
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